“Llena todos mis hoyos”, le pide “Joe” a uno de sus miles de amantes en Nymphomaniac, el nuevo filme del maestro de la provocación Lars von Trier, cuya filmografía siempre ha destilado cierta preocupación por los vacíos y cómo estos se llenan. Con un título así, y viniendo de este controvertible cineasta danés, se podría esperar cualquier cosa… menos erotismo. La agenda de Von Trier no persigue excitar al espectador sino exponer y condenar los estigmas de la sexualidad de la mujer, figura que ha estado al frente de sus mejores obras.   

La solicitud de “Joe”, la autodiagnosticada ninfómana interpretada en dos etapas de su vida por Stacy Martin –en un asombroso debut cinematográfico- y Charlotte Gainsbourg, es tanto literal como figurativa. Al hacerla en la cama, la primera es la más urgente, pero a lo largo de las cuatro horas que divide a la película de dos volúmenes, Von Trier se concentra en el significado de la segunda, sumergiéndonos en la vida de esta compleja mujer mientras confiesa sus “pecados” a “Seligman” (Stellan Skarsgard), el hombre que la rescata tras encontrarla golpeada en la calle.

Muy al estilo del director, la trama se estructura alrededor de ocho capítulos que exploran diferentes facetas de “Joe”, desde la infancia hasta la adultez. Las cautivantes conversaciones entre ella y “Saligman” –realizadas por Gainsbourg y Skarsgard con absoluta gracia- parten de cómicas y absurdas digresiones, yendo desde la pesca hasta los distintos tipos de tenedores, que “Joe” ata de alguna forma a sus experiencias formativas. Los capítulos varían en calidad –el protagonizado por Christian Slater, como el padre de “Joe”, siendo el único verdaderamente dispensable- pero todos son una pieza clave en el desarrollo del personaje principal. 


Uno de los capítulos se concentra en la diferencia entre la Iglesia Católica ortodoxa y la romana, la primera destacando la felicidad y la salvación, mientras la segunda se concentra en el sufrimiento y el pecado. Nymphomaniac se divide de la misma manera, con la primera mitad exponiendo los años en los que “Joe” disfruto libremente de su sexualidad para luego, en el segundo volumen, ver cómo pagó por ello. El concepto del pecado se introduce aun cuando “Joe” ni “Seligman” se describen como devotos, mostrando cómo la religión dicta la moral independientemente de que uno crea o no en sus doctrinas dogmáticas.

La falta de erotismo no significa que Von Trier se distancia de la sensualidad, aunque esta va desapareciendo a medida que avanza la historia y se zambulle explícitamente en el sadomasoquismo y otras violentas repercusiones.  El primer volumen contiene una de las mejores secuencias de su estupenda filmografía comparando la relación de “Joe” con tres hombres -uno de ellos interpretado por Shia LaBeouf, en el mejor papel de su carrera- con la composición de una pieza clásica de Bach para órgano, expuesta en pantalla como un armonioso tríptico de imágenes y sonidos que exalta la belleza de dos cuerpos en pleno coito. 


Aun con lo pesada que pueda parecer la cinta, esta podría ser la más graciosa en el canón de Von Trier, si es que comparte su retorcido sentido del humor, claro está. Prueba de esto es la secuencia en la que Uma Thurman encarna a una de las esposas de los hombres que se acuestan con “Joe”, a quien confronta llevándole a sus hijos al apartamento para que puedan ser testigos del pasatiempo de su padre. En otra escena, Von Trier se copia a sí mismo repitiendo el prólogo de Antichrist, guiñándole el ojo al espectador que espera revivir sus horrores, provocando risas nerviosas entre sus admiradores.

El humor contribuye a que las cuatro horas no se sientan tan cargadas ni tomemos muy en serio lo que se nos está presentando. Von Trier suele caminar esa línea muy fina entre la seriedad y lo absurdo. Uno casi puede verlo sonriendo traviesamente tras la cámara mientras dirige nuevas maneras de provocarnos como el infante terrible que es. Nymphomaniac invita a reírnos de la doble vara con la que se mide la sexualidad femenina, y que las risas también lleven a una reflexión de su hipocresía.