Escondida entre líneas, justo en el octavo párrafo de la canción “Monotonía”, la cantante colombiana Shakira -a fuego en estos meses por los episodios previos a su divorcio del tonto de Piqué, suceso que se ha convertido en una lucha libre internacional en el que ella va ganando- está una frase poderosísima y magnífica para compartirla en estos tiempos con las mujeres de nuestra vida: “Baby, te quiero a ti, pero me quiero más a mí”.

Atúkiti… que las letras que está pariendo la artista últimamente son oro, y de 24 kilates.

Y es preciso hablarlo, poner sobre la mesa ese tema de conversación que rompa con el “calladita me veo (o te ves) más bonita”, frase que usurpa nuestro derecho al desahogo y la opinión. Hablar o callar debe ser opción de cada cual. Para colmo, tienes de coprotagonista del dolor una humillación que te desgarra por dentro y te tira al suelo. Te pisotea. En el caso de la artista, la ofensa ha sido pública y mundial, pero no por eso la de las mujeres que no son figuras públicas es más liviano. Supongo que se siente igual.

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El enamoramiento nubla. Es una emoción gigantesca, un mariposeo en el estómago y un tucutucu en el corazón. Sentir ese coctel de excitación y nervios es bueno para el alma y para el cuerpo. El problema es que en el desenfreno del amor te ciegas, corres el peligro de enfocar todos tus sentidos en tu pareja y olvidarte de ti, de lo que quieres, de lo que vales, de lo que mereces. Entonces ese amor se vuelve como un nudo apretado, de esos que tienen cuchucientas vueltas difíciles de desenredar. Entregas el amor a borbotones, pero lo recibes a chorritos. Tal cual.

En el mundo hay miles de “Shakiras” que han vivido el desamor acompañado de humillación. Tan fácil que sería que, si no te aman, si no te quieren, si ya no le pareces lo máximo, si no le satisfaces y no le alborotas las neuronas, te lo digan de forma clara y contundente y terminen la relación. ¿Que duele y destroza?, pues por supuesto. ¿Que revuelca las vísceras?, pues claro que sí. ¿Que desata un llanto lento y amargo?, también. Pero es más honesto, y aunque el sufrimiento es inmenso e intenso, la realidad es que es menos que el que provocan la mentira y el engaño, que son una terrible combinación. Un junte letal.

Pero bueno, regresando a la frase que ocupa estas líneas, deberíamos aprender a amarnos primero, a querernos más que a quien queremos. Quiérete para que puedas querer a otros a corazón abierto. Respétate, porque amar sin respetar no es amar. Valórate, porque dentro de ti habita un ser excepcional.

Puede que el calendario marque el 14 de febrero como el Día del Amor, y es lindo -que no le vamos a restar su mérito- recibir chocolates, flores, regalitos y hasta disfrutar de una romántica cenita a la luz de las velas y todas esas vainas que se inventan para la ocasión. Pero el resto del año es más importante y debería transcurrir con una relación saludable, estable y bendecida para dos. Y si no lo es, pues adiós, pero “me quiero más a mí”.