Las verdades de los mentirosos compulsivos
El mitómano o mentiroso compulsivo crea un personaje de sí mismo porque su imagen no le satisface.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 12 años.
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Muchos de ustedes recordarán a Tania Head, una española que engañó al mundo cuando se hizo pasar por una sobreviviente del ataque terrorista ocurrido el 11 de septiembre de 2001 en el World Trade Center en Estados Unidos.
Un artículo publicado en el 2007 por el The New York Times destapó el falso relato de la mujer, de quien no se ha sabido más desde entonces. La pregunta obligada aquí es: ¿Qué se persigue detrás de una mentira como ésa?
Angie González, psicóloga con especialidad en consejería, destaca que “si yo no me siento cómoda con la persona que soy, creo una realidad alterna”.
González establece que se utilizan dos términos para denominar este tipo de conducta en la que la mentira compulsiva está implicada: pseudología fantástica y mitomanía. “La mentira compulsiva no es un trastorno en sí mismo. Es una manifestación clínica, una sintomatología que forma parte de otros trastornos”, establece la psicóloga.
El mitómano crea un personaje de sí mismo porque su imagen no le satisface, no la tolera y no la soporta. “Lo que hay de base es un problema de autoestima bien serio”, advierte González. “Yo necesito decirte que soy alguien que realmente no soy. Necesito presentarme delante de ti como ese ideal de lo que yo quisiera ser”, explica.
“Yo quisiera ser dueña de cinco casas en los Estados Unidos y yo quisiera ser la dueña de una villa de $20 millones en República Dominicana, pero lo que realmente tengo es una guagüita de cuatro cilindros”, destaca, a modo de ejemplo, la profesional.
“Yo no acepto esa realidad de mi vida, a mí me produce malestar emocional clínicamente significativo la realidad de que no tengo más que un carrito y vivo en una casa humilde. Yo voy a crear toda esta fantasía para presentarte a alguien que tú puedas aceptar. En realidad, estoy proyectando falta de aceptación”, asegura la experta en salud mental, quien señala que los mitómanos no mienten por ausencia de ética y de moral. Tampoco lo hacen por maldad.
¿Piensan en las consecuencias? “Para nada”, establece la psicóloga. “Hay temeridad en el asunto. Son temerarios”, asegura.
La experta en salud mental sostiene que los mentirosos compulsivos “no necesariamente” sienten culpa al mentir. Ahora bien, si los descubren en sus mentiras, tal vez puedan sentir vergüenza o pasen por un proceso de reflexión.
¿Se puede agravar la situación con los años? “Definitivamente”, establece la psicóloga.
González advierte que “todos mentimos” en diferentes circunstancias y momentos de la vida. Ese tipo de mentira se califica como esporádica.
Es importante establecer que el que una persona mienta con demasiada frecuencia no implica que ésta sea mitómana. La diferencia es qué se persigue cuando se miente.
“Si mientes en las planillas porque no quieres pagar tantos chavos, no es que seas un mentiroso compulsivo, aunque mientas todos los años en todas las planillas. Es bien claro que lo que tú persigues es un beneficio material inmediato”, acota la experta.
“Cuando tú ves que (la persona) está mintiendo porque hay un beneficio psicológico, de placer, de relajación, de construcción de una realidad alterna, es que hablamos de un mentiroso compulsivo o un mitómano”, establece González.
El mitómano miente de forma enfermiza. La mentira le produce satisfacción y placer. “Se dan unas dinámicas neuroquímicas; una liberación de adrenalina que hace que la persona experimente placer en esos procesos de mentir”, informa la experta en salud mental.
Por otra parte, la mentira opera de formas muy diferentes en variados trastornos; por tal razón, es difícil establecer el diagnóstico de un mitómano.
La psicóloga comparte, a modo de ejemplo, escenarios clínicos en los que se exhibe la mentira. El primero es el proceso de evolución y desarrollo del niño. “En esa etapa, el niño entre los cuatro y seis años –tal vez hasta los siete– está definiendo la diferencia entre la fantasía y la realidad”, indica la profesional, quien añade que, en ese proceso, el menor habla con amigos imaginarios y la fantasía es parte de su vida.
La mentira puede ser parte de un trastorno somático como el facticio. “Son el tipo de personas que se inventan unos síntomas físicos de enfermedad”, sostiene González, quien añade que éstos se producen a raíz de una necesidad psicológica.
González establece que la detección de la mitomanía no es fácil. “Es difícil y toma tiempo porque en la mayoría de los casos, a quien tú atiendes en la sesión, es al mentiroso. Él no se está dando cuenta de que miente; él se cree sus propias mentiras”.
Es por esta razón, que colaterales, familiares y amigos del mitómano tienen que asistir también a las terapias para que entiendan cuál es el proceso y compartan evidencia y testimonios que ayuden al paciente a enfrentar la realidad.
“Estos trastornos de la personalidad hay que trabajarlos con mucho cuidado porque no puedes sentar a la persona frente a su mentira como si estuvieras haciéndole un juicio; la persona tiene muchos problemas en la estructura de su personalidad como para poder reconocerse, evaluarse y admitirse tal como es”, acota la profesional.
¿Es posible la rehabilitación de un mitómano? “Sí, definitivamente. Requiere procesos de terapia que pueden ser largos, puede requerir medicación. Es algo que la persona tiene que manejar en terapia casi toda la vida”, advierte.
El clínico debe atender al mitómano por largo tiempo para documentar muy bien todas las historias que esta persona hace porque, eventualmente, “va a empezar a entrar en inconsistencias y contradicciones. Es que no hay manera de tú mantener en tu memoria, dos, tres, a veces cuatro mundos alternos o personalidades alternas”, concluye.