Crisis humanitaria: ¿Qué es lo que no entienden?
Todos tenemos en nuestra mente las fotos del anuncio de niños sumamente pobres de World Vision.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 8 años.
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Todos tenemos en nuestra mente las fotos del anuncio de niños sumamente pobres de World Vision. Niños con barrigas llenas de parásitos y lombrices, buscando entre la basura para encontrar algún alimento que alguien haya resuelto echar al zafacón. Pensamos en crisis humanitaria y nos llegan los recuerdos del terremoto de Haití y niños perdiendo extremidades, amputaciones y torniquetes por todos lados. Pensamos en la tristeza de Darfur, en el genocidio de 1 millón matándose a machetazos en Ruanda. O quizás nos viene a la mente la violación de miles de niñas por parte de Boko Haram o las niñas asesinadas por ir a la escuela en Pakistán y Afganistán.
Muchos hemos visto imágenes en la colección fotográfica de Jack Delano, que documentó nuestra Isla cuando la pobreza fue de tal naturaleza que la expectativa de vida era cerca de 50 años. Es entonces que podemos comprender la paupérrima existencia isleña para los años 30 y vemos en algo lo que nuestros abuelos nos relataron. Por tanto, es normal que se diga por mucha gente en la Isla que es una exageración plantear que estamos en una “crisis humanitaria”. Pero en mi opinión el problema ha sido que el mensaje se ha llevado de forma equivocada. No es que esté en una crisis humanitaria toda la población, pero ciertamente las personas más vulnerables van en esa dirección y el resto nos acercamos rápidamente a un escenario de total incertidumbre.
Veamos los datos:
- 1.6 millones de personas (cerca de la mitad de la población) dependen del Gobierno para sus servicios de salud.
- 1.4 millones de personas dependen del Gobierno para sus alimentos.
- 150 mil personas dependen del Gobierno para un techo.
- 160 mil familias dependen hoy día del sistema de retiro del Gobierno para recibir alimentos y medicamentos.
- Otras 200 mil personas cuentan con ese sistema de retiro para poder subsistir en su vejez en los próximos años.
- Cientos de miles de personas tienen todos sus ahorros en las cooperativas y tienen un temor brutal de que todos sus ahorros se esfumen.
- El Estado recibe 50 mil querellas anuales de maltrato (o sea, que ocurren muchos más, pero miles no llegan a querellarse) y apenas puede actuar con el personal que tiene.
- La universidad del Estado no recibe los fondos necesarios para poder competir a nivel global y nuestras universidades no están en las primeras 1,000 del mundo, por lo que cualquier egresado local ya tiene una desventaja versus las prestigiosas instituciones globales.
- Nuestra escuela pública está en la posición 58 de los 65 países que cursaron las pruebas globales. Es decir, estamos al lado de países de tercer mundo en cuanto a calidad educativa, según las pruebas que se cursan en todo el mundo.
- Las enfermedades catastróficas que sufre nuestra población están entre las más altas del mundo en diabetes, Alzheimer, Parkinson, asma, condiciones cardiovasculares y cáncer.
- Ni hablar de la incidencia de enfermedades mentales que tenemos, que son una verdadera bomba de tiempo.
- La emigración consiste en la partida del 10% de nuestra población en los pasados años, y esto se une al envejecimiento acelerado en un país hostil para la población de la tercera edad.
- El sistema de retiro de maestros de los colegios católicos dejó desapareció, dejando en la inopia a miles de educadores.
Díganme si no sería una crisis humanitaria que 1.6 millones de personas se queden sin poder pagar sus servicios médicos, que 300 mil personas no tengan nada de dinero para su vejez, y que 40 cooperativas y 48 municipios estén a punto de desaparecer como los conocemos. Esa incertidumbre para tantos cientos de miles de los más vulnerables, ¿no es acaso una crisis humanitaria? Y si no lo es hoy, ¿lo será pronto?
El problema de todos estos indicadores es que a menos que hagamos cambios dramáticos para resolver nuestros problemas, todos se van a empeorar y la emigración se va a disparar como nunca, haciendo muy remoto un cambio de dirección. Nuestras expectativas de futuro van en colisión directa con el escenario al que nos enfrentamos rápidamente. Y no, no es exagerado plantear la frase “crisis humanitaria” porque tenemos a más de la mitad de la población dependiendo de un Estado que se queda sin capacidad de sostener el estilo de vida de la mayoría del pueblo. Y la situación se puede deteriorar rápidamente con cientos de casos en los tribunales que restrinjan aún más la situación para los más vulnerables.
