Elysium
Un deleite visual para los amantes de la acción, pero los aficionados de la ciencia ficción más sustanciosa harán bien en reducir las expectativas.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 11 años.
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Al ser District 9 uno de los debuts cinematográficos más impresionantes de un director en la última década, era de esperarse que el segundo largometraje de Neill Blomkamp fuese sumamente esperado y, como consecuencia directa, eje de mayor escrutinio. En Elysium, el cineasta sudafricano contó con un presupuesto de $115 millones -casi cuatro veces los $30 millones de su ópera prima- que le permitieron expandir sus horizontes fuera de la estratosfera de la Tierra, crear más artefactos futuristas, mejores efectos especiales y, también, verse amarrado a las exigencias de los blockbusters modernos.
Una de ellas es el requerimiento de una estrella reconocible y mercadeable para protagonizar la película. Alguien como Matt Damon: carismático, talentoso, buen mozo, con tremenda presencia física… y completamente desacertado para el papel principal de la historia que Blomkamp quiere contar en la que los marginados viven entre los escombros del planeta mientras la elite gravita a su alrededor en una lujosa estación espacial. El guion de Blomkamp no explica cómo llegamos a esta realidad –de hecho, no explica casi nada de este futuro-, por lo que el mayor atractivo aquí es uno puramente estético y visceral que llega a través de un fantástico diseño de producción y competentes escenas de acción.
El año es 2154 y Max Da Costa (Damon) parece ser el único blanquito que vive en una empobrecida ciudad de Los Ángeles poblada de minorías, especialmente latinos. Esto no sería un problema de no ser por las alegorías que Blomkamp trata de trazar de manera contundente con los tiempos actuales donde los pobres no tienen acceso a servicios médicos y los inmigrantes son explotados o deportados de Estados Unidos. Los que vienen del sur miran hacia el norte con esperanza, la Tierra está abajo, la estación Elysium, arriba… ustedes entienden. El guión no es nada sutil con sus mensajes y los deletrea cada vez que puede.
Por tal razón, el hecho de que “Max” sea un anglosajón se siente fuera de lugar, más cuando todos los que se parecen a él –entre ellos Jodie Foster, como la secretaria de Defensa de Elysium- están en el espacio viviendo cómodamente entre piscinas e inmensos terrenos de grama bien cuidada, tipo campos de golf, con robots como mayordomos y –para colmo- inmortales, pues unas cabinas les permiten curar cualquier padecimiento. Llegar a una de estas es lo que “Max” necesita tras recibir una dosis letal de radiación que lo matará en cinco días, y ya, eso es lo único que define al personaje y su motivación, del mismo modo que el de Foster se limita a su deseo de dar un golpe de estado para controlar la estación.
Las lagunas del libreto limitan seriamente su alcance. Elysium está escrita con una simpleza de cuento de niños: los malos no tienen mayor dimensión que ser malos, los buenos son puramente buenos, y el mundo a su alrededor está falto de contexto. No sabemos cómo funciona la sociedad en la estación, donde claramente hay un presidente y un tipo de gobierno, ni nada sobre lo que ha pasado en la Tierra fuera de Los Ángeles. A eso se le suma un concepto tan conveniente como la cabina mágica que cura todo –incluyendo heridas que ningún ser humano podría sobrevivir- y con los que nos quedamos es con una sencilla fábula entre los oprimidos y los opresores.
District 9 también hizo paralelismos entre la ciencia ficción y la realidad, comparando el racismo con los extraterrestres que vivían en campos de concentración con el Apartheid, pero el personaje principal de Sharlto Copley –quien aquí interpreta al típico villano bidimensional- tenía un arco nítidamente desarrollado en el que se podía ver un crecimiento. En Elysium lo que vemos son arquetipos en medio de asombrosas secuencias de acción que, si bien están eficazmente realizadas, carecen del gancho emocional que hicieron del tercer acto de District 9 uno tan memorable, algo que aquí Blomkamp no alcanza a replicar.
A pesar de estas fallas, el talento de Blomkamp para confeccionar tecnología futurista queda nuevamente expuesto en Elysium, y no se puede negar que el cineasta cuenta con un don para la acción que satisfará al espectador que vaya únicamente en busca de esto. El armamento empleado por “Max” y otros personajes será el sueño mojado de muchos fanáticos de los videojuegos: escudos de plasma, balas explosivas, exoesqueletos y otros artefactos figuran en las secuencias de acción entre las cuales la mejor aparece en el segundo acto en un tipo de atraco, donde el director se luce. El desenlace, pues digamos que acaba en otra pelea mano a mano como muchas otras que hemos visto este verano.
Elysium es una pasable distracción que nunca deja de entretener, pero los aficionados de la ciencia ficción que degustan de más carne en la historia harán bien en reducir las expectativas. Podrían quedarse hambrientos.