A pesar del cáncer, piensa positivo, agradece todos los días
Como pacientes, entramos en un proceso de duelo, pero también se produce el aprendizaje que nos lleva a la transformación
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“Me dijeron que tengo cáncer, ¿y me pides que piense positivo?”, “Mi hija falleció a causa del cáncer, ¿y me pides que practique la gratitud... en qué mundo?”.
Hago una pausa en la escritura y, despacio, me sobo las manos. Imagino al paciente, asustado, pensando que tiene los días contados o en los padres que vieron cómo la luz de sus ojos se apagaba día a día ante su propio dolor e impotencia. Siento el nudo en la garganta y lloro. Por un tema cronológico, los padres no estamos listos para ver morir a nuestros hijos. El diagnóstico de cáncer no es una noticia fácil de digerir y es mucho más difícil cuanta más resistencia le pongamos.
Entonces, ¿cómo plantear que esto de pensar positivo y de agradecer puede ayudar a sobrellevar la pérdida de la vida, de nuestros amados, de las ilusiones que se quedaron en el aire, los sueños sin cumplir, las metas sin alcanzar y los amores sin conocer, sin parecer insensible?
Desde la perspectiva de la persona que pasó por la experiencia de cáncer, puedo afirmar que, pese al miedo y al sufrimiento (físico y mental) que causa, el cáncer es un proceso de aprendizaje y descubrimiento de uno mismo. Como psicóloga, sé que el miedo es una emoción natural de sobrevivencia; es normal sentir miedo ante una situación, en este caso una enfermedad, que amenaza nuestra existencia. El miedo “normal”, sin embargo, no es malo; nos lleva a buscar ayuda, a aprender sobre lo que nos está pasando y a tomar acciones en pro de la supervivencia. Por otro lado, el miedo excesivo nos paraliza. Esta “parálisis” afecta la salud mental, pudiendo causar depresión o ansiedad, que, a su vez, comprometen la salud física (hay poca o ninguna adherencia al tratamiento, actitud negativa, por ejemplo). Se crea, así, un ciclo en el que la salud mental incide en la física y viceversa.
Como pacientes, al recibir la noticia, entramos en un proceso de duelo (negación, coraje, depresión, negociación y aceptación); un proceso que es siempre igual, pero diferente para cada uno. Es en el tránsito por estas etapas cuando se produce el aprendizaje que nos lleva a la transformación, independientemente del desenlace.
El diagnóstico nos golpea como un “pescozón” en la cara; nos tambalea o nos deja “patas arriba”. Nos sentimos frágiles y vulnerables. Empezamos a morir cuando imaginamos (imaginamos; nos “inventamos” un futuro que puede -o no- ocurrir) lo que no haremos: desde conocer el mundo o descubrir nuestras habilidades, hasta tener un bebé, desfilar con nuestro hijo, sobrino o nieto en su boda, consolarlo en sus tristezas o cuidar a nuestros padres. El corazón se nos encoge, al imaginar la tristeza que sentirán al recibir la noticia.
Según va transcurriendo el proceso, vamos asimilándolo, aprendiendo a navegar a través de él… y, sin darnos cuenta, vamos cambiando. Empezamos a contar como bendiciones el poder mirar a los ojos a nuestros seres queridos, la sonrisa correspondida, salir a caminar, ¡poder caminar!, conversar, un día sin síntomas, abrazar y ser abrazados. En general, los pacientes de cáncer terminamos agradecidos por la enfermedad que nos sacudió y mostró una nueva forma de vivir, incluso aquellos que la experimentaron por un corto período. Nos habrás visto emprendiendo nuevas carreras, terminando relaciones no saludables, retomando otras, tirándonos en paracaídas, saltando de una piedra en el río, aprendiendo a bailar o bailando sin saber bailar, montados en motora... Con el tiempo de vida que nos quede, mucho o poco, en ese momento no lo sabemos, hacemos actividades que, en el pasado jamás nos hubiéramos atrevido y tomamos decisiones que nos parecían imposibles. Superamos nuestros propios límites. Vivimos con menos apego a lo material y más apego a la gente, al servicio, a dar.
He visto personas dar su último respiro sin ninguna expresión en el rostro, he visto una última lágrima y también una sonrisa. Todos los gestos están sujetos a interpretación. La lágrima pudo ser de miedo, de tristeza por el propio fin, de dolor físico o incluso por el sufrimiento “causado” a los sobrevivientes, pero también pudo ser de paz al suponer el fin de todo lo anterior, por haber tenido la oportunidad de valorar lo verdaderamente importante y, dependiendo de las creencias religiosas, porque se está a punto de conocer al Creador.
Cada doliente escoge qué creer, pero, si elige creer que su amado se fue en tristeza, su propio proceso de duelo se prolongará y complicará. Es aquí cuando empezamos a pensar en positivo: “yo escojo pensar que esa última lágrima fue de amor, de paz, porque termina el sufrimiento”. Así, sin evidencia, por fe, simplemente porque es el pensamiento que nos ayuda a seguir con la vida. Te abrazo fuerte.
La autora es psicóloga.
Este contenido comercial fue redactado y/o producido por el equipo de GFR Media.