Mirando el Facebook esta mañana encontré un “post” de la animadora Gricel Mamery deseando descanso eterno a su amigo Luis Raúl.

Enseguida recordé que el lunes post-Miss Universe otras personas publicaron aquel extracto de alguno de sus tantos monólogos en los que hacía trizas con los concursos de belleza. Interesante es que no se iba tanto contra las candidatas, sino con el formato de los certámenes y lo crueles que podemos ser al juzgar a esas muchachas.

Entonces llego esta mañana a la redacción y conversando con una compañera le comento que iba a montar algo para recordarlo. Intercambiamos impresiones sobre los días que antecedieron su sorpresiva partida, y de otros momentos en los que estaba en su nivel máximo de creatividad y energía.

Con Luis Raúl trabajé mucho en la dinámica de periodista y entrevistado. Hubo tiempos de mucha armonía, en los que llegó a llamarme a altas horas de la noche para consultarme si me gustaba tal o cual idea para un artículo. Muchas veces cogí el celular pasadas las 11:00 p.m., y lo hacía consciente de que estaría un mínimo de 30 a 45 minutos en el teléfono, porque una vez él soltaba aquella lengua  inquieta, directa, atrevida, mal hablá, sagaz… había que ser más hábil que él para cortarle.

También hubo etapas en las que supe que no quería saber de mí. Fue el tiempo en que salió del antiguo programa “Anda pa’l cará” y se retiró del ojo público por un largo periodo. Me llegó a decir que cada vez que veía mi nombre reflejado en su celular quería que me llevara quien me trajo.

-Advertencia de lenguaje fuerte-

Estoy casi segura que fue un viernes tarde en el día que el editor me asignó llegar hasta el Hospital Pavía en Hato Rey para auscultar alguna información sobre el estado de su salud.

Ya había oscurecido cuando llegué al estacionamiento del hospital. Lo primero que identifiqué allí fue la guagua Honda verde de “Luisra”, como cariñosamente todavía se le recuerda.

Ver su guagua allí, en aquel momento, me dio cierta tranquilidad porque pensé, “si llegó guiando hasta aquí, no debe estar tan mal”.

Me encontré con el actor y director Gil René, que recién bajaba de verlo. No pudo interactuar con él debido al respirador artificial, pero hablamos en tono optimista.

En ninguna mente había espacio para imaginar que Luis Raúl se estaba yendo de este lugar al que vino para alegrarnos por ratos, para sacarnos las carcajadas más sonadas, para aliviarnos la cotidianidad social, política, familiar y hasta de ¡pareja!

Me decía esta mañana el productor Rafo Muñiz, quien fue su manejador, pero sobre todo su amigo, que en estos días de tanta turbulencia política aquí y más allá (¡cuánta tela para cortar con Trump nada más!), “Luisra estaría haciendo lo del y haciéndonos más liviana la carga, no hay duda de eso”.

“Creo que Luis Raúl ya se convirtió en una leyenda”, reflexionó Muñiz. “Como amigo evidentemente es un vacío de alguien extremadamente inteligente, buen amigo y siempre extraño esa peculiar picardía con la que él sabía mantener la amistad”, compartió.

Días después, no recuerdo bien si fue a los dos días, me acosté con la tensión de que en cualquier momento la relacionista Lidda García llamaría a dar la noticia impensada. La llamada llegó el 2 de febrero de 2014 y como ocurre con toda cobertura, uno entra en un estado de neutralidad para tratar de hacerse inmune a las emociones.

Trabajé otras historias de seguimiento a su partida, siempre a distancia. Honestamente todavía lo pienso y no creo que me haya tocado despedirlo.

A su colega Raymond Arrieta le pasa que cada vez que entra a un teatro, le es inevitable recordarlo. “A la vez me molesto con él, porque no se cuidó su salud, pero todavía es la hora que no lo puedo creer”, dijo el comediante hace un rato.

“Acabo de llegar del Teatro La Perla en Ponce, donde tuvimos cinco funciones, y todas las funciones se las dediqué a él. Y me da ese ‘feeling’ (nostálgico) cada vez que entro a un teatro, porque trabajé mucho tiempo con él”, rememoró Arrieta.

Todavía yo recuerdo su guagua estacionada en el hospital y sigo pensando que él jamás imaginó que no saldría de allí por sus propios pies.

Luis Raúl, gracias por las risas. Descansa.