Parecía una escena de esas películas románticas que llenan la pantalla grande y que logran sacarte una lagrimita de emoción. Luego de dos cancelaciones para montar los espectaculares globos que vuelan sobre Capadoccia, Turquía, nuestra guía -una turca fabulosa casada con un cubano y de nombre Sophy- nos llevó a Tuz Gölü, el impresionante lago de sal que ubica entre Konya y Ankara y que cubre un área de 1,500 kilómetros. Una belleza.

Con el espectacular lago de fondo, enmarcado por una orilla de diminutas piedritas de sal blancas y gris, el grupo con el que viajamos durante quince días para despacharnos a cucharones grandes y sabrosos la impresionante e histórica belleza de Turquía, posamos juntos y apretados para una foto. Luego de varias tomas con uno de los teléfonos celulares, nos dieron la instrucción de que nos viráramos hacia el lado contrario - o sea, hacia atrás - para otra foto. Entonces Jessica, una chica joven, dulce y de cabello rojizo que viajó junto a su novio, se topó con el cartel que sostenían tres de las compañeras de viaje - Sol, Vanessa y Aileen -. “Mi destino es a tu lado. ¿Te quieres casar conmigo?”.

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José se encargó de planificarlo todo. El grupo sabía lo que acontecería y sus familiares en Puerto Rico también. Todos sabíamos sobre la sorpresa menos Jessica. Pero de inmediato supo que aquel mensaje era para ella.

Con las manos temblorosas y emocionadas tapando su rostro, se dio vuelta nuevamente para encontrar a José de rodillas, sosteniendo hacia ella un aro de compromiso que le entregó luego de decirle varias palabras. No recuerdo bien qué dijo porque la emoción colectiva me borró la memoria, pero era un mensaje hermoso, dicho con ese nervio que produce la manifestación del verdadero amor. Y ella dijo sí. Y aplaudimos, y gritamos, y los abrazamos, y hasta sentimos de primera mano esa sensación linda, pura y transparente que producen los momentos de romance del bueno.

José deseaba que su propuesta ocurriera mientras viajaban en la cesta del globo que les pasearía y desplazaría por el paisaje del fantástico amanecer de Capadoccia, pero las condiciones del tiempo se entrometieron y no nos permitieron volar. Por fortuna el destino se convirtió en cómplice de su deseo para que fuera un evento especial y le presentó un escenario azul clarito que parecía no tener final para que lograra su petición matrimonial.

En una era de tanta violencia disfrazada de amor, es emocionante y alucinante ser testigos de un acto que persigue establecer el compromiso de amarse con respeto y solidaridad. Estar ahí fue sentir un viento fresco de esperanza, de ilusión. No se trata de las fanfarrias y carreras contra el tiempo que implican las bodas, sino de la esencia, del deseo que une a una pareja para formalizar su deseo de formar un hogar. No es obligación casarse y armar la fiesta, pero sí amarse y respetarse. Eso es lo que verdaderamente importa y lo que sostendrá su unión haya bodorrio o no.

José y Jessica se abrazaron de tal manera que todos pudimos sentir la ternura y la fuerza de esa relación que nació en medio de la pandemia, que sobrevivió, y cobró la fuerza que les lleva hoy a sostenerse de las manos para caminar juntos hacia un tramo de vida en el que seguramente habrá de todo - alegrías, tristezas, aventuras, éxitos, fracasos, salud, enfermedad…. de todo - pero en el que se tendrán el uno al otro en ese abrazo lento y apretado de quienes se aman de verdad.

¡Que viva el amor!