“Duérmete niño, duérmete ya, que viene el cuco y te comerá”.

Así mi abuelita me cantaba en la cuna para que me quedara dormido. ¡Vaya incentivo para ir a soñar con los angelitos!

Desde pequeños hemos sido expuestos al miedo como método de control e influencia. Tal vez por instinto, los padres pensamos que la mejor manera de evitar que nuestros hijos se porten mal es a través de los miedos y las amenazas.

“Si no te comes los vegetales, no habrá postre”.

“Si no respetas a tu mamá, los Reyes no te traerán regalos”.

En la adolescencia, el uso del miedo sigue siendo un disuasivo para evitar las malas decisiones.

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“Si no sacas buenas notas, no podrás entrar a la universidad y tendrás un futuro difícil”.

“Si te metes en problemas con la ley, te arrestarán y tendrás un antecedente penal que arruinará toda tu vida”.

Lo vemos, incluso, en la publicidad. Recuerdo aquellas campañas de servicio público sobre el consumo de cigarrillos que mostraban sus efectos devastadores, como imágenes de pulmones dañados o testimonios de personas que han sufrido enfermedades graves debido al tabaco.

¿Por qué traigo este tema? Porque la semana pasada me senté a ver el debate de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos y, a diferencia de los analistas políticos que solo vieron la fragilidad de Joe Biden y las mentiras de Donald Trump, a mí lo más que me llamó la atención fue cómo, ambos personajes, utilizaron la técnica del miedo, de manera indiscriminada, para ganar votos.

Desde la óptica de Trump, su estrategia fue una repetición constante del desastre y del caos que se nos viene encima si Biden es reelecto a la presidencia. La narrativa no puede ser más intimidante, como la de una película de horror: miles de violadores, criminales, drogadictos, asesinos y pandilleros que cruzan, a diario, la frontera de México con los Estados Unidos y que vienen a robarnos, a matarnos, a violarnos, sin piedad. Gente mala, con malas intenciones, que entran en manada por nuestros aeropuertos y cuya misión es destruir el país. ¡El cuco!

Del lado de Biden, la amenaza no es menos inquietante. Los demócratas afirman que si Trump llegase a ganar las elecciones sería el fin de la democracia como la conocemos en los Estados Unidos. De ganar Trump, el país estaría destinado a caer en una dictadura al estilo del abominable e infame Adolfo Hitler. ¡Otro cuco!

¿Qué es esto? ¿Los estadounidenses deben escoger entre un presidente débil que permite la entrada al país de personas que los van a violar, masacrar y matar o un presidente neonazi que destruirá la democracia y convertirá al país en una dictadura fascista? ¿Qué clase de alternativas son estas?

Los políticos, a veces, se aprovechan de la inocencia de los votantes para abrumarlos con amenazas y miedos relacionados con su seguridad, la economía o su calidad de vida, con el fin de posicionarse ellos como los grandes salvadores, únicos capaces de mitigar o eliminar dichas amenazas. Apuestan a que la gente votará por ellos para evitar la hecatombe, la destrucción de la sociedad, el apocalipsis inminente.

El miedo nos mueve a actuar, porque nos produce ansiedad y angustia. Con tal de sentirnos tranquilos, los electores estamos dispuestos a votar por aquel candidato que se posicione como la solución a la amenaza inminente. Son trucos de propaganda, en ocasiones basados en mentiras o exageraciones, que se aprovechan de nuestros más profundos temores e inseguridades.

No caigamos en estas trampas de la manipulación política.

Dile adiós al cuco que viene y te comerá…