“How can I help? (¿Cómo puedo ayudar?” Esta es la pregunta a flor de labios del doctor Max Goodwin, personaje interpretado por el actor norteamericano Ryan Eggold en la serie “New Amsterdam”, que ya está en su cuarta temporada.

En principio choca que Goodwin, que debuta como director de una facilidad hospitalaria pública, diga y repita la pregunta en intervalos de solo minutos. “Y dale que es tarde”, uno llega a pensar. Pero poco después, entrada la trama, descubrimos un personaje basado en un obrero de la salud afincado en la revolucionaria misión de servir y con el propósito firme de brindarle un cuidado médico de primera a todos los que acudan al hospital y, especialmente, a quienes llegan con el bolsillo deshidratado, o hueco.

Sólido en su propósito, el médico utiliza su creatividad -cuanta maroma se le ocurre- para reformar, reinventar y crear posibilidades, al mismo tiempo que se entrega a la tarea de motivar e incentivar al personal para que trabaje con compromiso y pasión. Lo cierto es que esta labor es difícil, no únicamente en la serie, sino en la vida real. Sin darnos cuenta hemos caído en una cultura diferente, la del “yo necesito”, en vez de fomentar el servicio y adoptar el “¿cómo puedo ayudar?”. Y lo vemos a diario.

Servir se ha convertido en una tarea de pocos, en vez que de muchos. Es un acto que requiere un ejercicio emocional de valentía, desprendimiento y arrojo, actitudes que se ausentan o se desvanecen en todos los que vamos por la vida, acelerados con esa prisa que no deja espacio para los demás.

“No puedo”, “no tengo el tiempo”, o “no tengo el dinero”, son las frases favoritas de quienes le sacan el cuerpo a la necesidad de tantos, al dolor ajeno. Pero, afortunadamente, existen héroes y heroínas del país, gente con un espíritu que no les cabe en el cuerpo que se han desapegado de la comodidad para responder al llamado alto y sonoro que produce su corazón.

Es impresionante -confieso que me quedo boquiabierta- el esfuerzo de algunos que convierten lo imposible en posible, que dejan el alma y la piel en la misión de ayudar. Son los protagonistas del “how can I help?” isleño. Como, por ejemplo, el Chef Iván Clemente, bastión del Comedor de la Kennedy, decidido a aliviar el hambre de muchos en Puerto Rico. Sí, porque afuera del pequeño universo de cada cual, de esa burbuja de “normalidad”, hay gente que duerme sin comer. El hambre existe, es real.

O Iniciativa Comunitaria, un grupo fantástico de almas de hierro sumergidas en la labor proveer desintoxicación, tratamiento, prevención y educación mediante varios programas. Como por ejemplo Operación Compasión -un nombre magnífico que mejor no les puede caer- iniciativa de rondas nocturnas para proveer alimentos, curaciones y kits de prevenciones a personas sin hogar y/o usuarios de droga.

O el Santuario de Animales San Francisco de Asís, un batallón de ángeles dedicados al rescate, rehabilitación, refugio y adopción responsable de perritos y gatitos desamparados. Y Rabito Kontento, otro ejército dedicado a rescatar animalitos abandonados en las calles para darles una segunda oportunidad.

En todas estas organizaciones -menciono cuatro, pero son muchas más- sucede igual: no es que sean muchos los trabajadores voluntarios, sino que ese pequeño grupo tiene el valor y la capacidad de hacer más. Es gente que hace y trabaja por el bien. Y eso, amigas y amigos, es un súper poder.