Existen al menos tres escenas en Concussion que parecen haber sido diseñadas con el objetivo de ser presentadas en cualquiera de las distintas ceremonias de entrega de premios para los que Will Smith –por más que aquí lo intenta- no será nominado en los próximos meses. Usted sabe bien cuáles son, esas en la que los actores se ponen bien serios y se esfuerzan para elevar dramáticamente material que no está a la altura de sus destrezas histriónicas. Pescar nominaciones quizá no sea la intención del señor Smith, pero este drama de la vida real ciertamente la sugiere. 

El desempeño de Smith no es el problema. Su actuación como el doctor Bennet Omalu -el experto patólogo que descubrió el devastador efecto que los recurrentes golpes a la cabeza tienen en los jugadores de la NFL- es adecuado y exento de grandilocuencias. El caballero siempre ha sido puro carisma, y esta no es la excepción, aunque ciertamente es un trabajo más sosegado.  Lo que sí limita a la producción es el convencionalismo que exhibe el trabajo de Peter Landesman, tanto en la dirección como en la redacción del libreto.

Concussion es básicamente The Insider... pero de dieta: sin azúcar, calorías ni la mordida que dominó aquel estupendo filme de Michael Mann acerca de otra conspiración para ocultar información. La trama sigue al doctor Omalu mientras investiga una serie de extrañas muertes de jugadores de football para dar con las razones. Sus reveladores hallazgos llegan relativamente temprano en el filme, por lo que la tensión recae en los efectos que estos tienen en su vida privada y su cruzada por que sean validados por la poderosa organización deportiva.

Landesman, sin embargo, no le dedica particular atención a lo que acontece del otro lado de esta batalla. No hay un sólido representante en pantalla de la NFL que verdaderamente sostenga el suspenso acerca de lo que va a pasar, solo un puñado de actores secundarios que aportan muy poco a la película. Asimismo, el guión peca al forzar una subtrama romántica que –si es que fue cierta- aquí resulta en una innecesaria distracción que -para colmo- desperdicia criminalmente el talento de Gugu Mbatha-Raw.

Cuando los créditos finales aparecen en pantalla, lo que acaba siendo la mayor falla de Concussion es su conformismo. Smith le da el máximo y el resto de la película solo le devuelve la mitad. No hay nada en el filme que a estas alturas no sea de conocimiento general, así que, si se iba a presentar en la pantalla grande, ¿por qué no valerse de las fortalezas del medio? Su miope construcción es lo que lleva a tildar este tipo de películas de pura “carnada” para los Oscar.