El verdadero terror es aquel que no se ve o no se explica: el extraño ruido en el patio en una noche de luna nueva, el rechinido de las maderas en un segundo piso sobre nosotros, los interminables segundos antes de atreverse a mirar si hay algo o no debajo de la cama o dentro del clóset, la razón por la cual la muñeca parlante de tu hija le dio por hablar y mover la cabeza a la 1:00 de la madrugada.  

El director James Wan está consciente de esto y lo expone excelentemente en The Conjuring mediante el poder de la sugestión. En su filme anterior, Insidious, Wan fue muy efectivo en provocar sustos de los que hacen brincar de la butaca, permitiéndole al espectador solo un segundo para percatarse de lo que estaba viendo antes de recibir los característicos “jump scares” del género. En esta ocasión, el cineasta emplea una técnica más refinada y difícil de lograr en la que lo que no se enseña es capaz de incitar el miedo mejor que cualquier cosa que pudiese aparecer en pantalla.  

The Conjuring se basa en la verdadera historia de una familia estadounidense que en 1971 experimentó una serie de perturbadores fenómenos sobrenaturales en su nueva residencia en Rhode Island. Vera Farmiga y Patrick Wilson interpretan a Lorraine y Ed Warren, dos investigadores paranormales expertos en la demonología que se trasladan a la vieja casa para comprobar los hechos. El guión de Chay y Carey Hayes establece los hilos narrativos de los Warren y la familia Perron por separado y los va desarrollando lenta y detalladamente hasta que ambos convergen en una serie de espeluznantes escenas que escalan en intensidad.

Es a través de los Warren que The Conjuring evita el trillado personaje escéptico que no puede creer las cosas extrañas que están pasando. La siempre estupenda Vera Farmiga interpreta a Lorraine como una mujer de convicciones espirituales, sumamente valiente pero vulnerable al mismo tiempo. Cuando los Perron solicitan su ayuda y la de su marido, su instinto darles el beneficio de la duda. Lo que encuentran en la casa los consterna del mismo modo que al público que ha sido aterrorizado a través de la primera mitad de la cinta, y lo peor aún está por venir.

Esta es una película intensamente escalofriante, del tipo que preferiblemente se ve de día y que, aun así, podría llevar a algunos a dormir con una lamparita encendida. Wan se aferra a los miedos naturales que todos compartimos: la oscuridad, lo desconocido, lo invisible y lo inexplicable. En una de las mejores secuencias del filme el cineasta transmite el pavor de una de las hijas que es la única que puede ver la siniestra presencia que hay en la habitación. Un director menos astuto la hubiese enseñado, pero Wan la deja en nuestra imaginación, que es capaz de inventar cosas más espantosas que cualquier persona disfrazada con maquillaje. De hecho, las pocas veces que enseña al demonio que acecha a los Perron, pierde algo de su poder.

Wan solo recurre a estas necesidades narrativas cuando no le queda de otra, pero lo hace menos que en Insidious. El director demuestra un crecimiento no solo en la elaboración de una terrorífica atmósfera sino en el manejo de la cámara que aquí adopta por momentos un estilo documental que nos acerca aun más al terror mientras recorre todos los recovecos de la casa maldita. Wan incluso halla una nueva forma de presentar un exorcismo, también, sin enseñarnos más de lo necesario. The Conjuring nos recuerda lo divertidas y emocionantes que las películas de terror pueden ser.