Los boricuas de la banda allá abrazarán a Oscar
“Tristemente, este año, han querido boicotear el reconocimiento al ex prisionero político, Oscar López Rivera, un patriota que estuvo 36 años preso por sedición, no por ningún delito violento”
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 7 años.
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El revuelo causado por patrocinadores que retiran su participación del Desfile Puertorriqueño de Nueva York, en repudio al reconocimiento que los boricuas de la banda allá le harán no solo a Oscar López Rivera, sino a muchos otros boricuas, me lleva a recordar a los miles de puertorriqueños que dejaron su terruño empujados por el hambre y la miseria, en la década de 1950.
Portaban como equipaje su identidad, la patria en su corazón y su bandera, símbolos de sobrevivencia y resistencia.
Recuerdo a unas tías valerosas, cuyas edades rayan al menos los 90 años, que formaron parte de la histórica ola migratoria de la década de 1950, embarcándose en un avión de cuatro motores, cargando en cajas de cartón sus pocas pertenencias, sus miedos y sus temores.
Por más que se persignaran o rezaran, cruzar el océano en esa “chiringa” o guagua aérea, representó, seguramente, uno de los mayores sustos de su vida. Aterrizar en un país extraño y ajeno, en el que se hablaba un idioma que desconocían, aislados, marginados, discriminados, despreciados, explotados, los debió haber llenado de pavor, pero también los fortaleció y los unió en el exilio.
Dejaron atrás una familia y una isla rodeada de playas, palmares y verdes montañas, para pasar largas horas encerrados en una lúgubre fábrica, en un campo de cultivo, una tienda por departamentos, sirviendo, haciendo trabajos domésticos.
Les llamaron spics.
De ese exilio económico y de la necesidad de recordar su tierra, sus raíces, su identidad y sentido de pertenencia nació el Desfile Puertorriqueño, un 13 de abril de 1958, en El Barrio, el Spanish Harlem, uno de los desfiles de mayor atractivo e interés en la Gran Manzana.
Hace muchos años, como periodista, asistí al desfile y la impresión recibida continúa grabada en mi mente. Jamás vi tantas banderas puertorriqueñas juntas. Jamás vi a tantos puertorriqueños juntos en un evento. El mar de banderas ondeaba a lo largo y lo ancho de la Quinta Avenida.
“Yo soy Boricua, pa’que tú lo sepas”, gritaban las miles de almas que allí se congregaban, afirmando su identidad.
La noche previa, se celebraba en El Barrio la fiesta boricua al son de plena y de salsa, de bacalaítos, pasteles y alcapurrias, arroz con gandules y lechón asado. Era la patria en el corazón de El Barrio.
Tristemente, este año, han querido boicotear el reconocimiento al ex prisionero político, Oscar López Rivera, un patriota que estuvo 36 años preso por sedición, no por ningún delito violento.
Después de la intensa campaña para su excarcelación, de la que participó hasta el actual Gobernador, alguien puede pensar que los boricuas de la banda allá no lo quieran abrazar, como harán con los otros puertorriqueños que reciben reconocimiento, incluyendo, entre muchos, al “Team Rubio”, Mónica Puig, Gilberto Santa Rosa e Iris Chacón.
Presumo que el desfile no se va a paralizar por el retiro de unos patrocinadores. Quizá baje su vistosidad, pero esta es la fiesta más esperada por los boricuas que celebran su nacionalidad puertorriqueña. Nacionalidad viene de la palabra nación y nación es relativo al lugar donde uno nace y al grupo al que pertenece.
El 11 de junio, día del desfile, hay un plebiscito en Puerto Rico. Se presume que quienes únicos van a votar son los defensores de la estadidad, pues los populares, independentistas y soberanistas han llamado a un boicot por razones distintas.
Uno que otro acólito se apresta a representar de forma fraudulenta la soberanía y la independencia, en un intento de darle legitimidad al resultado del proceso.
Ese 11 de junio, en Nueva York se celebra una gran fiesta que le reconfirma a la metrópolis que somos un pueblo diferente, con una idiosincrasia, un idioma y una cultura propia, que grita a una sola voz: “Yo soy Boricua, pa’que tú lo sepas”.
Pedro Pietri, el poeta “niuyorriqueño” ya fallecido, escribió en su libro Puertorican Obituary, sobre su abuela que llegó con aquella oleada de inmigrantes de los años 50: “Mi abuela ha pasado los últimos 25 años en una tienda por departamento llamada América. Tiene 85 años y no sabe ni una palabra de inglés. Eso es inteligencia…” Y resistencia.