No hace falta que Bad Bunny nos diga que estamos jodidos. Eso lo sabemos.

Sospecho que estamos siendo atacados por siete plagas, tal y como le pasó a Egipto por no hacerle caso a Moisés.

Es que hemos ignorado nuestro instinto, no hemos escuchado el cerebro y en consecuencia -sumidos en un letargo, como bobejos- hemos permitido que toda clase de depredadores se hayan llenado la barriga con la desventura de nuestro pueblo.

No hace falta que Bad Bunny nos diga que estamos jodidos. Eso lo sabemos. Agradecemos sus expresiones, porque alebrestan a quienes por alguna razón han permanecido fríos… o paralizados por el miedo. Y el miedo, tal y como dijo hace años un colega suyo, hay que meterlo en la gaveta, sobre todo en estos tiempos.

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Llevamos años en estas.

Primero fueron los monos los que comenzaron a pulular por la Isla y hasta dañaron las cosechas. Alguien trajo unos cuantos para estudiarlos y algo pasó que les dio la oportunidad de poner los pies en polvorosa, se escaparon, se reprodujeron, y se dedicaron a aparecerse en calles, campos y casas.

Luego aparecieron las abejas, que aterrorizaron a los residentes de una urbanización y hasta mataron a cinco perros. A ellas hay que agradecerles la polinización, pero en esa ocasión se fueron al garete impartiendo terror y amenazando con espetar su ponzoña.

Entonces, de repente, como si fuera una película de ficción de Spielberg, nos percatamos de que los cerdos vietnamitas se la habían pasado retozando jubilosos, parieron a montones y aprovecharon el fuetazo del huracán María para “juyir” y apoderarse de calles y avenidas. Andaban rechonchones, con actitud de dueños y señores. ¡Bendito sea Dios!

Pero hablemos de las iguanas, esos lagartos espantosos, ásperos y verdes que han copulado como titanes y se han multiplicado de manera tal, que en cada lugar que uno mira, si observa bien, encuentra una de ellas. Yo les tengo pánico, pero algunos -¡válgame Dios!- se las comen y hasta defienden su carne diciendo que es riquísima. Fó.

¿Caimanes? ¡Pues también, no faltaba más! Si nos espantaban los cuentos de esos reptiles haciendo escante en la Florida, más espanto nos debe dar su presencia en los cuerpos de agua del país. Esos llegaron en los años 60′ y se han quedado a vivir.

Pero hablemos de las culebras, lo que nos faltaba para completar la sarta de plagas en cuyo ‘hall of fame’ está -imposible olvidar- el chupacabras. Pitones reticuladas y boas constrictor, largas y hambrientas, han aparecido por todo lo largo y lo ancho de esta Isla, comiéndose cuanto animalito encuentren a su paso, desde pollos hasta gansos. Hay un caza-culebras, un muchacho que entra en un trance de júbilo cada vez que las encuentra.

Pero la séptima… ah, la séptima, esa es la peor. No anda en cuatro patas, sino que habita en un edificio pomposo, se traslada en vehículos de cuatro ruedas y nos tiene mendigando un cachito de luz.

A mí eso de mendigar me ronca la manigueta, porque hemos entrado en un estado de abuso y esclavitud. Nosotros pagamos, es más, pagamos hasta la luz que no nos llega porque la facturita no refleja su ausencia.

LUMA, así se llama la plaga que nos mantiene a su merced secuestrados e imposibilitados de una vida normal. Vaya, que no tenemos que ser Dubai, pero sí un Puerto Rico placentero. Todo lo que hacemos depende de tener energía eléctrica, ¡todo! Las tareas de la casa, los servicios bancarios, el transporte, la salud, la atención médica y hospitalaria, la educación, el entretenimiento, las compras, la alimentación y por ahí sigue el listón. ¿Cuánto tiempo más?