Autoestima: un superpoder que se aprende en la niñez
Una valoración adecuada de nuestras capacidades favorece una estupenda salud emocional en la adultez.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 1 año.
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A sus 30 años, María vive pendiente de la aprobación de los demás, ya sea de su pareja, amigos o de sus compañeros de trabajo. A la hora de tomar decisiones o expresar su opinión, duda si la elección que tomó o lo que piensa sobre un determinado tema está bien. Asimismo, titubea y no tiene iniciativa para empezar actividades nuevas por miedo a no sentirse capaz de poder hacerlas y sostenerlas en el tiempo; presenta dificultades a la hora de construir nuevos vínculos y establecer límites con los demás (le cuesta defender sus opiniones o defenderse cuando alguien la trata mal).
“Gran parte de sus inseguridades y preocupaciones provienen de su infancia. Cuando era niña, sus padres pasaban la mayor parte del tiempo descalificando sus conductas y criticando su modo de actuar y de pensar. Dichas expresiones se convirtieron en creencias para María que nunca cuestionó, sino que las tomó como verdades, lo que generó que de adulta sintiera inseguridad y poca confianza en quién es y en sus capacidades”, narra María Laura Lezaeta, psicóloga especialista en niños y adolescentes, coautora del libro “Emocionadamente”.
La profesional agrega que hay que ser conscientes de que la actitud de los padres con sus hijos es esencial a la hora de ayudarlos a desarrollar una buena autoestima.
“Cuando un niño se siente seguro y querido incondicionalmente, crecerá sintiéndose una persona valiosa y segura de sí misma”, afirma.
Descrita como la valoración y la percepción que la persona tiene sobre sí misma, la autoestima “depende, en gran medida, de la calidad del vínculo afectivo que tiene con sus referentes primarios, es decir, con su familia (mamá, papá o cuidador), por lo que se podría decir que los padres influyen, a través de sus palabras y sus acciones, en la manera en que ese niño o adolescente se percibe a sí mismo”, sostiene la especialista.
No sobreproteger
Retraído en clases, Juan suele desviar la mirada, no participa activamente e intenta no contestar las preguntas de la maestra. Estas conductas, que llamaron la atención en el colegio, fueron la razón de una reunión con su madre. Entonces, ella “confiesa que muchas veces cuando Juan tiene deberes, se los termina haciendo ella misma, porque tiene miedo de que él sienta que no está a la altura de sus compañeros y no le gusta que vaya con las tareas incompletas”, relata Laura Lewin, especialista en educación.
La autora del libro “Fuertes y felices: el manual que no te entregaron cuando tuviste hijos” señala que, como ningún padre quiere que su hijo sufra, algunos se preocupan excesivamente, sacándole la posibilidad de desarrollo y quitándole las herramientas indispensables para luego hacerle frente a la realidad.
“Cuando sobreprotegemos a los chicos, creyendo que ellos no pueden por sí mismos, los despojamos del poder de decidir, de utilizar su razonamiento e, inclusive, de tomar decisiones. Y, en vez de ayudarlos a crecer, los hacemos más chiquitos y ellos terminan con inseguridades, más miedos, más angustias, baja autoestima e incapaces de avanzar solos. Además, les cuesta mucho asumir la frustración o reconocer sus errores”, describe.
En esta madeja que se forma, Lewin señala que los padres quedan agotados, porque terminan viviendo su vida y también la de sus hijos. ¿Cuál sería, en contraposición, una conducta sana?
“Tenemos que brindarles a los chicos las herramientas socioemocionales que los van a ayudar en su vida adulta. Esto tiene que ver con la resiliencia, el manejo de la frustración, el desarrollo de su autoestima y su autoconfianza”, afirma.
Aspecto fundamental en la personalidad, la autoestima “se construye desde la infancia y, como tiene muchísimo que ver el entorno familiar en el cual ese chico nace, y se desarrolla, es imprescindible una relación empática, de disponibilidad, de afecto, de protección de parte de los padres y de los familiares más inmediatos”, destaca José Eduardo Abadi, médico psiquiatra, psicoanalista y escritor.
Señales
En diferentes ámbitos de la vida pueden advertirse señales de aviso de una baja autoestima: en el desempeño académico, en las relaciones interpersonales y en los momentos de recreación. Espeche, explica que cuando se tiene una sensación de ser poco valioso o capaz, no hay el empuje necesario para realizar algunas actividades. “Hay una sensación de no poder o de no tener ascendente sobre los demás para, por ejemplo, desarrollar actividades sociales o tener amores. Esto es una pseudo verdad que se va autoconfirmando. Una persona con autoestima baja cree que no tiene capacidad de salir con alguien. Entonces, titubea y así confirma que no va a poder tener una vinculación con una determinada persona. Son fantasías autocumplidas”, detalla Abadi.
Herramientas para fomentar el desarrollo de la autoestima
Responsabilidades. Brindarles responsabilidades acordes a su edad, de manera que puedan expandir su propia confianza. Un ejemplo: asignarles tareas dentro del hogar, que uno sepa que están al alcance de sus posibilidades.
Perseverancia. Esta capacidad les permitirá no abandonar la tarea ante un error. La confianza no está relacionada con tener éxito en todo, sino con ser lo suficientemente resiliente para seguir intentando.
Errores como aprendizaje. Transmitirles que los errores son oportunidades de aprendizaje. Para eso, el mensaje que deben recibir es que todos cometemos errores y lo importante es aprender de ellos, no detenerse por ellos.
Amor incondicional. Demostrarles que el amor de los padres es incondicional, no sólo a través de las palabras, sino con acciones concretas.
Evitar transmitir las frustraciones propias. Tomar en cuenta con qué estado de ánimo se les habla a los chicos es otra acción fundamental para favorecer el desarrollo de la autoestima, porque muchas veces les pasamos nuestras propias frustraciones y ellos creen que no son lo suficientemente buenos para desarrollar ciertas actividades o para desplegarse en el mundo.
La palabra indicada. Llamarles la atención por lo que hacen o dicen, pero no por lo que son. Por ejemplo, decirles que hicieron algo mal o no les salió bien, pero no decirles o implicar que ellos son flojos o malos, y señalar qué cosas deben mejorar o cómo mejorar lo que han hecho.