Tras más de una década de atentados contra la inteligencia dirigiendo banales y/o groseras películas “PG-13”, el director estadounidense Michael Bay -el saco de boxeo de los críticos y uno de los grandes favoritos del público general- regresa con… pues, otra banal y vulgar película. La diferencia es que, contrario a sus últimos siete trabajos, Pain & Gain no es un total desperdicio. De hecho, si se le cortasen unos 20-30 minutos de los 130 de su innecesariamente extensa duración, este pudo haber sido el mejor filme de su carrera.

En Pain & Gain, el maestro de maestros de excesos cinematográficos cuenta con una clasificación “R”, algo que no ocurría desde 1996 en el que continúa siendo su mejor largometraje, The Rock. Esto le abre el camino para manifestar sin inhibiciones sus mejores y peores tendencias, aunque cabe señalar que –increíblemente- en esta cinta sólo hay una explosión. Dos, si se cuenta una que ocurre en un baño. ¿Restringido el señor Bay? Para nada. Pain & Gain es el cineasta en su máxima expresión. Es más -y permanezca sentado al leer esto-: el filme hasta cuenta con un rastro de profundidad temática.

Esas últimas dos palabras jamás han sido vistas en la filmografía de este director, y el hecho de que ahora lo hagan se debe al matrimonio perfecto entre el estilo de Bay y el guión de Christopher Markus y Stephen McFeeley, el cual se basa en unos artículos publicados por el autor Pete Collins acerca de unos violentos crímenes que se cometieron en Miami entre 1994 y 1995. Tan descabellados son estos actos que la película nos tiene que recordar en los últimos minutos que, en efecto, esta continúa siendo una historia verídica, aun cuando alcanza un nuevo nivel de inverosimilitud.  


La cinta arranca con el personaje de Mark Wahlberg, el fisiculturista “Daniel Lugo”, haciendo abdominales colgado de una pared. “Soy fuerte, soy sexy, estoy bueno”, repite “Lugo” cada vez que comprime su six pack, lo cual inmediatamente evoca a otro personaje de Wahlberg, “Dirk Diggler”, repitiéndose a sí mismo frente a un espejo “Soy una estrella” en la escena final de Boogie Nights. “Diggler” y “Lugo” tienen mucho en común: sus mayores atributos recaen en su físico y ambos quieren ser ricos de la manera más rápida y fácil posible. “Lugo” incluso cita a “Rocky”, “Scarface” y “Michael Corleone” como ejemplos de figuras que tomaron lo que quisieron a la fuerza. Más adelante, una prostituta rusa menciona a Pretty Woman como la razón por la que se mudo a Estados Unidos. El quimérico “sueño americano” lentamente quebrantándose.

El entrenamiento de “Lugo” termina abruptamente cuando decenas de policías llegan al gimnasio que administra para arrestarlo. En ese punto, la trama se traslada al pasado para narrar cómo este hombre, junto a otros dos secuaces, cometieron una serie de violentos secuestros, torturas y extorsiones para salir del hoyo económico en el que se encontraban. “No sólo quiero todo lo que tienes, quiero que tú no lo tengas”, le expresa “Lugo” al personaje de Tony Shalhoub, el antipático millonario “Victor Kershaw”, cuando lo tiene secuestrado. Esa frase que comparte cierta similitud con la actitud del movimiento Occupy que ve con desdén al 1 por ciento de quienes poseen la mayoría del dinero de Estados Unidos, y es contra esa injusticia que “Lugo” y sus secuaces se rebelan de la manera más sanguinaria posible.

Pero hasta ahí llegan la inteligencia de Pain & Gain, película que podría ser comparada con Fargo como un tributo a los criminales más idiotas e incompetentes que se han visto en pantalla, cargada de humor negro y un gran nivel de ironía que se expresa mediante las cómicas narraciones que acompañan a varios de los personajes. Junto a Wahlberg –quien aquí demuestra nuevamente que sus habilidades pertenecen en la comedia, no en el drama-, comparten el tiempo en escena Anthony Mackie, como el fisiculturista  “Adrian Doorbal”, y Dwayne Johnson, quien da quizás la mejor actuación de la cinta –y su carrera- como el exconvicto “Paul Doyle”.

Johnson encarna a “Doyle” con absoluta seriedad, lo cual contribuye a resaltar la comedia en su interpretación. Su personaje encontró a Jesús tras pasar varios años en prisión, por lo que su contribución al trío de criminales sirve como un tipo de conciencia moral que va siendo corrompida lentamente por los otros dos. La combinación de los tres actores –con el apoyo de Ed Harris y Rebel Wilson en papeles secundarios- es uno de los mayores aciertos de la producción y la que permite perdonar lo que no funciona, ya que contrario a los musculosos protagonistas, Pain & Gain sufre de un considerable exceso en su porcentaje de grasa.

La dirección de Bay es todo lo que podemos esperar de ella: muy diestra en el manejo de cámara, con una rápida edición que no alcanza el frenético ritmo de su trilogía de Transformers, y cargada de sus habituales excesos e inclinaciones sexistas y chabacanas. Sin embargo, tal parece que todo lo que aparece en pantalla sucedió de manera bastante similar a como es expuesto, lo cual se comprueba en los créditos finales cuando se revela la evidencia del caso criminal. Lamentablemente, Bay aún no ha aprendido a medirse y no sabe qué eliminar del corte final, por lo que lo que empieza como una divertida experiencia se va tornando extenuante de la segunda mitad en adelante cuando extiende su bienvenida.

Si se suman todos los aciertos y desaciertos de Pain & Gain, es más lo que hace bien que lo que ejecuta mal. Llegaría al extremo de decir que es admirable la manera cómo Bay presenta un material tan oscuro y represivo de manera pecaminosamente entretenida, aferrándose a este acercamiento de principio a fin sin la más mínima consideración por el buen gusto. Inyectada de esteroides, materialista, hedonística e intrínsecamente Michael Bay, no cabe duda que esta es la película que nació para dirigir.