Pues mire usted, según cuenta esa enciclopedia moderna llamada la web, allá para el 1909 en Washington, Sonora Smart Dodd quiso homenajear a su padre, un veterano de la Guerra Civil de nombre Henry Jackson Smart, quien se hizo cargo de ella y sus hermanos cuando su esposa falleció en el último de los partos. Para aquel entonces, se había celebrado por segundo año el Día de las Madres, así que Sonora, ni corta ni perezosa, quiso honrar la gesta de los padres, especialmente aquellos que como el de ella, asumieron el rol de padre y madre. Cincuenta y siete años después -sí, 57, en el 1966- el presidente Lyndon B. Johnson proclamó el tercer domingo del mes de junio como el Día de los Padres. O sea, que las madres le llevamos 59 años de ventaja.

En Puerto Rico se adoptó ipso facto -no faltaba más- esta fecha, que al igual que la nuestra -las de las madres, quiero decir- se convirtió en una oportunidad comercial para invitarnos a gastar la chaucha, los cheles y los pesitos.

Permítanme entonces adelantarme con esta columna aunque falta una semana porque, bendito, es que por lo general los padres siempre se quedan atrás. Vamos, que hasta para el regalo no se invierte mucha creatividad y en gran parte de los casos se les resuelve con colonias, medias, calzoncillos y pañuelos. Bueno, también se les obsequia alguna pinza, espátula o tenedor para que hagan barbacoa, una camisa de esas que combaten los rayos mortíferos del sol, o un bermuda para el sancochante calor.

Es injusto no darle rimbombancia a esa celebración -batuteras, batuteros, vejigantes y comefuegos incluidos- cuando hay cientos de miles de PADRES -así, en mayúsculas- buenos, amorosos y responsables que merecen ser honrados y festejados.

Muchos se dejan el pellejo trabajando a diario para que sus hijos tengan un hoy, un mañana y un pasado mañana mejor. Muchos realizan el doble rol de padre y madre. Hay abuelos, tíos, hermanos y padrinos que asumen la responsabilidad de PADRES. Los hay comprometidos con la educación de sus hijas e hijos, los apoyan para que practiquen deportes, se sumerjan en el arte, y abracen disciplinas que pueden hacer una diferencia en sus vidas.

PADRES que corrigen y motivan con sabiduría. PADRES tiernos. PADRES que velan por el bienestar físico y mental, que se amanecen ayudando con las tareas y asignaciones, que se convierten en transportistas de su prole y sus amistades cuando llega esa difícil época en que van de party en party. Hay PADRES excepcionales de hijos con condiciones especiales y PADRES que con un amor inmenso se sientan días al pie de una cama de hospital para acompañar a su criatura mientras recibe tratamiento. Ya les digo, hay cientos de miles de PADRES extraordinarios, maravillosos, estupendos.

Entonces están los otros, los donantes, los inexistentes, los que abandonan, se desconectan, los que huyen como el diablo a la cruz de la responsabilidad, los que maltratan, los que engañan, los que descuidan, los que merecen que la palabra padre se escriba en letras chiquitas, tan minúsculas como lo son ellos. Hay padres que no motivan, no inspiran, que se dedican a vivir sus vidas sin importarle la vida de los demás. Padres que no cumplen con esa gloriosa función de amar, apapachar, proteger y criar.

A los primeros, a esos seres magistrales y formidables, los celebro hoy y todos los días, deseando que les lluevan bendiciones a tutiplén desde el cielo. A los otros no. A esos no.