The Host
Y ustedes creyeron que Twilight era mala…
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 11 años.
PUBLICIDAD
Imagínense por un instante -y ruego disculpas de antemano por colocar esta estremecedora imagen en sus mentes- una versión alterna de la saga de Twilight en la que los espectadores pudiésemos escuchar cada pensamiento que recorre la cabeza de Bella Swan -asumiendo que pasan pensamientos por ella, obviamente-, en un constante conflicto interno entre dos partes de su psiquis para escoger entre Edward o Jacob.
“No, no beses a Edward. Ok, sí, bésalo. No, espera, mejor besa a Jacob. Mmmm… abdominales. Pero, es que Edward… ¡Oh no! ¡Los Volturi! ¡Corre Bella!”. Algo así. Horrible, ¿no? Pues eso es The Host.
La autora Stephenie Meyer supera los paupérrimos niveles establecidos por Twilight al tomar el esqueleto de ésta y simplemente trasplantarlo a su otra novela que ahora es adaptada al cine por el director y guionista Andrew Niccol, quien debería ser sentenciado a cumplir cinco años en la cárcel del cine por este patético trabajo. Nada de lo que hacía accidentadamente cómica aquella insípida y multimillonaria serie ha sido migrado a esta nueva película. Lo único que se mantiene intacto es la capacidad de Meyer para crear chatarra para adolescentes.
Del mismo modo que ultrajó a los vampiros y los licántropos, Meyer hace aquí con la ciencia ficción, creando una absurda sociedad utópica que se torna más y más estúpida de escena a escena. La acción transcurre en la Tierra, un planeta ahora sin violencia ni hambruna y poblado por entes amables y pacíficos que no son humanos. Se trata de un tipo de reinterpretación por parte de Meyer de Invasion of the Bodysnatchers en la que extremadamente vulnerables y pequeños extraterrestres, con apariencia de mitocondrias con tentáculos, toman posesión de los cuerpos de las personas.
Estos alienígenas necesitan ser quirúrgicamente insertados en las nucas de los humanos y su único armamento son unos palitos plateados rotulados “Paz” (juro que no me lo estoy inventando) que rocían un líquido que desmayan a las personas. ¿Cómo entonces lograron colonizar la Tierra? La película no lo responde. Esa es una de múltiples lagunas en el trabajo de Meyer -y la adaptación de Niccol- que ni siquiera comienza a raspar la superficie de todo lo que está mal en esta producción que aspira a convertirse en franquicia. Sí, franquicia, porque Meyer ha dicho que escribirá dos libros más. El dios del cine nos coja confesados.
Cuando la cinta comienza, la joven “Melanie Stryder” (Saoirse Ronan), miembro de la “resistencia humana”, es capturada por estos extraterrestres con resplandecientes pupilas que lucen hermosos cuerpos tonificados último modelo, por supuesto, y conducen ultra brillosos vehículos deportivos marca Lotus. De inmediato, la adolescente es colonizada por un ente llamado “Wonderer”, pero ¿qué pasa?: que “Melanie” aún está atrapada dentro de su cuerpo y no está dispuesta a soltarlo, por lo que ella y “Wonderer” ocupan el mismo espacio y, sí, tienen conversaciones internas. Es como ver a un paciente esquizofrénico peleando con sus voces.
En papel esto quizá habrá funcionado distinto (no pienso averiguarlo), pero lo que sí queda claro a tan sólo diez minutos de iniciar el filme es que en el cine el efecto es totalmente ridículo. La situación alcanza el cenit de su zanganería cuando más adelante, cuando la chica se reencuentra con otros miembros escondidos de la resistencia, “Wonderer” se enamora de un chico que no es el novio de “Melanie”, por lo que tenemos a ésta gritándole internamente al extraterrestre que no puede besar a ese chico pero tampoco puede besar a su novio. Es algo que tiene que verlo para creerlo. Meyer tomando el trillado triángulo amoroso y convirtiéndolo en un cuadrado en el que no pueden faltar los besos en la lluvia.
Niccol no hace ni el más mínimo intento de mejorar el material. Su dirección carece de un sentido de urgencia, sin nada que impulse la trama de los extraterrestres tratando de hallar el escondite de los humanos. Todo recae en la melodramática relación amorosa, que se arrastra a lo largo de dos interminables horas al ritmo de un buey halando un arado. Alguien, por favor, restrínjale el acceso a Meyer a cualquier lápiz, bolígrafo, maquinilla, computadora o cualquier otro objeto que pueda utilizar para escribir.