Según usted la mire, Whiplash puede ser interpretada como la inspiradora historia de la intensa relación entre un pupilo y su maestro o el cruento enfrentamiento entre dos viles psicópatas que no deberían andar sueltos por la libre sociedad. El director y guionista Damien Chazelle no se inclina por ninguno de los dos extremos en su debut cinematográfico, uno que ha gozado de efusivas críticas desde su estreno en el Festival de Sundance en enero 2014 gracias en gran parte a que, independientemente de la lectura que usted le dé, al menos saldrá satisfecho de la sala por el nivel de entretenimiento que ofrece, particularmente en su explosivo final. 

Miles Teller encarna a “Andrew”, estudiante de batería de un prestigioso conservatorio en Nueva York. Su profesor/némesis es “Fletcher”, interpretado por J.K. Simmons con la furia de R. Lee Ermey como el sargento abusivo de Full Metal Jacket. Varias páginas del guión de Chazelle fácilmente pudieron ser leídas en ese clásico de Kubrick sin estar fuera de lugar. Bastaría con cambiar la acción de un campo de entrenamiento militar a los salones de ensayo del centro docente y el diálogo podría quedarse prácticamente igual, con la gran diferencia de que el libreto de Kubrick claramente condenaba los métodos del sargento “Hartman”, algo que Chazelle no hace con “Fletcher”. Al contrario, en ocasiones parece apoyarlos.

“Fletcher” invita a “Andrew” a audicionar para formar parte de su elitista orquesta de jazz, cumpliendo así el mayor anhelo del joven antes de retorcerlo hasta transformarlo en la peor experiencia de su vida. Pero “Andrew” es igualmente obstinado y aguanta todo el abuso que recibe de su profesor, desde sus ofensivas diatribas hasta los ataques físicos. El joven está obsesionado con convertirse en un baterista famoso y para ello está dispuesto a derramar sudor y sangre, literalmente.  El costo no importa y su comportamiento es característico de alguien con trastornos mentales y sociales, enajenándose de su familia y hasta de un posible interés amoroso con tal de cumplir su meta.

La guerra de voluntades que se desata entre “Andrew” y “Fletcher” es lo que nos mantiene cautivados, y esto no sería posible sin las tremendas actuaciones de Teller y Simmons en un perfecto balance entre lo introspectivo y lo extrovertido, el primero como el masoquista y el segundo como el sádico. Teller exterioriza el conflicto interno de su personaje a través de la batería –instrumento que sabe tocar desde los 15 años, y la fantástica edición de Tom Cross lo hace ver como todo un virtuoso- desahogando sus frustraciones artísticas y su empeño por sobresalir golpeando el cuero y los platillos. Simmons, por su parte, es simplemente un monstruo, el “Mr. Holland” de Richard Dreyfuss con disfraz de verdugo, características que hacen de su papel uno muy divertido de ver pero bastante unidimensional.

Y Whiplash no es mucho más que eso: una muy entretenida película acerca de dos hombres que se odian profundamente. ¿O quizá no? Quizás ambos están conscientes que detrás de todo el desdén mutuo, las cuestionables acciones de uno buscan sacar lo mejor del otro. Chazelle jamás deja claro el mensaje que quiere llevar con su ópera prima, y mientras al principio se mantiene firmemente dentro de los confines de lo creíble, un absurdo y trillado incidente entre el segundo y tercer acto empujan el argumento hacia lo increíble. Pero vaya que la saca del parque con ese final, donde ambos enemigos suben al cuadrilátero y resuelven sus diferencias a través de la música. El abrupto corte a negro invita a aplaudir, aun cuando no estemos seguros de por qué lo hacemos.