Tener a tu bebé en brazos es una sensación hermosa, pero que esa criatura se alimente de tu cuerpo, es una bendición.

Estamos en la celebración de la Semana Mundial de la Lactancia Materna y quiero aprovechar para compartir mi experiencia.

Fui madre lactante con mis tres hijas, con la primeras dos no lo hice por mucho tiempo, ya que me pasaron varias cosas y no tuve el éxito que deseaba. Los malos ratos con las leches de formula fueron muchísimos, así que con la tercera niña decidí que la única opción para alimentarla era la lactancia.

Me preparé, decidí que no iba a darle otra leche que no fuera la que mi cuerpo producía. Sin embargo, todo conspiraba para que me quitara estando aun en el hospital.

Recuerdo que aunque creí que estaba preparada, no fue así. Pegaba la nena de la manera incorrecta, y ella chupaba fuerte, así que me laceró. Cuando nos dieron de alta estaba tan lacerada que me dolía mucho lactar, lo que era indicativo de que algo estaba haciendo mal porque lactar no duele. Tan pronto salimos del estacionamiento del hospital, mi esposo me preguntó a dónde quería ir. Él sabía que yo deseaba lactar, que estaba lacerada y me dolía mucho y que no quería opiniones de nadie que no supiera sobre el proceso. Una mezcla bastante complicada. “Dime a dónde vamos a buscar ayuda”, me dijo Danny. Lo recuerdo con claridad.

Decidí ir a donde Astrid Seguí una educadora en lactancia que había entrevistado en el pasado. Llegué a su tienda y le expliqué lo que me pasaba. Las lágrimas rodaban por mis mejillas. El dolor era fuerte. Cuando la niña lloraba de hambre, yo lloraba porque sabía que me iba a doler. Pero estaba decidida a no alimentarla con formulas. Así que aguantaba.

Mi esposo se quedó en la guagua con las otras dos niñas, de 3 y 2 años. Astrid me llevó a un cuarto y me puso una silla cómoda y otra cosa para que colocara mis piernas. Le dije que me diera un break para llamar a mi esposo y decirle que me iba a tardar, pero él en ese momento me envió un mensaje de texto que decía que se iba con las nenas para que pudiera estar tranquila y recibir la ayuda que necesitaba con calma.

Astrid me enseñó mucho, y salí dominando bastante el proceso, pero como estaba lacerada me recomendó que fuera donde el pediatra Mario Ramírez Carmoega, para que me recetara una crema que me ayudaría a curar las laceraciones.

Dos días después el dolor de las laceraciones me tenían mal. Me latían lo senos, el dolor de cabeza era insoportable, no podía estar tranquila, y creía que, como dicen por ahí ‘no daba pie con bola’ en el asunto.

Llegamos a la oficina de Mario y Danny me dejó allí con la bebé y se llevó a las nenas grandes y el coche, porque allí me enteré que no había espacio para ellos, ya que los bebes tienen que estar en los brazos de mamá. Quede en shock, pero me pareció lógico y correcto. Así que me senté a esperar mi turno. La oficina estaba repleta, sabía que iba a tener que esperar mucho, pero necesitaba estar allí.

Recuerdo que una madre que se veía que dominaba el proceso muy bien, me dijo: “tu estas aquí por la cremita mágica”. Le dije que sí. Era la crema que me había dicho Astrid. Ella me respondió que muchas de las que estaban en la oficina habían pasado por eso.

Al rato me llamaron. Para mi era muy pronto, había gente que estaba antes que yo que no la habían atendido. Hasta el sol de hoy juro que aquella mujer se dio cuenta que ya yo no podía con el dolor y pidió que me atendieran.

Una vez llego a donde el Dr. Mario comienzo a explicarle la razón de mi visita y los sentimientos me traicionaron. Lloré sin consuelo. Estaba frustrada. Quería lactar a la nena pero ya las laceraciones me tenían con algo de sangre en los senos. Él con un tono calmado me pidió tranquilidad, me dijo que la crema me iba a curar, pero que él me iba a pegar la niña para que viera que aunque estaba lacerada, si ella estaba bien pegada a la teta, no me iba a doler. Me explicó que el que el pezón estuviera en carne viva, eso no le iba a hacer daño a la niña. Confié, pero temblaba del miedo porque el dolor era intenso, no lo resistía. De repente, Mario tomó la cabeza de la niña y me la pegó. Fue impresionante, porque no me dolió. 

Me reafirmó todo lo que me había explicado Astrid sobre la posición correcta para lactar. De esta manera, salí de aquella oficina con ánimo, confiada, segura de que estaba haciendo lo correcto y el temor con el que había llegado, desapareció.

Desde ese día y en este espacio que manejo desde hace seis años, la lactancia tiene un lugar especial.

Decidí narrar mi experiencia en detalle porque quiero que otras madres comprendan todo lo que se necesita para poder lactar.  Se necesita apoyo, educación, empoderamiento, solidaridad y rodearte de personas que estén dispuestos a ayudarte.

Logré lactar a mi hija por tres años y fue una bendición para ambas. Confieso que a veces me cuestionó y me arrepiento de no haber tenido la misma fuerza de voluntad con las otras dos niñas, pero al tiempo no se le puede dar hacia atrás, así que lo que me queda es ayudar a toda aquella madre que desee lactar.

En días recientes el tema de la lactancia ha tenido una amplia cobertura y me alegro que de que sea así. Sin embargo, las madres lactantes a diario enfrentan varios retos por lo que es importante, que el tema se siga discutiendo. De esta forma la sociedad verá el amamantamiento como lo que es, un proceso hermoso y natural.

En esta Semana Mundial de la Lactancia Materna invito a cada lector a trabajar para que:

La lactancia pueda ser vista como el proceso natural que es. 

Que cada vez sean más las madres lactantes.

Que cada madre pueda lactar en libertad sin ser señalada.

Que no se juzgue a la que no lacta porque cada madre tiene su historia.

Que haya más niñas y niños saludables.

Aprovecho para agradecer a mi esposo Danny, a mis hijas, a Astrid Seguí y su equipo de trabajo y al Dr. Mario Ramírez Carmoega por ayudarme en este proceso desde el inicio.

¡Que viva la lactancia! ¡Que viva la teta!

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