Amor bonito, amor del bueno
“Presenciar una declaración de amor nos libra de tanto dolor, miedo y decepción. Y nos transporta, como en una película, a un paraíso en el que todo es bueno, todo es bonito”
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 1 año.
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¡Me encantan las bodas! Y no se trata del fiestón, la comelata y el bailoteo. Lo que me fascina es la voluntad de los novios de formalizar su compromiso de amor ante un grupo -ya sea pequeño o gigantesco- de amigos y familiares. Vamos, que hasta me parece generoso que nos hagan partícipes de esa ceremonia, civil o religiosa, de acuerdo a su preferencia. Es como un bálsamo delicado que desprende un aroma a sentimiento que fluye y se derrama sobre nuestro espíritu adolorido por tanto desastre que ocurre a nuestro alrededor.
Nos concentramos, durante ese espacio de tiempo, en esos dos seres que se toman de la mano con la esperanza de que su amor sea la fuerza que les lleve a vivir muchos años juntitos, felices, amelcochaditos; y en las ocasiones tristes, que por lo menos la pasen abrazados porque el miedo y la tristeza compartidas son menos cuando se está acompañado. La pareja se mira, sonríe, derrama unas lagrimitas… y uno acá en actitud similar, mirándolos, sonriendo y con la lagrimita asomada. Lo que sienten es contagioso, y a los presentes nos sienta bien.
El tiempo parece detenerse. El cerebro olvida la horripilante lucha entre palestinos e israelíes, un conflicto que por alguna razón no entendemos en su totalidad (creo que, sin saberlo, nos autoprotegemos), pero que desde acá observamos con ese horror que produce la violencia en gran escala. No importa cuán lejos suceda, las imágenes nos estremecen y aterran. También nos alejamos -por unos instantes, sólo unos instantes- de las noticias del día que nos relatan los trágicos feminicidios y asesinatos que ocurren en esta bendita Isla. A veces es horrible la mañana. Despertarse al maratón de tragedias nos apabulla el alma.
La mente se limpia de los bolletes patrios que no tienen importancia, pero la reciben como si fueran de alta categoría. ¡Y ocupan primera plana! Que si Bad Bunny estrena imagen, que si no besó a Fulana en la alfombra, que si no saludó a Mengano en el escenario. Que Chayanne se asomó por sus redes con el pecho rimbombante, sexy, descamisado. Que si Burbu mencionó a Pamela, Pamela le contestó y Molusco reaccionó. Que si tal artista se dejó de tal artista y se empató con tal artista. ¡Válgame, Cristo! Y por ahí pa’ bajo.
De los líos políticos tampoco nos salvamos. Que habrá primarias, que el Gobe dice que vuelve a ganar, que la Comisionada se lanza a la candidatura embarazada, que si el Alcalde se desafilió y se afilió en otro lado, que aquella o aquel dijo tal o cual cosa y el otro o la otra le contestaron.
Presenciar una declaración de amor nos libra de tanto dolor, miedo y decepción. Y nos transporta, como en una película, a un paraíso en el que todo es bueno, todo es bonito. Desde nuestro interior, allá donde reposa todo lo fantástico, las buenas vibras brotan como represa necesitada de que abran las compuertas. Les deseamos amor, bendición, abundancia, retozos apasionados, besos alargados, noches románticas, que vivan a plenitud, que resuelvan las desavenencias que aparezcan y que salten juntos por encima de cualquier escollo. Es más, hasta queremos que de viejitos compartan un cuarto en un “home”, siempre al ladito uno del otro, siempre agarraditos hasta que el cuerpo diga.
Esta semana fuimos a la boda de Gabriel y Corey. Era martes. Sí, martes, porque cualquier día es perfecto cuando se trata de alejarse de la realidad que nos estruja y brindar con la copa en alto para que entre ellos siempre viva el amor. El amor bonito, el amor del bueno.