Don Tommy Muñiz: la historia de un visionario
El productor hubiera cumplido hoy 100 años
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La comadrona le entrega a mi padre algo que lo va a preocupar durante los próximos cuarenta y un años: a este servidor, luciendo únicamente su cordón umbilical. Daba la impresión de ser un trompo mal “embollao”. Todos celebran mi llegada, y yo, escuchándolo todo. Me imagino los comentarios de la comadrona mientras [el último cochero de Ponce, don Carlos] Garay la llevaba de vuelta:
--Pobres muchachos, tan jóvenes y ya con esa carga en las costillas…
con lo cara que está la vida…
También los del cochero:
--Y con la cara que salió el muchachito.”
Tommy Muñiz, Así he vivido (2008), p. 30
Sus primeros años
Lucas Tomás Muñiz Ramírez vino al mundo un sábado, 4 de febrero, en 1922. Fue el primer hijo de la pareja constituida por Tomás (“Tomí”) Muñiz Souffront y Monserrate (“Nena”) Ramírez Silvestry. A los dos meses de vida, sus padres se trasladaron a San Juan “para más tarde viajar a Nueva York, dejando atrás a mi abuela, Isabel Souffront”. (30)[1].
El viaje de sus padres a La Gran Urbe ocurrió por la misma razón que muchas personas emprenden camino: mejorar su situación económica. Sin embargo, para don Tommy, aquel viaje de sus padres no era más que el principio “de lo que sería en el futuro ‘la gran familia puertorriqueña’; grande, porque las familias son grandes en la medida en que hayan tenido que luchar y sacrificarse contra las adversidades para lograr su felicidad y la de los suyos” (32).
Don Tomí llegó a Nueva York para ayudar a su hermano Salvador, quien había fundado una pequeña agencia publicitaria, Muñiz Advertising Company, una hazaña muy arriesgada. En aquellos tiempos, la comunidad hispana en la diáspora era prácticamente invisible, pero a su tío le hacía falta la ayuda, y Tomí necesitaba el trabajo.
Más adelante, su tía Zenobia –hermana de su madre– viajó hasta la ciudad y se instaló con el matrimonio Muñiz-Ramírez, quienes ya eran padres de Carmen, su segunda hija. Los cinco vivieron hacinados en un pequeño apartamento, con baño compartido, ubicado en uno de los sectores más pobres de la ciudad. No obstante, la tía Zeno le contó a su sobrino que el progreso de la familia se presentó “con la buena suerte de tu papá que, como buen puertorriqueño, se pegó con el número 276 en la bolita” (36).
El premio pagó su regreso a la isla, que ocurrió a fines de 1926. La familia se instaló nuevamente en Ponce. Sin embargo, su estadía en el sur duró poco: los Muñiz-Ramírez se se trasladaron al sector Las Palmas (Barrio Obrero). Allí, Lucas Tomás tuvo su primer acercamiento a lo que, en el futuro, sería una de sus pasiones: el mundo hípico. “Llegamos… no exactamente al hipódromo (Las Casas), sino al lado exterior de la verja. Allí permitían ver las carreras gratis, siempre y cuando uno no pasara a la pista” (37). Ver y sentir la energía de la competencia hípica marcó su vida de manera tan profunda que, eventualmente, llegaría a tener su propia hacienda e invertir en la compra de ejemplares muy valiosos que ganarían premios en competencias hípicas locales y en el Caribe.
En Santurce, vivió al lado del Hospital Díaz García (hoy Hospital Pavía, en la parada 22). Allí comenzó a manifestar su particular creatividad con sus travesuras –que no fueron pocas. La familia seguía multiplicándose con la llegada de Marjorie, Nelly, Nilza, Néstor y Andy. En su ocaso, Don Tommy describió el significado de lo que consideraba como la gran familia puertorriqueña: “grande, porque las familias son grandes en la medida en que hayan tenido que luchar y sacrificarse contra las adversidades para lograr su felicidad y la de los suyos” (32).
El “parque florido”, la escuela y los espejuelos
El lugar donde Don Tommy finalmente echó raíces para comenzar la gran aventura de su vida fue Hato Rey, específicamente en la urbanización Floral Park. El fenecido productor apuntó en sus memorias que ese proyecto de desarrollo urbano “fue la primera urbanización planificada fuera de lo que se consideraba el área metropolitana en aquellos tiempos, y la primera en ser financiada por la FHA” (42). Su padre se interesó por la compraventa de propiedades e hizo de ella un negocio, aunque a su esposa no le hacía mucha gracia mudarse a distintas casas, según se vendían.
A los siete años, Lucas Tomás entró al primer grado en la Escuela Ciudad Nueva, en la calle Padre Berríos de Floral Park. De inmediato dio muestras de su carácter fuerte y obstinado, que muchas veces lo involucró en peleas con sus compañeros de escuela. Al final, reconoció la lección más importante de aquellos tiempos: “Aprendí que, antes de pelear, lo primero que tenía que hacer era quitarme la camisa para no tener que pasar por todo lo demás” (47).
En esos años, adquirió una de sus memorables características: los espejuelos. “[A] veces algunas personas me preguntan desde cuándo los uso. Para no entrar en detalles, les digo que desde siempre”. La realidad es que, según confirmó su hijo Rafo, don Tommy padeció una condición de salud en su infancia que afectó su visión de forma severa e irreversible. Visto desde el optimismo, no pudo ser reclutado por el Ejército de los Estados Unidos para combatir en la Segunda Guerra Mundial.
