Blue Jasmine
Woody Allen dirige a una magnífica Cate Blanchett en uno de los mejores trabajos de sus respectivas carreras.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 11 años.
PUBLICIDAD
Resulta admirable –y hasta un poco increíble- que luego de 50 años de carrera y más de 40 largometrajes, el prolífico director estadounidense Woody Allen continúe realizando películas más rápido que cualquier otro cineasta. Su activo estilo de trabajo, dirigiendo un filme al año desde 1987, cuando hizo dos, plantea la posibilidad de que no todos den en el blanco, pero a través de su singular y estupendo legado al séptimo arte ha cultivado la lealtad de innumerables seguidores que continúan regresando al cine con la esperanza de que el próximo sea una joya tan resplandeciente como su última, Blue Jasmine.
En ella Allen reúne uno de los mejores y más equilibrados elencos que haya ensamblado en años –posiblemente desde Bullets Over Broadway- dentro del cual sobresale extraordinariamente Cate Blanchett en la actuación de su carrera. La intérprete australiana encarna una variación del neurótico personaje que ha interpretado Woody Allen o un subrogado en prácticamente todas sus producciones, pero aquí la talentosísima actriz lo lleva a un nivel más allá. Justo cuando uno cree que Blanchett no podría ser mejor de lo que ya es, llega un papel como este que subvierte las expectativas y constata nuevamente el incomparable don de Allen para obtener lo mejor de sus actores.
El cineasta niuyorquino es conocido por regresar a temas que ha explorado en el pasado, pero más que una repetición, lo que hace es abordarlos desde otra perspectiva. En Blue Jasmine, Allen canaliza mayormente Interiors y Crimes and Misdemeanors –dos de sus mejores trabajos- con una clara influencia de Tennessee Williams para contar una tragicomedia en la que las risas esconden lo que fácilmente pudo ser un sombrío drama. En su centro se halla “Jasmine” (Blanchett), una mujer que pasó de la riqueza a la pobreza en un abrir y cerrar de ojos y ahora se ve obligada reconstruir su vida.
Sin embargo, la socialité no cuenta con las herramientas para enfrentarse a un mundo sin todas las amenidades de las que ha disfrutado gracias a su marido “Hal”, un multimillonario interpretado por Alec Baldwin que viene inspirado en Bernie Madoff, especialmente en cómo terminó en prisión tras ser convicto por un esquema de fraude. El encarcelamiento de “Hal” fuerza a “Jasmine a mudarse a casa de su hermana (Sally Hawkins) en San Francisco con las pocas pertenencias que el gobierno federal no le quitó, como el juego de equipaje de Louis Vuitton con el que todavía intenta presumir lo que ya no es.
Blanchett interpreta a “Jasmine” con la fragilidad de una persona al borde del colapso. Si al principio nos reímos de ella es porque Allen la escribe con la típica neurosis que distingue a muchos de sus personajes, pero lentamente las risas son sustituidas por pena ante la imagen de una mujer mentalmente inestable, fracturada, en un papel con el que Blanchett camina una línea muy fina entre la empatía y la apatía mientras parece canalizar a Gena Rowlands en A Woman Under the Influence en sus momentos más bajos.
“Jasmine” es el personaje con el desarrollo más profundo, pero alrededor de Blanchett se aprecia un superdotado reparto lleno de nuevas caras dentro del canon de Allen. Hawkins, en particular, es sensacional como la hermana que ha vivido en el otro lado del espectro, en un pequeño apartamento que cuando “Jasmine” entra en él por primera vez, parece sofocarla. La actriz británica muy bien pudo haber sido un personaje principal en otra película de Allen, con sus propias complejidades que el guión aborda en un segundo plano donde actores cómicos del calibre de Louis C.K. y Andrew Dice Clay también logran dejar una buena impresión en sus pequeñas intervenciones.
Uno ríe, y mucho, viendo Blue Jasmine. En esencia es una comedia, pero es sumamente fácil percibir el drama subyacente en el fantástico guión de Allen. El último tiro invita a reevaluar el filme como un profundo drama en el que las carcajadas se disipan al punto de que lo único que queda en pantalla es el fantasma de una mujer solitaria, patética e incompleta, destinada a vivir el resto de sus días en los recuerdos de lo que tuvo, perdió y es mentalmente incapaz de recuperar.