El impacto de una madre sobre la vida de sus hijos es monumental. Es nuestro vínculo primario con la existencia y esa relación trasciende de tal manera que repercute en el desarrollo de nuestro cerebro. Aspectos socioemocionales, físicos y cognitivos son afectados por el nexo maternofilial.

Por ejemplo, la Asociación Americana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés) publicó, en 2018, el comunicado de prensa titulado Los recuerdos felices de la infancia se relacionan con una mejor salud en etapas posteriores de la vida. En este hizo mención de un estudio que planteó que “los participantes de ambos grupos [adultos de alrededor de 40 años y adultos de 50 años o más] que declararon recordar mayores niveles de afecto por parte de sus madres en la primera infancia experimentaron una mejor salud física y menos síntomas depresivos en etapas posteriores de su vida”.

Aunque, claro está, es necesario precisar que, en el caso de la depresión, su complejidad no puede atribuirse a un solo factor, como el elemento del afecto maternal/paternal.

No obstante —y contrario a lo que ha perpetuado el constructo social—, maternar no es un proceso uniforme sostenido por un impulso natural que les viene a las mujeres de fábrica y sin relación con las circunstancias que les rodean.

Tal como sostuvo la psicóloga y coordinadora del Comité de Promoción del Desarrollo Integral de la Niñez de la Asociación de Psicología de Puerto Rico, doctora Alice Pérez Fernández, maternar es complicado y está inevitablemente ligado a las experiencias personales de la madre y el contexto sociocultural, así como la red de sostén y acompañamiento con la que cuente.

“Maternar es un proceso difícil que no se da sobre la nada”, afirmó la experta. “Esto no es algo de instinto maternal”.

Un estudio exploratorio publicado por la APA halló que el cerebro de las madres primerizas crecía en áreas como la motivación materna (hipotálamo), el procesamiento de recompensas y emociones (sustancia negra y amígdala), la integración sensorial (lóbulo parietal) y el razonamiento y el juicio (corteza prefrontal). En el comunicado de prensa El verdadero “cerebro de mamá”: A los pocos meses de dar a luz, las madres tienen el cerebro más grande, en 2010, aparece el comentario de los neurocientíficos Craig Kinsley y Elizabeth Meyer: “La motivación para cuidar de un bebé y los rasgos distintivos de la maternidad podrían ser menos una respuesta instintiva y más el resultado de la construcción activa del cerebro”.

Como expuso la doctora Pérez Fernández, las madres repercuten directamente en sus hijos desde la etapa de gestación. Sin duda, cómo experimenten ese período tendrá un efecto significativo.

Situaciones como la crisis de salud pública y circunstancias socioeconómicas adversas pueden perjudicar la atención médica que reciben durante el embarazo y, por ende, su bienestar y el del bebé.

Además de cómo se desarrolle el cuidado prenatal, la aceptación de que va a ser madre es un asunto clave.

“Maternar tiene que ser algo que desea la persona. Conlleva una responsabilidad desde mucho antes de que el bebé nazca”, sostuvo la entrevistada.

Así, establecido que el rol de la madre se ejerce en conexión con el entorno, indudablemente, el sistema patriarcal, completamente enraizado en la sociedad, interviene tanto en la manera en la que se ha impuesto qué es ser una “buena madre” como en las cargas que se le exigen.

Por otro lado, el discurso patriarcal interfiere en los modos en que se cría, incluso cuando no se haga necesariamente con una implicación consciente.

“[Maternar] es un proceso de aprendizaje continuo en el que inciden varios factores”, hizo hincapié la psicóloga.

Las prácticas y las normas del patriarcado pueden manifestarse en la crianza y alimentar una masculinidad hegemónica. La distinción de varones, a propósito de este artículo, se refiere al sexo asignado al nacer y los roles de género que atribuye el sistema.

Es necesario aclarar que se reconoce la existencia de las diversas identidades de género -protegidas por instrumentos internacionales de derechos humanos- y que la aproximación de este artículo es concretamente una exploración de la dicotomía institucionalizada hombre-mujer.

“En el caso de los varones, la madre tiene una función muy importante, que lo vemos luego [el impacto] en su desarrollo como adulto”, puntualizó Pérez Fernández, para agregar que la crianza no suele ser la misma si se trata de niños o niñas.

“Las madres tienen un rol en el desarrollo de la masculinidad y hago un llamado para que sea una masculinidad más sensible”, expresó la psicóloga.

Saber comunicar y expresar adecuadamente sus emociones, y poder relacionarse con otras personas desde una socialización empática y no de dominancia son solo dos de los resultados que las masculinidades género-sensibles construyen.

La transformación de las ideas, las reglas y los patrones que impone el patriarcado es una tarea que debe ejercerse desde el colectivo, en consonancia con un trabajo personal que cree otras maneras de ser y relacionarnos.

“Cuando la persona toma la decisión de maternar, debe ser desde la educación y un proceso de introspección”, aseguró Pérez Fernández. Cuál es el futuro ciudadano que quiero criar y cómo voy a maternar son dos de las preguntas imprescindibles que es necesario responder. “En Puerto Rico, hay varios grupos en la comunidad que se dedican a trabajar temas de gestación y maternidad/paternidad. Es importante educarnos”, finalizó.

La autora es periodista coladoradora de Suplementos.