The Wind Rises
El maestro Hayao Miyazaki se despide del cine regalándonos su última obra maestra e invitándonos a continuar soñando más allá del bien y del mal.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 10 años.
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Todo lo que quería hacer era crear algo hermoso.
- Jiro Horikoshi
Los forjadores de invenciones, aquellos que a lo largo de la historia han desafiado lo relativamente imposible para avanzar la civilización y perpetuar la creatividad, siempre han estado a merced de un imprevisible futuro en el que el producto de su imaginación -por más noble que sea- podría verse desfigurado y utilizado para ejercer el mal. Sin embargo, este es un riesgo no solo tolerable sino necesario, pues si se pusieran a ponderar la multiplicidad de posibles consecuencias de sus actos –ajenos, quizás ingenuamente, a la capacidad de las personas para cometer inimaginables horrores-, la alternativa sería suprimir el espíritu soñador que nos hace humanos.
Este es el complejo dilema moral que el renombrado cineasta Hayao Miyazaki eligió para despedirse de la pantalla en la que tantas delicias cinematográficas ha plasmado durante décadas como uno de los máximos artistas que jamás se haya visto en el séptimo arte, y su extraordinaria obra final, The Wind Rises, solo constata esta realidad. Esta no es la primera vez que el director de 72 años ha anunciado su retiro, pero esta vez parece hablar en serio, pues aquí refleja un sentido de finalidad y reflexión en el que aparenta contemplar su acaudalada carrera y los costos personales de su devoción, tal y como lo hace su protagonista, Jiro Horikoshi, el inventor del avión de combate Zero que tanta muerte y destrucción causó en la Segunda Guerra Mundial.
Contrario al resto de su filmografía –poblada por piedras mágicas, gatos-guagua, cerdos pilotos, castillos andantes, brujas, espíritus y muchísimos otros elementos fantasiosos- The Wind Rises es la primera película de Miyazaki en desarrollarse en un contexto real, aunque retiene la afinidad que siempre ha demostrado por la aviación. El cofundador del reputado Studio Ghibli toma la figura de Horikoshi para sumergirse en una narrativa semibiográfica en la que explora la facilidad con la que el más puro de los sueños puede rápidamente transformarse en la más horrenda pesadilla, idea expuesta desde la fantástica escena inicial en la que un pequeño Jiro sueña con el avioncito de vapor que construyó y pilotó con éxito sobre una aldea japonesa de 1918, solo para ver cómo oscuras entidades amorfas lo derrumban de los aires.
El sueño es uno de muchos presagios que aparecen a lo largo del filme en los que observamos a Jiro diseñando y perfeccionando el avión que eventualmente se convertiría en el Zero. En ellos el joven ingeniero se topa con el aviador italiano Caproni –o al menos su idea de este- quien celebra las virtudes de estas máquinas voladoras a la vez que le advierte acerca de sus inevitables usos bélicos de cara al conflicto mundial. “¿Prefieres un mundo con o sin pirámides?”, le pregunta Caproni para que considere los posibles costos de la idea que quiere materializar, a la vez que verbaliza el cuestionamiento moral que impulsa la trama. Estas secuencias oníricas sirven de contrapunto al drama formal que domina la mayor parte del largometraje, con Jiro cursando sus estudios universitarios hasta convertirse en empleado de Mitsubishi como uno de sus principales técnicos.
Miyazaki se encarga de presentar a estos ingenieros como artistas, prestando particular atención al detalle de sus diseños que reflejan el mismo cuidado que él y su equipo de animadores le han dado a la hermosa animación a mano que embellece cada minuto de esta cinta. Mientras el resto del mundo se ha movido a la animación computarizada, el director de Spirited Away, My Neighbor Totoro y otros clásicos continúa exaltando esta vieja y probada técnica con la que obtiene increíbles resultados que se sienten orgánicos, contrario a los que se logran digitalmente. Es un maravilloso trabajo artesanal que desafortunadamente está desapareciendo y merece ser valorizado.
Aun dentro de un entorno real, Miyazaki halla la manera de proveerle a este mundo el sentido de vida que se aprecia en todo su canon. En una de las escenas más memorables, el aparatoso terremoto que sacudió a Japón en 1923 es animado como una ola de destrucción que ruge con la voz de un maligno espíritu mientras destruye todo en su camino. De igual forma, el flirteo en la relación amorosa entre Jiro y una chica que en la segunda mitad del filme sirven de conmovedor sosiego ante la cercanía de la guerra, es expresado por Miyazaki mediante un juego de aviones de papel que parecen elevarse más allá de lo físicamente posible gracias al viento que calienta las llamas del amor. Estas y otras secuencias son espléndidamente animadas al compás de la exquisita banda sonora de Joe Hisaishi, su fiel colaborador que aquí introduce armonías occidentales en su singular estilo musical.
Tras su estreno en el Festival de Venecia el año pasado, The Wind Rises ha sido fuertemente criticada por supuestamente ignorar las barbaridades cometidas por Japón en la Segunda Guerra Mundial y tratar a Horikoshi benévolamente. Sin embargo, Miyazaki ha dicho públicamente que su deseo era presentar a un individuo que persiguió sus sueños sin conciencia. La escena final, en la que vemos a Jiro confrontado con los estragos de su creación, no solo invalidan estos señalamientos, sino que refuerzan la propuesta inicial que escribió el propio cineasta para este proyecto: “Los sueños poseen un elemento de locura, y esa clase de veneno no puede ser ocultada. Anhelar algo demasiado hermoso puede arruinarte”, cita que perfectamente resume esta trágica obra maestra.
Llamar a The Wind Rises una película biográfica sería errado, pues no sigue el ritmo del típico “biopic”. La especificidad histórica es secundaria a la intención de Miyazaki de advertir acerca del precio de alcanzar los sueños, ya sea a mayor o menor escala, con su personaje de Jiro como un reflejo de todos los soñadores. Desconozco lo que le costó a Miyazaki perseguir los suyos. Me atrevo a suponer que resultó en tiempo alejado de su familia o percances de salud que se han rumorado como una de las razones de su retiro, pero estoy seguro de que él, al igual que todos quienes admiramos enormemente su obra, preferimos un mundo con pirámides.
*Esta crítica es de la versión original en japonés de The Wind Rises. La versión doblada al inglés estrena hoy exclusivamente en las salas de Plaza Las Américas y Montehiedra. Los insto a verla lo antes posible pues no le auguro mucho tiempo en cartelera.