Me resulta difícil, y a mi corazón le cuesta bastante creer que ha pasado exactamente un año desde que Myraida (Myraida Chaves) se mudó de este espacio al otro, para instalarse en ese rincón allá en el universo que imagino impecablemente limpio, delicadamente decorado y lo suficientemente cómodo como para recibir a la tribu de familiares y amigos cuando nos toque viajar hacia ese otro lado.

Verla apagarse fue duro, durísimo. Perderla físicamente mucho más. No estábamos preparados para enfrentar la ausencia de esa Tinkerbell de sonrisa amplia que revoloteaba a nuestro alrededor envuelta en tules frondosos y espumosos con los que nos arropaba cada vez que era necesario.

Nos costó y nos sigue costando, aún cuando sospechamos que se adelantó para tener todo listo y preparado cuando lleguemos… la mesa puesta, la cervecita fría, los tostoncitos crocantes y la carne frita bien condimentada, sabrosa y calientita, como le gustaba.

El tiempo pasa volando. El calendario tiene prisa y no se detiene para tomar un respiro y un minuto de descanso. Es como si quisiera jugarnos una treta. Abrimos los ojos y han pasado semanas, meses, años.

Desde el azote del huracán María vivimos suspendidos en el aire, como en un limbo, perdidos en el tiempo. A eso se sumaron los desastres naturales y ese desbarajuste ocasionado por un virus que nos ha mantenido en una pausa mental que nos ha destartalado el reloj interno. Quizás a ustedes les pasa como a mí, que de repente pienso, ¿pero, que se está acabando abril? ¿Que ya casi entramos al quinto mes del año?

Precisamos vivir a conciencia, intensamente, porque la vida se derrama como el agua, inatrapable y sanseacabó, caput, finito. Por mi parte, intento coleccionar momentos, vivir a plenitud, crear memorias que duren más que yo.

Demasiada gente buena ha fallecido del 2021 hasta hoy. Claro, y en años anteriores también. Padres, madres, maestros, mujeres, hombres, jóvenes, adolescentes, estudiantes, niñitas, niñitos, líderes comunitarios.

“La pelona” -como le llaman- no ha discriminado y ha arrasado con almas de todos los niveles sociales, de todos los grados académicos, de los campos, de las ciudades, de todo y de todas partes. Pensándolo bien sí, ha discriminado, porque se ha llevado a muchos nobles y ha dejado a muchos malos. Entonces nos queda la misma interrogante: ¿por qué mueren tantos buenos, tantos inocentes, y los charlatanes, sinvergüenzas y mequetrefes se quedan por aquí pululando?

Es cosa extraña la muerte. Vamos, que hasta le saca el cuerpo a quienes no muestran respeto a la vida y la desafían con irreverencia cometiendo todo tipo de actos nefastos.

Todos extrañamos a alguien. Todos. A todos se nos fue un ser querido a destiempo. A todos. Y no sé a ustedes, pero a mí a veces me entra la curiosidad de saber cómo será la otra vida… ¿nos reencontraremos? ¿nos reconoceremos? ¿volveremos a ser el grupete de familia y/o amigos que fuimos acá abajo? Son muchas las teorías.

Al pasar la línea de los sesenta, cuando la muerte aparece en alguna conversación, muchos asumen un tono serio, pausado y afirman que están listos, que ya han purgado sus pecados y se sienten preparados para llegado el momento…. ¡Pues yo no! Ni estoy preparada, ni tengo ningunísimas ganas de partir. Al contrario, siento que me falta mucho por vivir y toneladas por hacer. Pero bueno, ya veremos, en ese asunto no mandamos. Por el momento, sólo sé que extraño a Myraida, a mi querida Myraida…