Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 14 años.
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La ciencia y la religión han estado en guerra durante siglos. En el afán de unos por defender lo que es comprobable empíricamente versus los que se aferran a lo divino e intangible, innumerables personas han derramado su sangre sobre la faz de la tierra, tal y como demuestra el filme Agora al transportarnos a una era cuando la ciencia y la filosofía comenzaron a ser sinónimo de brujería y sacrilegio.
La película, dirigida por el español Alejandro Amenábar (Tesis, Mar Adentro), es una de ideas en contra del fanatismo y como éste es capaz de silenciar y destruir el espíritu de la humanidad, y también sobre cómo un mensaje pacifista, como el que profesó Jesucristo, puede tergiversarse al extremo de cegar a sus más fervientes devotos en la eterna batalla de “mi dios es mejor que el tuyo”.
El año es el 391 D.C. El Imperio romano está a punto de colapsar mientras el cristianismo cobra una fuerza abrumadora. En Egipto, la filósofa y profesora “Hypatia” (Rachel Weisz) se encarga de cuidar los textos de la biblioteca de Alexandria mientras estudia las órbitas de los planetas para refutar científicamente que la Tierra sea el centro del universo.
A las afueras de la ciudad, los creyentes en los antiguos dioses pelean diariamente con los cristianos, empeñados en convertir a todo el mundo a las buenas o a las malas. Un sangriento enfrentamiento lleva al emperador a decretar que las puertas de la biblioteca sean abiertas para los cristianos, quienes aprovechan para destruir los antiguos textos y derrumbar el paganismo.
La primera mitad del largometraje se concentra en presentar los motines en las calles de Alexandria culminando con el saqueo de la biblioteca. Es aquí cuando Amenábar mantiene pleno control de la narrativa, fortalecida por una fantástica puesta en escena, una buena actuación de Weisz y un guión –escrito por él y Mateo Gil– consciente de lo que quiere contar.
Sin embargo, la segunda hora del largometraje pierde un poco su enfoque, que debería ser “Hypatia”, para dar paso a un mayor contexto histórico que, aunque interesante, cinematográficamente carece de la notable presencia del personaje principal. La filósofa permanece apartada del resto de la trama, persiguiendo sus estudios astronómicos, mientras los políticos y los clérigos deciden el futuro religioso de la región, razón por la cual al final, cuando Amenábar nos quiere involucrar emocionalmente con el destino de “Hypatia”, el intento queda sólo en eso.
Lo que beneficia a Agora es que sus aciertos superan sus tropiezos. Uno desearía que el desarrollo de la historia fuese más cautivante y uniforme, pero como épica histórica es una de las mejores que se han hecho en años, subordinando la acción a su argumento, pero sin escatimar en el buen uso de los efectos especiales.
Agora estrena mañana en los teatros Fine Arts.