Tomorrowland
Brad Bird nos deleita con fantásticas imágenes acompañadas por un valioso mensaje cargado de buenas vibras.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 9 años.
PUBLICIDAD
“¿Tengo que explicártelo todo? ¿Acaso no puedes simplemente asómbrate y seguir adelante?”
Esas son las preguntas que uno de los protagonistas de Tomorrowland le hace a otro cuando la trama parece viajar como un cohete a toda velocidad sin prestar mucho atención a si todas sus piezas tienen sentido. Permítame la osadía de dañarle la “sorpresa”: no. No todas las ideas que el director Brad Bird y su coguionista Damon Lindelof lanzan a la pantalla tienen sentido ni funcionan a cabalidad, pero detenerse a explicarlas una por una sería ponerle freno al espíritu de aventura que impulsa esta divertidísima película familiar. Así que las mismas dos preguntas también van dirigidas a usted, amigo espectador: ¿acaso no puede sencillamente asombrarse y disfrutar de lo que está viendo?
Yo pude, y con suma facilidad. No recuerdo la última vez que llegué a una sala de cine a ver una producción de esta envergadura sin la más mínima idea de lo que iba a aparecer en pantalla. No acostumbro a ver tráilers, menos cuando son de proyectos cinematográficos capitaneados por cineastas que guardo en la más alta estima. Bird, director de The Iron Giant, Ratatouille y The Incredibles, ciertamente cae dentro de esta categoría, y Tomorrowland es un trabajo original, especie en peligro de extinción a nivel de estudio. Bastaría con esto para atesorarlo como la rareza que es, pero el filme ofrece más razones, comenzando por una rotunda apuesta al optimismo realizada con tal honestidad que podría resultar chocante a un sector del público con su aparente ingenuidad.
Seré conciso ya que una de las maravillas de la película es precisamente ir descubriendo sus secretos, unos que no cumplen del todo con las expectativas que establecen alrededor de su misterio central. Sin embargo, aquí resulta más significativo el viaje que el destino, y la travesía inicia en 1964 cuando La Feria Mundial reunió a muchas de las mentes más brillantes del planeta. “Frank Walker”, un niño de unos 10 años, llega al evento para presentar el cohete portátil que lo elevaría por los aires si funcionase correctamente. Tras ser rechazado por el panel de expertos, una niña de nombre “Athena” (Raffey Cassidy) le entrega un pin que al tocarlo lo transporta a una dimensión alterna que alberga una utopía futurista donde los inventos más descabellados pueden hacerse realidad.
Décadas más tarde, en el actual presente y lejos de la ambiciosa curiosidad que nos llevó a pisar la Luna –Tomorrowland comparte no solo muchas de las críticas negativas que se le hicieron a Interstellar sino además el mismo lamento ante la falta de exploración espacial-, la adolescente “Casey Newton” (Britt Robertson) recibe otro pin a través de la misma niña. De inmediato, la brillante joven se obsesiona con conocer el origen de este fabuloso lugar en el que nada parece imposible. Su investigación la lleva al hogar de “Frank Walker” (George Clooney), quien se ha convertido en un tipo de ermitaño que dista mucho de aquel niño que soñaba con ser el próximo Tesla o Einstein. Solo él guarda la llave que podría llevarla a Tomorrowland.
¿El problema? Que cuando finalmente llegamos allí, en realidad no resulta tan fascinante como esperábamos. Solo en el tercer acto es cuando la película se detiene a explicarlo todo, y el ritmo sufre a consecuencia de la descarga de exposición, aunque jamás deja de entretener. Bird es demasiado bueno como para dejar caer la bola de esa manera, y al menos en el departamento emocional, las actuaciones de Clooney y la novata Cassidy –quien aquí deja una muy buena impresión- convencen con la inusual relación que se desarrolla entre ellos. Robertson, por su parte, no solo funge como la subrogada del espectador, transmitiendo el asombro que se apodera de ella con cada nueva clave, sino además la encargada de proveer el humor, sobresaliendo en ambos renglones.
Pero al margen de las fallas, al final ninguna obstaculiza la fantástica puesta en escena, las inventivas secuencias de acción, la espléndida dirección artística que se observa en cada escena ni el mensaje que Bird y Lindelof desean transmitir, uno que ya le ha valido duras críticas de “elitista” e “idealista”. Ambos abogan por algo tan sencillo como el positivismo, tarea difícil en los cínicos tiempos actuales, pero idónea para ser escuchada por los niños a los que esta producción de Disney va principalmente dirigida. El fin del mundo y las distopias se han convertido en el escenario preferido de la mayoría de nuestros medios de entretenimiento. ¿Qué tiene de malo pedir que divisemos nuestro futuro a través de un cristal más esperanzador? ¿Ingenuo? Sí, quizás, pero bienvenido. Tomorrowland apuesta a la inteligencia y la curiosidad humana para salvar al planeta de nosotros mismos, algo más admirable que ver a los superhéroes hacerlo.