No sé si al momento de publicación de estas líneas nuestra perrita Gala esté viva, abrazando sus últimos días, o si haya cruzado ya el horizonte desconocido hacia ese espacio que algunos le llamamos cielo.

Un tumor en el bazo se ha entrometido en su cuerpo restándole salud y enfrentándonos a un proceso inmensamente triste y duro en el que, por primera vez, se menciona la palabra eutanasia.

Eutanasia…. la alternativa -cuando se agota toda posibilidad- para evitar que el dolor mastique su cuerpecito de diez libras, que absorba la energía que hasta ahora le hacía mover el rabito como un abanico y destroce su interior inundándolo de un suplicio que no merece ella, ni otros animalitos.

Ponerla a dormir le llaman, quizás para mitigar lo que verdaderamente significa.

Gala, la mascota de Uka Green
Gala, la mascota de Uka Green (Suministrada)

A mí me falta el aire, como que no puedo respirar. No me da el alma para pensar que esa criatura que cambió mi vida me pueda faltar. Quienes no sienten empatía ni aman a los animales me tildarán de tétrica y ridícula. Pero todo aquel que tiene un animalito en su núcleo familiar comprenderá.

Gala llegó a nuestras vidas hace trece años gracias a que una de mis hijas la salvó del abandono. Yo no quería animales y, por supuesto, no tenía experiencia, pero tan pronto vi su carita asomada entre los pliegues de la toalla en que estaba envuelta la sentí parte de mí. Clavó sus ojitos acaramelados en los míos, fijó su mirada en mi mirada, y apretó el botón de un amor que me era desconocido. Es más, hasta extraño me parecía verlo en los demás.

Dicen que los animalitos rescatados tienen un corazón agradecido. Sospecho que sí, porque desde su llegada a este hogar, Gala se ha volcado en amor y en solidaridad. Sí, en solidaridad, qué increíble, ¿no? Ha pasado horas sentada a mi lado, acompañándome mientras trabajo. Se ha apostado en el lado de la cama de mi marido esperándole a que llegara del hospital. Olió los piecitos de mis nietas recién nacidas y se ubicó a su lado con cara de guardiana. Y así…

Pero sobre todo, Gala me abrió las puertas que me condujeron a un mundo nuevo el que la misericordia hacia los animales hace falta, mucha falta. A ella le agradezco la conciencia que tengo hoy sobre los miles de animalitos abandonados a todo lo largo y ancho del país. Seguramente, les ha visto, tristes, caminando en solitario, buscando sombra para dormir, tomando agua en los charcos y merodeando para encontrar algo de comer. Peor aún aquellos que son maltratados, abusados, molidos a golpes, amarrados con cadenas de eslabones gordos que les hieren y pesan, quemados, lastimados… ¿cuán oscuro debe ser un ser humano para cometer un crimen así?

Las organizaciones dedicadas al cuido y rescate no dan abasto realizando una tarea que debería ser de todos y no de unos pocos. Cuánto odio, cuánta crueldad.

No sé cuánto de vida le quede a Gala. Estamos en espera de un diagnóstico y aferrándonos a la esperanza. ¿Ponerla a dormir? No sé. De solo pensarlo se me rompe el corazón en cantitos, aunque me queda claro que mejor partir habiendo sido amada, respetada y feliz, que vivir los días que le falten con un sufrimiento inaguantable. Habrá que hablarlo en familia y decidir lo mejor para ella, aunque sea lo peor para nosotros.

Mientras todo transcurre celebro su vida, su compañía, su amor y su presencia en mi vida. Y si le toca partir, ojalá que sea con sus ojitos clavados en los míos… su mirada fija en mi mirada.