The Tale of the Princess Kaguya
El confundador de Ghibli Isao Takahata le dice "adiós" al séptimo arte con una de las mayores obras del ilustre estudio japonés.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 10 años.
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La subjetividad conduce al abuso del calificativo “obra de arte” para describir un trabajo de altura, tanto así que cuando llega una pieza que verdaderamente lo amerita, el término suena ligero, común, trillado. Por tal razón, cabe resaltar con mayúsculas que The Tale of the Princess Kaguya -el nuevo filme del renombrado Studio Ghibli y uno de sus mayores logros artísticos- es una OBRA DE ARTE de la más alta jerarquía, un trabajo sin igual dentro de un medio animado que cada vez se torna más homogéneo y luctuosamente falto del trabajo manual que lo distinguió durante décadas. La animación computarizada es capaz de crear impactantes imágenes (nítidas, foto realistas, cuasi perfectas), pero basta con ver cualquiera de los majestuosos recuadros en los que aquí se combinan los acuarelas con el carbón para constatar que los pixeles aún están lejos de alcanzar semejante belleza.
The Tale of the Princess Kaguya marca la despedida del cineasta Isao Takahata del ámbito cinematográfico. El artista nipón de 78 años –director del clásico Grave of the Fireflies, una de las más devastadoras películas bélicas en la historia- cofundó Ghibli en 1985 junto al gran Hayao Miyazaki, quien también dijo “adiós” al séptimo arte el año pasado con la maravillosa The Wind Rises. Ambas cintas manifiestan la madurez de sus respectivos creadores, realizadas con la calma y mesura que refuerzan la vejez, retransmitiendo sentimientos melancólicos acerca del ciclo natural de la vida en el que nacemos, crecemos, soñamos, amamos, reímos, lloramos y perdemos, hasta finalmente regresar al plano existencial del que vinimos.
Takahata adapta la historia folklórica japonesa “El cuento del cortador de bambúes”, que data del siglo 10, y el estilo de la animación que elige es reflejo de esa época. A través de sublimes dibujos hechos con carbón y coloreados en acuarela con tonos pastel, el arte emula los antiguos rollos nipones cuyas yardas de extensión contenían fábulas, leyendas y recuentos históricos. Los bordes del recuadro constantemente se difuminan hacia el blanco, como si en efecto estuviéramos observando acontecimientos fantásticos que ocurrieron un milenio atrás y el recuerdo de estos apenas se puede retener en la memoria colectiva.
La trama comienza cuando el campesino “Okina” (“hombre viejo” en japonés) encuentra a una diminuta princesa que nace del interior de un retoño de bambú. “Okina” interpreta este inusual alumbramiento como un obsequio de los dioses y le lleva a la pequeña princesa a su esposa “Ouna” (“mujer vieja”), con quien no ha concebido hijos. Al entregarle a la mujercita en sus manos, esta se transforma en una bebé humana y la señora -quien ya no está en edad reproductiva- mágicamente se le llenan los senos de leche. La animación de la infante es encantadora y quizá la mejor representación animada que jamás se haya visto de los movimientos de un bebé. La observamos mientras crece pero no al ritmo normal, sino uno más acelerado, pasando del gateo a sus primeros pasos de un minuto a otro.
El rápido crecimiento de la niña expone la naturaleza efímera del tiempo, sentimiento que está presente a lo largo de la cinta. En cuestión de semanas, la pequeña pasa de la infancia a la adolescencia, etapa en la que se forja un fuerte vínculo con la flora y la fauna que la rodea. Su padre, sin embargo, tiene otro plan para ella cuando encuentra oro y lujosas sedas dentro del bambú donde nació su hija, lo que toma como otra señal divina. En contra de su voluntad, la joven se muda junto a sus padres a la capital con el objetivo de convertirla en una princesa a quién la alta sociedad conocerá como “Kaguya”. “Okina” cree que trabaja por la felicidad de su hija, pero esta se ve cada vez más atrapada por los estrictos modales y la ética que restringe a la realeza, más aun a las mujeres.
Fiel a la tradición de Ghibli, The Tale of the Princess Kaguya gira entorno a un personaje femenino obstinado, sensible e independiente. Takahata evoca a sus compatriotas Kenji Mizoguchi y Mikio Naruse no solo en el pausado ritmo en el que se desarrolla el argumento sino además en la manera cómo estos cineastas representaron la figura de la mujer atrapada en una sociedad patriarcal pero reacia a sucumbir a sus coacciones. El centro de la cinta se le dedica a las solicitudes de matrimonio que recibe “Kaguya” de parte de príncipes que ni siquiera han sido testigos de su legendaria hermosura. La princesa les impone muestras de amor imposible de alcanzar, no para que demuestren su devoción, sino para deshacerse de ellos. Su corazón está en otra parte, y cuando descubre que su tiempo en la tierra –como el de todos- es prestado, “Kaguya” se aferra aún más a sus convicciones.
El torbellino de emociones que la princesa se ve obligada a reprimir es exteriorizado en una de las secuencias más espléndidamente animadas en la filmografía de Ghibli. En un estallido de rabia, “Kaguya” escapa del castillo que se ha convertido en su prisión, derrumbando paredes y deshaciéndose de sus pomposas sedas con tanta exasperación que la pantalla parece incapaz de contener su furia. Los trazos se vuelven erráticos al punto de que la joven se convierte en un manchón de carbón y carmesí mientras corre de vuelta al campo que ella identifica como su hogar. Mientras la animación contemporánea persigue cada vez más la perfección, Takahata la encuentra en las imperfecciones de los rasgos y las explosiones de color.
Una obra de Ghibi no estaría completa sin la banda sonora del maestro Joe Hisaishi, que aquí incorpora el tradicional koto (instrumento nacional de Japón) a su orquesta para componer armoniosas melodías que, junto al mucho más moderno piano, forman un puente entre el pasado y el presente. La música Hisaishi eleva la travesía de “Kaguya” literal y figurativamente durante su viaje de regreso -aquel que todos eventualmente daremos- en otra extraordinaria secuencia donde lo divino y lo terrenal convergen sublimemente. La belleza exhibida en cada recuadro de The Tale of the Princess Kaguya es tan sobrecogedora que provoca lágrimas por sí sola, pero Takahata se encarga de que las emociones que emanan al final estén al mismo nivel.