La primera vez que me enfrenté a la máquina pensé en Godzilla, aquel monstruo inventado por la mentalidad japonesa y protagonista de una serie televisiva y varias películas. No sé por qué me vino a la mente el dinosaurio gigantesco y áspero que causaba pánico. De repente fue porque la máquina en la que se colocan los senos -uno primero y otro después- tenía dos planchas de acero inoxidable que se abrían y cerraban como la boca de Godzi.

Sentí miedo. Obvio e inevitable que el temor se apodere de las primerizas que acuden a esa cita cuya única referencia es algún cuento espantoso de una amiga. Vas a que te aplasten el tetamen o el tetamencito, cualquiera que sea el caso de tu formación pechuguística. Y luego, lo peor, la espera de ese resultado que puede hacerte sonreír o llorar, dependiendo cual sea tu caso.

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Ya no. Con el tiempo y las experiencias de varias mujeres valientes que me rodean he hecho la paz con la mamografía. Agradezco su presencia en nuestras vidas y entiendo su gigantesco valor. Dejó de ser Godzilla y se convirtió en una heroína que me da un apretoncito de segundos, amigable y, sobre todo, potencialmente salvador.

La tecnología ha transformado el proceso a tal grado que ahora resulta menos aterrante y mucho más placentero. Las planchas ya no asustan y son de un material transparente que convierte el proceso en uno bastante tolerable. El susto y la incomodidad pasan rapidito, aunque a uno le parezca que las manecillas del reloj se fueron en huelga y se quedan detenidas.

Al Dr. Robert L. Egan se le atribuye el título del “padre de la mamografía moderna”. Y yo lo bendigo, lo bendigo con todas las fuerzas de mi alma porque, gracias a su iniciativa, miles de mujeres pueden detectar a tiempo “esa cosa que no les pertenece” y comenzar un tratamiento que, aunque las conduce por un túnel de tristeza y miedo, les permite salir hacia la vida.

El nivel tecnológico ha avanzado tanto y tanto que podemos practicarnos una tomosíntesis, un método revolucionario que mejora la evaluación del tejido mamario. Es una vaina impresionante, una mamografía en 3D, mediante la cual el radiólogo puede detectar cualquier anormalidad que haya que atender de inmediato. Que conste que no soy médico, que explico lo que sé en arroz y habichuelas, tal y como lo entiendo, con la intención de motivar a todas las mujeres que no se han revisado y a las que están pasadas de su cita.

El martes acudí a la mía, a ese encuentro con la maquinita y con el radiólogo intervencionista Dr. Samuel Padua, un encanto de doctor que me explica como dicen por ahí, “como a nena chiquita”, porque soy muy curiosa y me empeño en saber todo en detalle. Durante el proceso me acompaña una técnica maravillosa que me da las instrucciones precisas para colocar mis senos y mis brazos donde van, de manera que la imagen salga nítida. En el “in between” bromeamos, porque la risa es una compañera magnífica para esos momentos en los que no me atrapa el miedo, pero sí, me da mi cosita.

Y usted se preguntará por qué les hago este cuento, si total, a usted no le importa mi proceso “mamografístico”. Pues sepa que lo hago con la intención de que alguna mujer… una, por lo menos una que no se la haya practicado, se anime y lo haga. Que alguna mujer… una, por lo menos una que tenga su cita olvidada se anime y lo haga. Una… por lo menos una.