La A no es sinónimo de éxito y la F no significa fracaso. Lo aprendí en mi proceso de transformación, al pasar de ser una madre histérica con las notas a una que entendió que las calificaciones no determinan la intelectualidad y el futuro profesional de los niños. Como tantas otras madres de mi generación, pretendía que mis hijos (hembras y varones) obtuvieran A’s y B’s en sus clases. Digo, es deber de uno estimularlos en el proceso de aprendizaje, motivarles para que se enfoquen y aprovechen al máximo esa extraordinaria oportunidad del estudio que tantos otros no tienen.

En mi ignorancia -porque muchas veces las madres pecamos de ignorantes y cometemos errores por amor- les exigía “buenas notas”. Pero aprendí. En la elemental, uno de mis hijos tuvo que tomar una clase en verano. Entonces comprendí que su nota no significaba derrota, sino que gritaba AYUDA. Fallé en no percatarme de su necesidad de dominar los nervios y poder llevar al examen el material que había estudiado. Sí, señores, porque saberse el material, conocerlo y dominarlo -no me refiero a la memorización ni a “la botella”, sino al entendimiento- no significa que el estudiante podrá plasmarlo en el papel. Contestar un examen conlleva ciertas destrezas, entre las que se incluye la capacidad de dominar el miedo ante una prueba, o ante la posibilidad de no obtener una A.

Recuerdo mi frustración y el coraje que también sentí hacia la maestra. Sí, hacia la maestra, la figura más importante en la educación de los niños, la que sabe, la que comprende, la que enseña. “Asumo mi responsabilidad, pero este fracaso es también tuyo”, le dije. Me espetó los ojos mientras la principal se convertía en una estatua de sal. “El niño que te necesita no es el que sabe, no es el de mayor coeficiente mental, no es el que más participa, no es el que tú como maestra sabes que domina el material…. tu reto, y tu estudiante más importante, es el que se queda callado, el que baja la mirada y te esquiva para que no le preguntes, el que menos participa, el que tú, como maestra, sabes que no sabe, o sabe y no lo puede expresar. Ese es el que más te necesita, ese es tu reto. Es tu éxito o, como en este caso, tu fracaso”.

Jamás olvidaré la mirada de esa mujer, quien seguramente pedía al cielo que se abriera un boquete y que la tierra se la tragara, pero que me llevara con ella. Como hija de una maestra de escuela pública de este país, conozco perfectamente la excelencia magisterial y la importancia de ese profesional en nuestro desarrollo como sociedad. Admiro y respeto a esos miles de maestros que dan la milla extra y que se dejan la vida en el proceso. Inevitablemente hay otros, los menos, que… pues…

Mi hijo se graduó de la universidad con los honores más altos. La distinción fue lo de menos, lo de incalculable valor fue su satisfacción al superarse. Hoy es un joven profesional con una carrera productiva y exitosa gracias a su esfuerzo y a la guía de excelentes maestros. A todos, mi inmenso agradecimiento.

Así que madres y padres ténganlo en cuenta para este año escolar. Cada estudiante es único e individual y tiene su propio ritmo de aprendizaje. Las notas son solo eso, una nota, y no le definen. Lo importante es que, en la suma y en la resta, disfruten del proceso de aprender y sean seres felices.