Si la primera entrega de The Hunger Games tuvo que existir para que pudiéramos tener Catching Fire, entonces tolerar la mediocridad del primer filme no fue totalmente en vano. El segundo capítulo de la saga cinematográfica –basada en las novelas de Suzanne Collins- mejora considerablemente en casi todas las áreas e incluso se acerca al borde de la excelencia, como una de esas raras secuelas que opacan a la cinta original, aunque en este caso, la convierte en un lejano y olvidable recuerdo.  

El retorno a la nación de Panem en The Hunger Games: Catching Fire eleva todo lo que está en juego, lo que tiene como consecuencia directa que la película adquiera una mayor carga emocional que la de su predecesora. Ya no existe la necesidad de introducirnos a esta falsa utopía donde los pobres viven en 12 distritos que sirven de campos de concentración, ni explicar en qué consisten los juegos gladiatorios que se usan a modo de entretenimiento para la elite y como herramienta de subyugación para los marginados. Conocemos este sitio y quienes lo habitan, por lo que lo primordial es envolvernos en su conflicto y acercarnos más a sus protagonistas.

La primera gran diferencia –y sustancial para este cambio para bien- es el guión de Simon Beaufoy y Michael Arndt, quienes entran aquí en sustitución de Gary Ross, Billy Ray y la propia Collins. La atmósfera del filme es mucho más sombría en esta ocasión y ambos escritores se encargan de que el peligro sea palpable desde los primeros minutos de la cinta, comenzando poco después del final de la anterior, pero en un mundo muy distinto al que dejamos atrás que adquiere mayor dimensión y escala gracias a la dirección de Francis Lawrence, quien también debuta en la serie.

El tremendo guión de Beaufoy y Arndt Katniss transcurre sin ningún traspié durante gran parte del largometraje, llevándonos del primer al segundo acto con un considerable nivel de urgencia mientras conocemos cómo ha cambiado Panem tras la victoria de Katniss Everdeen y Peeta Mellark en los últimos juegos.  Su romance y el desafío que este representa al mandato del presidente Snow (Donald Sutherland) le ha dado a los indigentes algo que no tenían antes: esperanza, y no hay nada peor que eso para un régimen totalitario.

La excelente Jennifer Lawrence vuelve a interpretar a Katniss con la misma convicción y determinación que han caracterizado a la novel actriz en su breve pero impresionante carrera. Lawrence vende las emociones transmitiendo todo el peso de sus tribulaciones al público a través de la rebeldía de su personaje, el cual se ve forzado a volver a participar de los letales juegos pero no sin antes aprovechar su exposición en los medios para subvertir los intentos del gobierno por apabullar su figura como símbolo de revolución.

Este pulseo entre Katniss y sus opresores componen el aspecto más cautivante de Catching Fire, sirviendo de reflejo de los tiempos actuales donde la manipulación mediática pretende redirigir la atención a superficiales protagonistas de noticias inconsecuentes en un intento por apartar nuestra mirada de lo importante. El mundo de Panem está tan bien desarrollado que quisiéramos pasar más tiempo entre sus idiosincrasias, particularmente la política que lo rige y que aquí es retada por Katniss.

Pero no. Hay que llegar a los llamados “juegos del hambre” (no hay de otra, está en el título) y, una vez más, estos continúan siendo el aspecto menos cautivante de ambas películas. La trama se torna menos emocionante una vez los 24 participantes de los juegos entran a la arena y –mientras en esta ocasión hacen un poco más que esconderse entre los árboles en lo que esperan porque maten al resto- aun así el filme pierde impulso en este último acto.

La razón para esto yace en la manera como están diseñados los juegos. Se supone que los competidores se maten entre sí hasta que solo quede uno, pero las decisiones morales que podrían surgir de esto –teniendo que decidir a quien matar entre, incluso, amigos- pierde todo peso una vez los controladores del juego meten la mano en él para manipular los resultados. Los personajes dejan de pelear entre sí para combatir el sistema mediante oponentes tan risibles como mandriles y neblina (sí, neblina), algo que incluso deberían aburrir a quienes están viendo los juegos en Panem.

Sin embargo, contrario al final de The Hunger Games, el de Catching Fire –aunque carece de un contundente clímax- deja al espectador anticipando el estreno del próximo capítulo de la saga, Mockingjay, donde los elementos más interesantes de esta secuela quizá recibirán un mayor desarrollo. Francis Lawrence estará de vuelta en la silla del director, lo cual promete mucho ya que su trabajo aquí fue muy acertado, demostrando un pleno dominio de un mayor presupuesto que le permitió hacer que todo se viera estupendo.

Desafortunadamente, Simon Beaufoy y Michael Arndt no regresarán para escribir los últimos dos filmes (el tercer libro será dividido en dos, para cobrarle a usted dos veces en la taquilla) y, con suerte, los juegos tampoco.