Los ojos de mis nietas se convierten en faroles al toparse y contemplar el ramillete de luces que alumbra uno de los recovecos del Parque de las Ciencias.

Se quedan perplejas, creo que tanto colorín hermoso y brillante no les cabe en la mirada.

Tras ellas papá y mamá, perplejos también, pero no por las luces sino por el espectáculo de asombro y emoción que protagonizan sus hijas. El corazón se les revuelca y la lagrimita se asoma. Eso que sienten, ese revolquín del corazón… así es la gratitú.

Sí, ya sé, lo correcto es gratitud, pero pasa que suena con mayor emoción cuando le quitamos esa letra d y acentuamos la u. Igual sucede con felicidad, que adquiere un sabor más profundo al pronunciarla felicidá.

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Pero bueno, ya sea con la d o sin ella, la palabra de esta semana - aunque debería ser de todo el año - es GRATITÚ.

El agradecimiento son otros veinte pesos. Lo expresamos a cada instante, diariamente, y podríamos decir que por default. Es tan natural manifestarlo que lo hacemos con intención, pero sin sentimiento envuelto.

Gracias por aquí y gracias por allá. Pero la gratitud es otra cosa, porque nace del corazón y se abre paso entre el berenjenal que ocasiona cualquier caos que estemos viviendo para empujarnos la mirada hacia el lado contrario y obligarnos a ver que aún cuando el cielo esté con las nubes apretadas y en un tono gris oscuro, siempre se cuela un rayito de luz.

Y ahí, bajo ese rayito delgadito, es donde debemos instalarnos para sobrevivir.

“Felices son aquellos que viven un día a la vez. Se quejan poco y agradecen las pequeñas cosas. Aprende a vivir este día, porque no habrá otro igual”, leí en uno de esos reels que aparecen en Instagram. ¡Y cuán grande verdad!

La gratitud se vive, instante a instante y día a día. Y vivir en gratitud es maravilloso, porque desencadena una energía positiva que conduce a apreciar y valorar lo que tenemos. Es tan poderosa que la lagrimita aparece y sentimos ganitas de llorar… llorar con llanto lindo y bueno, tal como cuando atestiguamos el primer paso de un bebé, el logro deportivo de una hija, el triunfo educativo de un hijo, la sanación de un familiar. En fin, que esa palanca activa como decía el cantautor Sie7e, “mucha cosa buena”.

Vivir en gratitud es un estilo de vida que se adopta y que nos permite concientizarnos de cada pequeño detalle que llena nuestro día. Las bendiciones, las de verdad, las importantes, son incontables. El buchito de café que sabe a gloria, el esplendor de las flores que aparecen bañaditas de rocío y luciendo primorosas en la mañana, la belleza de nuestras montañas aún cuando estén secas… el buenos días de un desconocido, la solidaridad en colectivo, el regalo inesperado, la bendición no solicitada…

Lo que pasa es que nos distraemos con lo negativo y no nos percatamos de todo lo positivo, todo lo bueno, todo lo lindo. ¿Que como pueblo estamos bastante estrujados? Pues sí. ¿Que se nos deshidrata el bolsillo porque todo es cada día más caro? Pues claro. ¿Que a diario nos golpea alguna noticia de espanto? Pues también.

Pero a ese meollo hay que dedicarle el tiempo justo y no darle de más, para no permitirle que nos haga daño. En vez, hay que abrirle las puertas del corazón, de par en par, a la gratitú. Esa es la que es.