Selma
El "biopic" de Martin Luther King no es otra de esas didácticas clases de historia sino de una película trágicamente actual.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 9 años.
PUBLICIDAD
Ava DuVernay dirige Selma, no como otro genérico filme biográfico, sino con un sentido de urgencia, como si lo que tuviese que decir acerca de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos liderada por Martin Luther King durante la década del 60 en Estados Unidos fuese necesario escucharlo ahora… y lo es. Contrario al típico “biopic”, no se trata de una didáctica clase de historia sino de una película trágicamente actual, luego de un año en el que la violencia racial se agudizó con incidentes desgraciados como el asesinato de Michael Brown en Ferguson, Misuri, y el estrangulamiento de Eric Gardner en Nueva York. Ambos murieron desarmados a manos de policías que jamás tuvieron que enfrentar la justicia por lo que hicieron, tal y como otro agente de la “ley y el orden” que hace 50 años mató a sangre fría al diácono Jimmie Lee Jackson -cuya muerte figura en la cinta- por marchar pacíficamente por las calles de Marion, Alabama.
La contemporaneidad de Selma es escalofriante, pero su efectividad como producción no se sostiene únicamente en estas tristes casualidades. Del mismo modo que Steven Spielberg y Tony Kushner se concentraron en un breve pero significativo momento de la vida del presidente Abraham Lincoln para llevar a la prominente figura a la pantalla grande, DuVernay y el guionista Paul Webb evaden la mayoría de los clichés del género al enfocarse en los primeros tres meses del 1965, periodo cuando el doctor King pulseó con el presidente Lyndon B. Johnson para lograr la igualdad del derecho al voto en aquellos estados sureños que aún ignoraban la abolición de la segregación de 1964.
El largometraje inicia con Martin Luther King aceptando el Premio Nobel de la Paz con uno de sus discursos. A pesar de que DuVernay no consiguió el permiso para usar las famosas palabras del orador, Webb escribe unas que se sienten genuinas e igualmente poderosas, especialmente cuando son expresadas por el británico David Oyewolo con la elocuencia que caracterizó a King en vida. Pero el dominio de Oyewolo sobre el histórico personaje se manifiesta aún mejor en las escenas más calmadas y sin necesidad de grandilocuencia, como cuando está preso en la cárcel hablando con un reverendo o discutiendo con su esposa Coretta Scott -interpretada por Carmen Ejogo, en un papel que pudo aparecer más en pantalla- acerca de los riesgos de su campaña contra la opresión. Es aquí donde Oyewolo brilla, enseñando el lado atribulado del doctor King mientras se debatía entre sus miedos, dudas y convicciones.
Sin embargo, la película se titula Selma, no “King”, y DuVernay y Webb astutamente no caen en la hagiografía. Mientras la acción gira en torno al líder activista, el argumento deja espacio para las otras personas que también lucharon para conseguir la firma de la Ley de Derecho al Voto, con pequeñas pero notables interpretaciones por parte de Oprah Winfrey, Wendell Pierce, Andre Holland y el cantante Common. Entre ellos y otros actores secundarios, conforman un sentido de unidad que fortalece el argumento de que esta es la historia de una causa y no de un solo hombre, rindiendo tributo a todos aquellos que participaron de la histórica marcha de Selma a Montgomery, Alabama, en marzo de 1965.
Cuando único la cinta gravita hacia lo convencional es mediante la inserción de textos en pantalla que le dan contexto -mayormente innecesario- a los hechos que se exponen, o a través de las caricaturescas y simples caracterizaciones de los villanos en este conflicto. De estos, sobresale Tim Roth como el gobernador de Alabama, George Wallace. Mientras es cierto que el tipo era un repugnante y abusivo racista, la interpretación es muy limitada como para proveerle una mayor dimensión. Lo mismo ocurre con Dylan Baker como J. Edgar Hoover y hasta cierto punto con Tom Wilkinson como Lyndon Johnson, aunque este cuenta con mayor tiempo en la pantalla para desarrollar su rol.
La cálida cinematografía de Bradford Young embellece la película aun en sus momentos más feos y perturbadores, entre estos la explosión de una iglesia en la que murieron cuatro niñas negras, que me estremeció como pocas otras escenas en el pasado año. DuVernay la filma como una pesadilla de fuego y humo en cámara lenta, difícil de ver pero imposible de apartar la vista de ella. Selma nos presenta muchas imágenes como esta -crudas, horrendas, iracundas-, recordándonos los sacrificios que se han hecho y faltan por hacer en esta lucha tan presente ahora como medio siglo atrás.