Una vez mejoró la visión con sus espejuelos –que muchas veces tuvo que salvar de algún golpe en sus “desacuerdos” con sus compañeros de escuela, Lucas Tomás mejoró sus calificaciones escolares, “y seguí aprendiendo, lo que me ha permitido desenvolverme en la vida con la satisfacción de poder ver todas las cosas del mundo… con más claridad” (50). Con franqueza, se describió en aquel entonces como un muchacho “más pequeño que los de mi edad, flaco, pelú y despeinado, cegato, con unos espejuelos grandes en una cara de chihuahua asustado” (56-57).
La graduación, la realidad, y un sueño
En 1936, se graduó de octavo grado en la Escuela Modelo de la Universidad de Puerto Rico. Cuatro años más tarde, en 1940, le faltaba medio punto para graduarse de escuela superior, así que se matriculó en la clase de teatro que ofrecía el profesor Guillermo Bauzá. Don Tommy lo describió como “una persona de teatro con mucho talento. De haberse dedicado a la comedia … hubiese sido uno de los mejores” (115).
El gusanillo de la actuación y la escritura ya empezaban a manifestarse a través de pequeñas historias que escribía y montaba en un improvisado teatrito en su casa, con sus hermanos.El mundo del espectáculo no le era ajeno, pues su tío Félix montaba espectáculos que recorrían la isla. Sin embargo, por un comentario no muy agradable que le hizo su primo Luis –al que admiraba y respetaba– decidió permanecer siempre detrás del telón, como escritor y productor.
Para aprobar su grado de escuela superior, se memorizó el libro de la clase de física para contestar el examen final. Su maestro de la clase era don Rafael Pont Flores –uno de los cronistas deportivos más ingeniosos de la época, cuyas columnas se publicaban en El Mundo. Como hizo tan buen examen final, el maestro Pont Flores dudó de la honestidad del jovencito, quien le aseguraba que no se había copiado de nadie. Al final, le felicitó por hacer un buen examen, “pero, como dijo Míster Pont Flores, pude haber hecho el esfuerzo desde un principio” (123).
Así logró culminar sus estudios, comprar su primer carro –un Ford convertible de 1932, bastante maltrecho– e inició el curso nocturno de Secretarial en la UPR, que fracasó de manera contundente. Don Tomí y Doña Nena se sentaron con él y le indicaron que, si no podía (o no quería) estudiar, tenía que trabajar. Pasó por infinidad de trabajos y, por unas u otras razones, cada guiso no le duraba mucho, incluyendo su primer encuentro con un micrófono de radio en el programa que producía su tío Félix, porque “se empeñaba en hacerme locutor” (106).
Pero, Con el ejemplo de su padre y de sus tíos, Don Tommy se propuso emprender en un negocio, con la convicción de que sería exitoso.”Ya estaba llegando el momento de pensar con más seriedad”, recordó con tristeza al evocar el momento en que tuvo que vender su Ford del 1932 por veinticinco dólares–que gastó enseguida– y una maquinilla Underwood.
“A la maquinilla le saqué mucho provecho, aunque no inmediatamente” (132). Sin saberlo, había adquirido su arma principal para defenderse en un mundo nuevo.
El romance con Luz María
Lucas Tomás tuvo conocimiento de la existencia de Luz María García de la Noceda como una de las gemelas que recién habían entrado a la Escuela Modelo de la Universidad de Puerto Rico, justo cuando él luchaba arduamente por aprobar sus clases. Luego que se graduó de la escuela superior, se dejó de su primera novia, Olga de Jesús, y comenzó a enamorar a Luz María. “No fue fácil conquistarla. Hasta que no estuvo segura de que mi relación con Olga había terminado, no me aceptó” (150). En el verano de 1942 se hicieron novios y comenzó a visitarla en la urbanización Santa Rita, donde residía con sus padres, don Gerardo y doña Consuelo. “Para salir no teníamos problemas de chaperonas. Luz María tenía cinco hermanas y un hermano, y siempre uno de ellos nos acompañaba” (150).
En 1943, junto con sus padres, fue a pedirla en matrimonio. Los padres de Luz María “aceptaron nuestra decisión, pero con la condición de que su hija tenía que terminar de estudiar. Luz María se graduó en mayo de 1944 y nos casamos el primero de junio … en la iglesia San Antonio de Río Piedras” (151). Tuvieron nueve hijos que “se multiplicaron por dos y completaron dieciocho, los nietos [2], que combinados con los hijos políticos (cantidad que varía ocasionalmente), suman, más o menos, unos cuarenta o cuarenta y cinco miembros de la familia inmediata” (155).
Luz María trabajó como maestra, pero, según rememoró don Tommy, se dedicó a educar a sus hijos. Mientras tanto, él se mantuvo “en la profesión que había escogido, de escritor y productor de programas radiales, a pesar de que mis amistades y parientes pensaban que no iba a poder mantener a mi familia con esta ocupación” (155).
Al momento de repasar su vida en este valioso testimonio, don Tommy aceptó una verdad que resume sus impresionantes vivencias: “En realidad sería muy malagradecido si renegara de mi suerte” (168). En realidad, fue una combinación entre sus vivencias personales, sus deseos de progresar a pesar de los obstáculos y el gran amor que sintió por su esposa y su familia, la inmediata y la extendida –incluyendo a vecinos, amigos y compañeros de trabajo. Todos ellos, de alguna manera, quedarían plasmados en alguna de las miles de páginas que escribió a diario, con tres dedos, en aquella maquinilla Underwood que todavía conservaba en un rincón de su oficina.
[1] Los números entre paréntesis corresponden a las páginas del libro Así he vivido, publicado en 2008 por Ediciones Santillana.
[2] Tanto Pedro Javier como Joaquín, dos de sus nietos, confirmaron por separado que son veintidós nietos en total.
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