“¿Será que a los 60 comienzan los achaques, o es una treta que nos juegan la mente y el cuerpo?”, me cuestioné un día, hace tres años ya, en que la rodilla derecha me crujía y amenazaba con dar un tirón hacia atrás. Una cosa rarísima.

Creí entonces que era el resultado de un ejercicio de brincoteo -de esos que catalogan como de alto impacto- que no debí haber hecho jamás. Era similar a los brincos que de jovencita daba en los conciertos de rock, con las dos manos puestas en alto y ciento veinte libritas que me permitían treparme en sillas y bailar en tacones.

Relacionadas

Sentía, además, que el hombro izquierdo estaba enmohecido, pero entendía que era la consecuencia lógica de la costumbre de dormir con el brazo torcido y debajo de la almohada. Rodilla y hombro, imagínense. La combi, le dirían los clientes de uno de esos restaurantes chinos que venden distintas combinaciones de platos.

No me encanta acudir a los médicos. Afortunadamente, soy bastante saludable, lo que me ha permitido no tener que visitarles con frecuencia. Inhalé y exhalé y saqué una cita con la fisiatra. ¿Y qué pasó? Pues que ese día me levanté espléndida, como un trompo, sin dolor, con la rodilla perfecta y el hombro insuperable. ¡Me cachin diez! Creo que el tullimiento huyó tan pronto se enteró que acudiría a una cita médica. Se asustó y me dejó plantada en mi intención de que cuando me examinaran pudiera gruñir o gritar para que la doctora detectara el punto exacto de mis dolamas. Un papelón.

De todas formas, fui formalita, bien portada e intencionada, pero sin la habilidad para describir la ubicación exacta de los achaques.

“Mire doctora, en la rodilla siento como un crrrr. Es como… como… como un sentimiento, ¿me entiende? No es un dolor, es un sentimiento. Entonces lo del hombro es como una sensación. No es una punzada, no, es una sensación amarillo mostaza, agria, pero constante. No es que vaya y venga y no se detenga, excepto hoy, que no apareció supongo que para hacerme quedar mal”, le dije.

La doctora me miró por encima de sus espejuelos con actitud de misericordia -creo que me dio por loca- y me mandó a hacer placas, no sin antes hacerme ochocientas mil preguntas -como debe ser- y palpar los puntos donde le indiqué que vivían mis dolores. Afortunadamente, los resultados no arrojaron nada grave, sino la consecuencia normal de sesenta años vividos y disfrutados.

Creo que esta es la historia de muchas mujeres que, al llegar al sexto piso, se enfrentan al “encangrinamiento” del cuerpo. Todo sucede a partir de ahí. En esa edad en la que por fin tenemos el tiempo y todavía sentimos las ganas de brincotear lo que nos falte por vivir, aparece alguito por aquí y alguito por allá, una peccata minuta. Y por pequeña que sea la tribulación, es imprescindible chequearla, no sea que le dé por crecer y entrometerse en nuestro afán de consumir la vida antes de que nos consuma a nosotras.

Pero habrá que ser vidente o astróloga, predecir lo que nos va a aquejar de manera que podamos sacar la cita con anticipación, antes de que llegue el achaque, porque con lo atestados que están los médicos las consultas tardan varios meses y, de ser así, llegaríamos con el tullimiento activado. Y sabrá Dios…