¿Tus redes, mis redes? Umjú…
¿Se imaginan ustedes que colapsen todas a la vez? ¿O que a sus dueños les dé la gana de colocar el botón en off? ¿Se cansarán algún día? ¿O se hartarán y nos dejarán guindados?
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Revolucionada y patas pa’rriba nos quedó la vida desde el momento en que las redes sociales irrumpieron en nuestro diario vivir. Se nos trastornó el cerebro con esa amplitud que “regalaban” las plataformas, permitiéndonos casi tocar la esquina contraria del mundo a través de una comunicación escrita, en foto, video o emoticón llamada “posts”.
Si el spyrograph -aquella pizarra magnética que nos revolucionó la mente con el reto de formar espirales- nos retó la mente infantil, imagínese usted la magnitud que sin percatarnos nos produjo el efecto de las redes.
Como si fuera un hechizo parido por el agite al aire de una varita mágica, quedamos bobejos, hipnotizados, y bajo una dependencia casi ridícula que raya en la adicción.
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Las redes se convirtieron en una especie de cordón umbilical que nos alimenta a toda hora y a diario. Entonces, vino la etapa de apoderarnos, de creernos dueños y señores de ese espacio llamado Facebook, Instagram, X y hasta de Youtube.
“Mis redes” decimos todos como si las hubiéramos comprado en una tienda por departamentos. Ni hablar de Youtube, donde miles -o de repente son millones- tienen hasta espacios formateados tipo programa de televisión. Se ofrecen, además, cursos académicos, de manualidades, de supervivencia y hasta de reparaciones de cuanto aparato tengamos en la casa. Todo lo que usted necesite aprender está en el mundo youtubero, desde aritmética hasta cómo revivir una nevera comatosa.
Parece que se nos ha olvidado que esos espacios con capacidad casi infinita no nos pertenecen, que sus propietarios son Mark Zuckerberg, Elon Musk, Neal Mohan y el chorrete de socios de negocios que deben tener una recua de gente que ha sabido monetizar estos inventos que todos usamos a diestra y siniestra diariamente. Estamos tan fascinados y tan embobados que cuando repentinamente alguna de las redes se cae, sentimos que un síncope nos recorre el cuerpo y lo estremece.
¿Se imaginan ustedes que colapsen todas a la vez? ¿O que a sus dueños les dé la gana de colocar el botón en off? ¿Se cansarán algún día? ¿O se hartarán y nos dejarán guindados? ¡Uy, sería un desastre! Una tragedia mundial que no sabemos manejar porque hemos permitido que esos sistemas -fabulosos y complicados- nos dominen desde el 2004, cuando apareció en el panorama Facebook, la primera de ellas.
Supongo que nos pasaría como a las hormigas cuando algún desfachatado e impertinente coloca el dedo en su ruta y ellas rompen la filita india como loquitas desquiciadas buscando retomar su sentido de orientación y encontrar el rumbo que llevaban.
Habrá que prepararse para esa “tragedia” que se mantiene latente, armarse con aquellos aparatos que hilaban nuestra comunicación antes de “tus redes”, “mis redes” y “nuestras redes”. Supongo que será con radios AM/FM de los que tienen una antena larga -que funciona, además, como arma de defensa- y una ruedita con la que se busca la estación. O con los transistores que de ondas KP4, que son un método confiable de comunicación que ha resistido el embate del tiempo y se mantiene ahí, con los códigos pronunciados por sus operadores. Cualquiera que sea la opción, es conveniente que vayamos pensando.
¿Tus redes? ¿Mis redes? Umjú.
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Sesentona y puertorriqueña, esposa, madre de cuatro, abuela pandemial, profesional de las Relaciones Públicas, bloguera, colaboradora de televisión, opinionada, pizpireta y autora de TiTantos. Seguida por miles de mujeres que se ven reflejadas en sus columnas, escritas con un estilo liviano, divertido, lanzado y hasta dramático, y basadas en la cotidianidad de la vida de una mujer.
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