Puerto Rico debe estar consciente de su realidad: cada vez, su población cuenta con más adultos mayores que necesitan de la asistencia de cuidadores para su bienestar. Esta tarea, que, por mucho tiempo, había estado invisibilizada, hoy se presenta como un gran reto para la sociedad, porque, además de las personas de edad avanzada, los cuidadores informales también necesitan atención.

“Estamos hablando de que, en Puerto Rico, hoy, 3 de cada 10 personas son adultos mayores, y, de esas personas, el 20 % tiene una enfermedad que requiere de apoyo, esto lo establece la Organización Panamericana de la Salud (OPS). El país está cerca de los 3 millones, los adultos mayores son más de 800 mil, y, aunque no hay censo de cuidadores, se estima que hay unos 500 mil cuidadores principales, sin contar los de apoyo. Estamos hablando de que, entre ambos renglones, serían un poco más de un millón de personas; así que un tercio de la población en Puerto Rico está vinculado con el cuidado o apoyo del adulto mayor, ya sea porque lo brinda o lo recibe”, expresó el doctor Ángel M. Muñoz Alicea, director de la Escuela para Cuidadores de Adultos Mayores de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico (PUCPR), en Ponce.

Hay que estar claros en que los cuidadores informales son “esa persona que se encarga, la mayor parte del tiempo, de las tareas relacionadas con un adulto mayor. No tiene que ser únicamente el cuidado de salud de alguien encamado, pueden ser diferentes tareas de su diario vivir”, especificó Muñoz.

Precisamente, enfocados en atender a esta población de cuidadores informales, la Escuela para Cuidadores de la PUCPR se ha dedicado a estudiar el perfil del cuidador en la isla para darle rostro a estos importantes colaboradores del bienestar de nuestros adultos mayores.

“El cuidado de adultos mayores siempre ha [incluido] tareas invisibilizadas o dadas por hecho. Nosotros hemos realizado dos estudios: uno en el 2019, después del huracán María; y otro en el 2023, después de la pandemia”, explicó el doctor Muñoz, quien es psicólogo clínico.

En el primer estudio de campo realizado en Puerto Rico, Muñoz indicó que trabajaron con una muestra de 300 cuidadores informales de 45 municipios, encontrando que la edad promedio del cuidador eran los 51 años, en su mayoría mujeres (77.3 %), y 7 de cada 10 tenían estudios universitarios (78.2 %) y mostraban diferentes sintomatologías relacionadas con la depresión.

Mientras tanto, el estudio comparativo más reciente fue después de la pandemia, donde se recolectaron datos de unos 1,177 cuidadores informales.

“En este segundo estudio, encontramos un cambio y fue que la edad promedio de la fémina era de 47 años. Esto quiere decir que la edad de los cuidadores disminuyó, además de que eran personas que tenían más estudios, pues 8 de cada 10 tenían estudios universitarios, pero no eran relacionados con el cuidado. Aquí tenemos personas educadas, pero que están haciendo la labor de cuidar sin adiestramiento ni capacitación”, señaló el doctor Muñoz, quien indicó que este fue un estudio comparativo que se realizó simultáneamente en México, Colombia y Puerto Rico, con la asistencia de cuatro universidades, entre estas la PUCPR.

El estudio dejó establecido que, en la actualidad, quienes cuidan son mujeres que aún están en la fuerza laboral.

“Ellas tienen trabajos a tiempo completo, están aún criando o cuidando a un hijo o nieto, y están invirtiendo, aproximadamente, 16 horas semanales para cuidar a un adulto mayor en la casa del adulto mayor”, informó el doctor.

Estos hallazgos, según el director, reflejan un gran impacto en la economía y la estabilidad de los cuidadores informales, pero también del país, teniendo en cuenta que el 95 % de cuidadores son familiares y el 5 % son vecinos que le brindan el apoyo al adulto mayor. Además, dentro de los familiares, estos cuidan 21 horas o más de esa persona.

“A futuro, esto tiene un impacto directo no solamente en el cuidado directo, sino también en la economía, porque el 44 % de los cuidadores está bajo el nivel de pobreza. Estas mujeres que trabajan invierten un 20 % de su salario en gastos relacionados con cuidar a un familiar y estos gastos no son deducibles en ningún lugar. Y esto puede contrastar porque, aunque hagan esfuerzos o iniciativas para darle mayor empoderamiento a la mujer, si no se atiende esta área de salario, es como el aumento de sueldo que, con la inflación, no tiene un impacto”, sostuvo el director.

Otro reto para el cuidador es lidiar con el desgaste físico y emocional con el que tiene que lidiar ese cuidador, que, muchas veces, es una mujer que trabaja, tiene su hogar, cría a sus hijos y puede que también tenga enfermedades.

“Encontramos que cerca de 6 de cada 10 cuidadores informales tienen niveles considerables de depresión, ansiedad y sobrecarga intensa.

Se sienten sin esperanza, preocupados constantemente, presentan dificultades para dormir y esto afecta la concentración y su energía, y estamos hablando de personas que, muchas veces, están en medicamentos y se están encargando de alguien con un nivel de dependencia alto”, expuso el doctor.

Es un hecho que ese desgaste emocional y físico tiene un impacto en el cuidador y su familia, pero también es un reto porque tiene que continuar en el mercado laboral.

“Un cuidador que no descansa, que se siente deprimido, sin esperanza, ¿cómo va a ejecutar en su trabajo? Nosotros, una de las cosas que hacemos, es coordinarle apoyo emocional a través de la Clínica Interdisciplinaria de Servicios a la Comunidad, porque muchos de cuidadores llegan con sobrecarga”.

Tampoco podemos dejar de mencionar que el cuidador, a menudo, atiende todas las necesidades de ese adulto mayor y no se pone como prioridad, olvidándose de su cuidado, su alimentación y de los chequeos médicos o los medicamentos; entonces, se puede afectar su salud.

Así también, el doctor Muñoz estableció otros grandes retos para los cuidadores, a fin de que se puedan atender las necesidades reales de esta población que, inevitablemente, va en aumento, ya que la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que, en el futuro, un 20 % de las personas mayores de 60 años necesitara algún tipo de ayuda.

“Otro gran reto son las pérdidas, cuando el cuidador acoge su labor, tiene pérdidas como, por ejemplo, no pueden recibir ascensos, no pueden asumir cargos y los evalúan de manera negativa en su trabajo porque tienen que irse antes o faltar por ese adulto mayor. Esas son situaciones que van desgastando y creando conflictos, al punto que pueden tener un impacto en cómo tratan a ese familiar. Entonces, se puede dar esa línea fina del maltrato por negligencia”, alertó el psicólogo clínico.

Además, hay que sumarle el reto de la falta de adiestramiento de estos cuidadores, quienes tienen que trabajar con situaciones para las que pueden no estar capacitados.

“Es importante saber que 7 de cada 10 personas que se encargan de su familiar no han tenido adiestramientos sobre las enfermedades de su familiar. En nuestro estudio, un 94 % dijo que entiende que harían un mejor rol si tomaran cursos. Pero, aunque lo reconocen, no hay esta cultura de prepararse para lo que va a ser el cuidado”, destacó el doctor Muñoz, quien aspira a que el gobierno establezca una política publica en favor de los cuidadores informales para atender sus necesidades específicas.

La autora es periodista colaboradora de Puerto Rico Saludable.