Man of Steel
Zack Snyder regresa a las cintas de superhéroes con una explosiva versión del Hombre de Acero en la que hace alarde de sus destructivos poderes.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 11 años.
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¡Es un pájaro! ¡Es un avión! Es… ¿Superman?
Al menos la imagen del legendario superhéroe retorna como nunca le hemos visto antes en la pantalla grande en Man of Steel, un ostentoso espectáculo visual digno de la temporada veraniega, repleto de esos asombrosos efectos especiales de los que dependen la mayoría de los estrenos de esta época para proporcionar la emoción, temáticamente llano y tan fácilmente consumible como el popcorn que motiva a mantener en constante traspaso entre la bolsa y la boca. O sea, escapismo cinematográfico en su máxima expresión.
La expectativa que rodea a la megaproducción está comprensiblemente por las nubes y el director Zack Snyder hace todo a su alcance para compensar a los espectadores por su inversión, proveyéndoles lo que hasta ahora había escaseado el Hombre de Acero en el séptimo arte: acción desenfrenada. Olvídese de la clásica versión del 78, que resaltó los valores del personaje, y el filme del 2006, dirigido por Bryan Singer, que exploró las complejidades emocionales y psicológicas de lo que significa ser un salvador para la humanidad. Con Snyder es más sobre la inmediata satisfacción visceral de ver a un súper hombre hacer añicos una ciudad mientras combate con oponentes que están a su mismo nivel. Si eso es lo que siempre ha querido ver, Man of Steel se lo proveerá en abundancia.
El guión de David Goyer –tan frío como el acero y sin rastro de humor- presume que ya todo el mundo conoce este cuento, por lo que no pierde tiempo en darle un mayor desarrollo dramático a su protagonista más allá de mostrar -por medio de recurrentes flashbacks, no muy bien intercalados en la narrativa- cómo fue víctima de “bullying” a lo largo de su vida, forzándolo a reprimir sus poderes y poner a prueba las valiosas enseñanzas que aprendió de sus padres adoptivos. En donde sí se esmera el libreto es en su origen extraterrestre, al resaltar los aspectos alienígenos del personaje que hasta ahora no habían tenido prominencia en sus manifestaciones cinematográficas.
Comenzamos, por supuesto, en Krypton, planeta al borde del colapso donde el científico Jor-El (Russell Crowe) y su esposa acaban de convertirse en los padres del primer niño naturalmente engendrado en más de un siglo, de nombre Kal-El. La médula temática del guión de Goyer recae sobre la libertad de una persona de decidir lo que quiere ser y se establece desde este efectivo e intenso prólogo mediante bienvenidas alteraciones al viejo y conocido origen del personaje. El momento de felicidad de los padres es truncado por un golpe de estado perpetrado por el General Zod (Michael Shannon), lo que obliga a Jor-El a tomar acción y salvar a su hijo antes de que Krypton estalle, enviándolo a la Tierra.
Acto seguido el filme da un salto al futuro, 33 años para ser exactos, en una de muchas alegorías que se trazan entre Kal-El y Jesucristo, algunas más obvias y forzadas que otras. Kal-El –interpretado por Henry Cavill- deambula de pueblo en pueblo bajo falsas identidades realizando distintos trabajos (mesero, obrero, ahem… pescador) hasta que en uno de estos halla una antigua nave de Krypton que esconde secretos de su pasado. Tras sus pasos se halla la reportera Lois Lane (Amy Adams), quien está al tanto de las hazañas sobrehumanas que él ha realizado y quiere sacarlas a la luz pública.
Entre las diferencias canónicas más marcadas de Man of Steel se encuentra el hecho de que aquí se le permite al personaje ser superhéroe primero. Aún no hay una identidad secreta ni trabajo de periodista en el Daily Planet. La película es prácticamente una precuela anclada en el dilema interno de Kal-El entre aceptar ser un héroe o no al ser confrontado por la amenaza de Zod cuando llega a la Tierra en busca del último hijo de Krypton. Esto resulta refrescante al subvertir las expectativas, pero a raíz de esa ambivalencia surgen ciertos problemas.
Notará que el nombre “Superman” tan sólo aparece dos veces en esta crítica, lo que representa una vez más de las que se menciona en la película. Y es que mientras Cavill se ve como el personaje de DC Comics y manifiesta todos sus poderes, nunca se siente como él. Los valores intrínsecos de este superhéroe no se exponen en pantalla e incluso la película va en contra de ellos cuando, en medio de sus apoteósicas peleas contra Zod, destruyen pueblos y edificios con la misma facilidad que usted derrumba una torre de naipes. Hay que presumir que dentro de esas estructuras había personas y el nivel de devastación es tal que la cifra de muertos debe alcanzar, mínimo, las decenas de miles.
A Kal-El, sin embargo, no parece importarle, lo cual sí atenta contra de una de sus mayores virtudes como el ángel guardián de la humanidad. Si su preocupación era que la Tierra lo aceptara por lo que es, contribuir con la muerte de miles, aunque sea accidentadamente y por el bien mayor, no lo va a ayudar mucho en ese aspecto. Pero la película, tal y como no lo hizo The Avengers, Transformers: Dark of the Moon, Star Trek Into Darkness ni ninguna de las que culminan en otra extendida secuencia de destrucción metropolitana, no hace referencia alguna a las víctimas.
Lo primordial, en este caso, es que se vea espectacular, y así es. Durante gran parte del largometraje Snyder hace uso de la cámara a mano para acercarnos a su sólido elenco –entre los que despuntan Crowe y Shannon- y darnos una visión del Hombre de Acero más íntima y terrenal. Eso acaba tan pronto comienza la acción, que abarca cerca de los últimos 45 minutos del filme, en los que Kal-El y Zod batallan como dioses haciendo alarde de sus poderes. El combate inicia en Smallville y es aquí donde mejor se aprecia la fantástica acción por darse en un escenario más amplio. Una vez se traslada a Metrópolis se torna un tanto monótona y mucho más frenética, alcanzando una extensa meseta colmada de asombrosas imágenes pero sin un claro pico culminante que eleve contundentemente las emociones.
Reservas aparte, Man of Steel es un estreno que requiere la amplitud de la pantalla grande para exponer dignamente su épica escala, una que es mucho más ambiciosa que la de cualquier cinta de superhéroes hasta ahora. Es sin duda el blockbuster del verano y perdérselo sería como no haber ido al cine en el 2013. En él no existirá esa versión del superhéroe con la que muchos crecimos, imitamos y que tenemos en un pedestal, pero sí se alcanza a ver rasgos de éste en estado embriónico, por lo que las futuras secuelas que ya se encuentran en desarrollo ciertamente lucen prometedoras.