Contemplo a mi nieta de dos años con esa capacidad que tenemos las abuelas para observar a cámara lenta. ¡Es tan feliz con unas burbujas! Estira los brazos al cielo, los abre, y se dispone a atrapar cada pompa de jabón con sus manitas. Mientras lo hace sonríe, da brincos y suelta carcajadas de emoción. Es una niña saludable, que vive ajena a los terremotos que sacuden a diario el espíritu de los adultos. No sabe de preocupaciones, de problemas, de los enredos del país. La vida para ella consta en abrir los ojitos, levantarse, aprender, jugar y recibir los mimos y cuidados que le dan mamá, papá y quienes componemos su entorno. Nos dejamos el alma amándola y formándola en respeto y con los principios que entendemos necesarios para su desarrollo como ser humano. En resumen, es amada y respetada. Y así debería ser cada niño y cada niña en este país, y en todo el planeta.

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Abril se ha designado como el mes para enfatizar la importancia de la prevención del maltrato infantil. Violencia física, emocional, abuso sexual, explotación, negligencia en proveerle atención médica, techo, alimento, oportunidades de estudios…. de solo mencionar las carencias y lo que viven a diario miles de niños y niñas se me agrieta el corazón. Leer noticias sobre maltrato infantil provoca una punzada en el espíritu. La mente pasa a modo película y casi podemos ver - con el alma ahorcada - cada detalle de esa escena nefasta que NO debería suceder. No hay perdón y no hay razón para privar a una criatura del amor y el respeto que merecen.

¿Se ha fijado usted con detenimiento en una niñita o niñito? Son tan diminutos, tan delicaditos…. es imposible mirarles y no sentir ternura y cariño. Entonces imagínese usted a esa criaturita bajo el manto pesado y oscuro del maltrato... llorando a pucheros, con los parpaditos hinchados, la mirada apagada, sufriendo. Es un horror, un verdadero horror.

Prevenir que niños y niñas sufran debería ser nuestra cruzada, la mía, la de usted, la de todos y todas. Hay que levantar la voz por ellos, alzar la mano, gritar. Quedarnos de brazos cruzados, en silencio, nos convierte en cómplices. Es imperativo alertar y delatar ese crimen sin piedad. Hay que educar, orientar, invertir esfuerzo en la felicidad de cada infante para que en su adultez no se convierta en el ejemplo que vio de un padre, madre o cualquier otra persona maltratante.

Las huellas del maltrato son imborrables. Las cicatrices son casi imposibles de sellar. Aparte del daño físico, mental y emocional que producen y del destrozo en la autoestima, esas acciones maléficas pueden salir a flote, en quien lo sufre, en su adolescencia o su adultez. El maltrato es una clase a la que asisten los maltratados. Se les arrebata el derecho a una vida plena, buena.

Existen entidades gubernamentales con excelentes iniciativas para combatir el maltrato infantil. Ofrecen talleres, orientaciones, educación, programas especiales.

Pero la primera línea de combate deberíamos ser nosotros, que la lucha contra ese monstruo comience por la casa, el hogar, la familia, la escuela, la comunidad y por cada uno de nosotros. En vez de invertir tiempo devorando el cotilleo de la animadora tal, el cantante tal, la concursante tal y tantas otras nimiedades, deberíamos destinar nuestra fuerza y corazón en fomentar que ningún otra niña y ningún otro niño sufra más.