La generación que hoy se retira a los 60 años piensa que esa será su realidad. Jóvenes tienen la expectativa de que podrán ir a escuelas con internet, computadoras y iPads como en el resto del globo. El 61% de nuestra población piensa que tiene derecho a un techo, comida y servicios esenciales, aunque no trabaje formalmente. Nuestros jóvenes adultos piden un derecho a una buena universidad, aunque la Universidad de Puerto Rico (UPR) cueste $25 mil por estudiante y lo que paga cada estudiante es $2 mil anuales. Nuestra gente piensa que con un bachillerato será suficiente para ganar $20 la hora, aunque sea del Echarricha College y su bachillerato no requirió estudiar ocho horas al día, como se hace a nivel global para poder aspirar a lo mismo.
Nuestros estudiantes no ven como una profunda crisis que sus escuelas públicas están en la posición 58 de 65 en el mundo y que sus universidades no están entre las primeras mil del globo. Nuestra población dependiente del Gobierno aumenta y los servicios médicos de 1.6 millones de personas dependen totalmente del Estado y gran parte de los fondos federales, siempre y cuando el gobierno local aporte primer su parte y luego el resto.
Nuestra gente está acostumbrada a recibir luz y agua en su hogar, aunque gran parte de la población no la paga, pero siente tener un derecho a ello. Se tiene la expectativa de ir al médico y conseguir un especialista en la Sala de Emergencia. Si bien es cierto que el Centro Médico de Río Piedras siempre ha sido un lugar problemático, en los otros hospitales se piensa que al llegar habrá un especialista que te atenderá y para algunas condiciones el único lugar donde se trata a la gente es en el Centro Médico. No les hablo de los alcaldes, que creen que pueden seguir gastando como titanes y critican la moratoria aprobada porque ellos querían seguir desangrando al Banco Gubernamental de Fomento (BGF) para hacer cunetones y aceras.
Esta semana el sistema de hospitales HIMA San Pablo anunció el despido de cerca de 450 personas. El Colegio de Médicos reitera la emigración de especialistas, haciendo que una cita con un nefrólogo tarde ocho meses y con un endocrinólogo hasta seis meses. Ni hablar de oncólogos y especialistas pediátricos.
Decir que no estamos por enfrentar una crisis humanitaria es no ver el tsunami que está por azotar nuestras costas si el Estado de verdad deja por completo de proveer servicios esenciales. Actualmente, el acuerdo con la AEE se puede venir abajo y con ello dificulta que se pueda comprar el combustible que se necesita para operar el sistema energético. Si por algunos días sin luz hemos visto asesinatos por hielo, ¡imagínese un escenario de apagones generales o selectivos por falta de combustible! La carísima AAA va a subir nuevamente el costo de agua para poder cumplir con mejoras capitales que se han postergado por décadas. Y así por el estilo. La tarjeta de salud del Gobierno está a un año de quedarse sin fondos y con ello a la prángana, aún peor los que la necesitan.
Cierto es, no somos Haití, ni Somalia, pero nuestras expectativas de vida son irreales ante el estado de situación actual de la Isla y la incertidumbre futura es aún peor. El deterioro que hemos visto en las pasadas décadas amenaza con acelerarse y la emigración con incrementar sustancialmente. Aún más fuerte es aceptar que gran parte de la solución a nuestros problemas ni siquiera está en nuestras manos, ya que nuestro futuro queda en manos de un reticente Congreso de Estados Unidos.
Ya destruyeron la colonia. Ahora no sigan destruyendo el futuro. No podemos con tanta incertidumbre y tanta politiquería barata. Crisis humanitaria como la de las esclavas sexuales raptadas por ISIS en Siria e Irak no es, pero nuestro estilo de vida y aspiraciones penden de un hilo y la división política solo disuade a resolver lo que puede ser irreversible.
Nacido en Chicago y criado en San Lorenzo, el licenciado Jay Fonseca estudió en escuela pública. Fue a la UPR a estudiar empresas y derecho luego de teología. Es analista político en Telemundo y WKAQ 580. Autor del libro “Banquete Total: Cuando la Corrupción dejó de ser ilegal” y por una década fue columnista en Primera Hora. Supera el millón y medio de seguidores en Facebook, Instagram y Twitter, lo que lo convierte en uno de los principales “influencers” de la Isla. Es padre de una niña y tiene un app bajo su nombre, Jay Fonseca.
Esto tiene salvación
Esta columna busca proponer soluciones de manera muy sencilla a las situaciones actuales que afectan el País.