Desde hace unos días, anda dando saltos y brincos entre los enjambres de las redes sociales, una noticia que me dejó petrificada por su contenido espeluznante. Una iglesia, cuya denominación no se menciona y que se llama Final de los Tiempos, está ofreciendo lotes en el cielo. Sí, así mismito como lo lee, está vendiendo parcelas allá arriba.

A juzgar por la información, no deben ser los castillos en el aire del cantautor argentino Alberto Cortez, que en paz descanse, pero a $250 el metro cuadrado tampoco serán una sencilla y rústica caseta de campaña; algún lujito debe estar incluido. Rauda y veloz viajo por las arterias del internet a buscar información sobre la iglesia, cuyo nombre me aterra porque esos temas sobre finales del mundo o del planeta me encrespan los nervios. Pues resulta que luego de fajarme en una búsqueda bastante extensa, les encontré en el mundo feisbukiano y ¡oh, albricias!, colocaron un aviso de ofertón. ¡Chócala ahí, men!

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No, ya el metro cuadrado no cuesta $250, sino que está rebajado de precio y lo promocionan en especial a $100. Lo que me extraña es que el anuncio no explica en detalle lo del espacio y resulta difícil saber si usted o yo estaremos comoditos o terminaremos nuestro paso por la Tierra ensalchichados.

La promoción tiene fecha de junio, así que de repente ya se ha expirado y nos la perdimos. Pero “para más información para realizar su adquisición” tienen un “equipo de atención al cliente celestial” en espera de los comprobantes de pago de aquellos que den un tarjetazo - aceptan todas las tarjetas habidas y por haber y hasta Apple Pay - en la transacción.

No, no he escrito una oración disparatada y kilométrica, lo he citado tal cual. Lo que no me queda claro, por el orden en que escriben la oración, es si el equipo es el celestial o es el cliente quien debe ser celestial para poder aplicar para su conuco.

¡Válgame Cristo, a lo que hemos llegado! Pero ahí no termina la cosa, no se pueden enviar mensajes por esa plataforma porque “tenemos colapsado el servicio de mensajería por la cantidad de hermanos -me pregunto si para las hermanas no hay- que desean adquirir su lote”. Imagínese, con lo caro que está morirse aquí abajo, media humanidad debe estar arrancándoles el brazo.

Los mensajes dejados en el apartado de comentarios son de atacarse. De atacarse y sanar, porque la risa, como siempre les digo, es sanadora. Quieren saber si la casa está incluida, si hay terrenos como para establecer una gasolinera y sobre todo si pueden revisar el listado de vecinos para evitar que les toque al lado Caín o Barrabás.

Más abajo, en otro post, ofrecen los servicios de salvación de alma con certificado de expiración. No, si es que ya les digo que es cierto, que el mundo tiene que acabarse… y prontito.

Luego de reírme un rato, que bastante bien que me vino, he repensado que el lotecito en el cielo no está nada mal en comparación con lo que cuesta morirse acá abajo. ¿Ha visto usted los precios? Pues yo sí, porque a partir de los 60 uno piensa en esas cosas y hace algunas averiguaditas por si acaso. Luego de llamar a varios establecimientos para enterarme de precios, creo que la opción será sembrarnos en floreros y coronarnos con algún tulipán. El mío que no sea de plástico, please, que hay que irse con dignidad. Importante asegurarnos de que al lado no haya un jarrón con Caín o Barrabás, que en eso los feligreses tienen razón.