Escribo estas líneas mientras el horripilante huracán Milton azota la Florida, en lo que ha sido catalogado como el ciclón más peligroso de los últimos tiempos.

Lo veo en la pantalla del televisor, o en las imágenes que presentan los medios en la web… es una pelota con una maranta espeluzada que cada vez se vuelve más ancha, y que con su furia pretende tragarse el territorio casi completo.

En Puerto Rico lo venimos observando hace más o menos una semana, siguiéndolo, pendientes, en espera. Todos tenemos a alguien allá y todos sufrimos desde acá. La cicatriz que nos dejó María permanece enconada y tan pronto sabemos de algún fenómeno en el mapa la ansiedad se activa. PTSD, le llaman.

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No sé ustedes, pero yo llevo varios días con ganitas de llorar. Estamos pegados a los medios, con el alma en un hilo, comiéndonos las uñas y sumidos en una angustia que activa la película de los recuerdos del desastre que sufrimos en el 2017.

Estructuras, sistemas, y sobre todo VIDAS fueron arrasadas por el coraje de aquel huracán con nombre de mujer que no tuvo ni una pizca de misericordia con la Isla. Sabiendo lo que sabemos y con el dolor todavía en carne viva, seguimos la trayectoria de Milton sufriendo, con el cuerpo tenso y orando para que Dios -o como usted quiera llamarle a esa fuerza de luz infinita- proteja a los millones que residen en ese estado que todos, o casi todos, hemos visitado. Hasta podríamos decir que la Florida es otro Puerto Rico.

El pronóstico sobre la trayectoria de Milton es tan impresionante que hasta en el periódico español El País lo han reseñado. Mencionan los desalojos mandatorios, los refugios y hasta las consecuencias que puede traer como desastre natural. Nosotros, desde acá, pensamos en millones de personas, especialmente en los nuestros y hasta sentimos coraje con aquellos que se han enfunchado y se han quedado en sus hogares so pena de encarar una tragedia que no tenga vuelta atrás.

Las imágenes de los escombros dejados por el anterior hace una semana, Helene, nos paran los pelos imaginando proyectiles que salen disparados con velocidad mortal. No entiendo cómo no pudieron recogerlos. No pretendo criticar, pero, caramba, esos desechos añaden una peligrosidad descomunal a la merced de los vientos.

Ha sido una temporada extraña y afortunadamente en la Isla nos hemos librado, hasta el momento, de un cantazo como los que hemos recibido en el pasado. Tal parece que nos han dado un breakecito, un descanso. El daño a la naturaleza y a la atmósfera ha sido tan y tan grande, tan impactante y de tal magnitud que se ha enfurecido a gran escala y anda impactando todo el planeta.

Cuando lean esta columna el huracán ya habrá atravesado la península floridiana y sabrá Dios lo que habrá dejado a su paso. Nos toca activarnos, ayudar, consolar, abrazar y ondear la bandera de la solidaridad. Nosotros sabemos… Maldito Milton.