Mágica es la primera palabra que me llega a la mente al recordar la noche del pasado viernes, 3 de junio de 2016.  Mi regreso al Carnegie Hall en la ciudad de Nueva York, veintiún años después de la primera vez, fue un carnaval de nostalgia, música, cariño y buena vibra.

No sé qué tiene esa sala que reviste los conciertos de algo diferente, de algo especial. La sobriedad, mezclada con el calor de la comunidad latina de la Gran Manzana, y mis ansias de entregar el 100% de mi capacidad artística, dieron como resultado una noche memorable para mi carrera.

La tarde estuvo llena de esa tensión “sabrosa” de la que muchos nos armamos para concentrarnos y dar lo mejor a la hora que nos toca. 

La producción de mi querido hermano y manager Rafo Muñiz y su tropa, igual que la primera vez, Javier “Mambo” Castro y Sara Ramírez cubrieron todos  los detalles  con la colaboración del empresario Jorge Naranjo. Del otro lado mi querida Edumil Ruiz haciendo su parte magistralmente con las relaciones públicas aliándose  con David LaPointe como efectivo colaborador.

Pedro Rivera como siempre pendiente a todos los detalles y desde la isla Lucy Malavé y Shamil Sandoval pendientes a que todo estuviera en orden. Con ese equipo no podía fallar.  

En medio de la ansiedad, estaba tranquilo, sabiendo que César Sierra y Carmelo de Jesús estaban cuidando el sonido para que el público escuchara lo mejor de nosotros en una sala tan importante y desafiante  para trabajar.

De igual forma, el personal de la sala, compuesto por técnicos norteamericanos,  daba lo mejor de sí para que todo saliera a pedir de boca. De hecho, algunos recordaban la primera vez que me presenté allí y me decían con orgullo que habían trabajado en aquel concierto del 23 de marzo de 1995. 

Llegó la hora tan esperada y el mejor momento, reencontrarme con el público que con su energía y cariño puso lo que faltaba. Modestia aparte, sentí que canté como nunca. Esos aplausos y demostraciones de cariño me llenaban de un sentimiento especial que canalicé a través de mi voz, y con ella entregué el alma.

Mi invitada de la noche, la joven artista Ana Isabelle, se contagió y cantó con un sentimiento y seguridad que le valieron una ovación calurosa de un público que más que aplaudir agradecía la demostración del talento de esta joven.

Honor a quien lo merece. Una orquesta segura, concentrada, enérgica y muy bien matizada me acompañó con la calidad al cien. Algunos de estos distinguidos músicos estuvieron en el primer concierto y compartían mi sentimiento, mientras otros disfrutaban la experiencia de tocar en una de las salas más importantes e icónicas del mundo.

George Torres (director), Rebeca Zambrana, Víctor Ambert, Pedro Méndez, Johnny Torres, Juan Carlos Vega, Luis Marín, Jimmie Morales, Tito Echevarría, David Rosado, Michael Pérez y Gino Ramírez conformaron esta orquesta.

Entre ese público cariñoso y entusiasta, encontré gente que me llevó los boletos de la primera vez para que se los firmara, parejas que comenzaron su relación con una salida a mi concierto de entonces, gente que viajó a Nueva York especialmente para el concierto y un joven colombiano residente en Italia que me dijo que tenía catorce años cuando presentamos el primer concierto y que este no se lo iba a perder. Colegas músicos, cantantes, periodistas y gente del medio dijeron presente.

Entre tanta emoción ver el rostro orgulloso de parte de mi familia me llenó aún más de emoción y de deseos de dar lo mejor de mí. Mi querido y admirado padre Pompi, mi amada esposa Alexandra, mis queridos hijos Miredys, Omar y Joel, mi sobrina Leylani  y hasta mis nueras Patricia y Desiree con su compañía me dieron más fuerzas para cantar.

Extrañé a mis hermanas Lilly y Diana y a Javier, uno de mis hijos, quienes no pudieron estar presentes, y obviamente a mis nietos Ian Marcos y Evelyn, pero se hicieron sentir con su buena vibra. 

La gran ausente de la noche, pero a la vez la más presente, fue mi señora madre, a quien extraño todos los días y a la vez me da fuerzas con el recuerdo de su sonrisa y enseñanzas. Me la imaginaba llena de mucho orgullo y alegría  disfrutando de lo bien que le estaba yendo a su “nene”. 

Mágica, es la primera palabra que me llega a la mente porque, sin lugar a dudas, mi regreso a Carnegie Hall, veintiún años después, fue simplemente eso: una noche mágica.

¡Camínalo!