El bombardeo es intenso y resulta extenuante. No importa a dónde usted mire, derecha, centro o izquierda, se topará con un anuncio político.

Las promociones no solamente estallan en la radio, la televisión, los billboards, pancartas, correos electrónicos y hasta cartas, sino que han invadido las redes sociales, desde Facebook hasta Youtube, donde aparecen, ¡zas!, los candidatos -unos y unas embutidos en chaquetones muy formales, otros y otras con vestimenta del más cool- con sus discursos y consabidas tiraeras. Eso sí, todos buscan conectar, que nos identifiquemos, que nos comamos el cuento de que una vez elegidos estiraremos la mano y ahí estarán.

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Es impresionante, a último minuto aprieta la publicidad y uno como que se sofoca. Aparecen caras que para mí que son nuevas, porque en estos cuatro años ni me enteré que existían. Pero bueno… qué le vamos a hacer.

A treinta y pico de días de entrar en la caseta de tubo y papel de estraza la contienda arrecia. Los semáforos no se salvan. Te detienes y a un lado o a otro están los voluntarios de los partidos repartiendo flyers y fotos. Aún no he visto la repartición de banderas, esa ya mismo se da.

El furor promocional nos persigue, el ambiente se caldea, las peleas aprietan… ya les digo, lo que nos toca de aquí a noviembre se perfila como una de esas sogas que los cowboys tiraban al aire, dando vueltas, para atrapar a su presa.

Así que decido cambiar a temas más placenteros, como por ejemplo la experiencia tan agradable y fantástica de servicio que viví la semana pasada en varios establecimientos de Ponce.

Allá me trasladé para la presentación de mi libro, y luego de la cual, cansada y esbaratá, visitamos Vista, en el tope de un edificio frente a la plaza. Qué maravilla de lugar, con dos terrazones enormes desde donde se ve el Castillo Serrallés, la Cruceta y todas las edificaciones.

Lo mejor fue el servicio. Nos atendió un muchacho, estudiante de Arquitectura que trabaja como mozo en el lugar. Qué maravilloso es ser atendido por alguien tan simpático, y tan dedicado. Saludamos a la propietaria del establecimiento y como lo bueno hay que decirlo, le comenté sobre el magnífico trabajo del muchacho

De ahí brincamos a Lola, dentro del hotel Ponce Plaza, un lugar único y especial que han decorado con un ambiente cálido y precioso, donde recibimos un trato cariñoso y de primera. Óigame, ¡qué ricura y qué ambientazo! Una crema de viandas de rechupete, aderezada con una conversación amena y divertida con Manolo, su dueño, quien pasa y saluda a todo el mundo y les hace sentir como en casa.

Frente a frente, Melao, para desayunar y almorzar, riquísimo y donde un staff de jóvenes te atienden con super esmero. Manolo y su esposa Francin, quien también lleva las riendas de los proyectos, han realizado una labor excepcional.

En ambos casos la propina se da con gusto, sin dudas. Hasta se le pone un poquito más para recompensar el excelente trabajo, tan excelente como el trato de las familias que el domingo en la mañana ocuparon la plaza defendiéndose del crujiente sol con carpas blancas bajo las cuales exhibían empanadillas, galletas, bizcochos, dulces, artesanías y café, todo pro fondo de las clases graduadas de varias escuelas. Por el ladito un coro magnífico de estudiantes interpretando temas cantados al estilo clásico y angelical.

Ya les digo, dentro de todo el reperpero en la ruta electoral, cambiar a un ambiente limpio de promociones y lleno de servicio y amabilidad ha sido como un bálsamo para el espíritu, un descansito del revolú que -ay Dios míoooooo- continuará.