¿Pastelillos o empanadillas?
La ‘olla’ y el ‘caldero’ son diferentes, según donde te encuentres. En algunos lugares, la ‘olla’ se refiere a una cazuela de aluminio liviana y con tapa, mientras que le llaman ‘caldero’ a la cazuela sólida de metal, pesada y sin tapa. En otros lugares es todo lo contrario.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 5 años.
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Resulta fascinante que en una isla tan pequeña como la nuestra haya tantas diferencias en cómo llamamos las cosas, según la región del país donde nos encontremos. Es normal pensar, por ejemplo, que nosotros le llamemos ‘sándwich’ a lo que en México le llaman ‘torta’ y en España ‘bocadillo’, puesto que estamos hablando de países diferentes, separados por grandes distancias, con trasfondos históricos, sociales y culturales muy distintos. Pero que en San Juan le digamos ‘vellón’ a la moneda de cinco centavos y en Ponce la llamemos ‘ficha’, cuando la distancia es de apenas una hora en carro… ¡eso sí que resulta difícil de entender!
Debe haber una explicación.
La hay… sigue leyendo.
Es cierto que hoy día cruzamos la isla de norte a sur en menos de una hora. Las autopistas y los carros hacen que las distancias se acorten. Sin embargo, no siempre fue así. De hecho, hasta hace relativamente poco tiempo, recorrer la isla de San Juan a Ponce, o viceversa, era una odisea que no todo el mundo podía emprender. No había autopistas, ni carros, ni dinero para lanzarse en una aventura como esa. De hecho, era muy común que una persona que naciese en un punto de la isla no saliera de esa región a lo largo de toda su vida. Aunque parezca increíble, personas que nacían en el interior de la isla, en campos perdidos dentro de las zonas montañosas, jamás salían de esas zonas y nunca llegaron a conocer, tan siquiera, las costas y el mar.
A eso hay que añadirle que en tiempos pasados no existían medios de comunicación que influenciaran la manera de hablar de las personas. No había televisión, ni cine, ni radio, ni teléfonos y mucho menos Internet. Una gran parte de la población no sabía tan siquiera leer ni escribir, por lo cual no leían los periódicos, las revistas ni los libros.
Así pues, se creaban regionalismos, palabras y expresiones propias de una región dentro del propio Puerto Rico, que se mantenían libres de toda influencia exterior debido a la falta de intercambios con otras regiones del país.
Eso explica por qué, todavía hoy día, en Ponce y en San Juan le llamamos de diferente manera la moneda de cinco centavos.
Algo similar ocurre con el ‘pastelillo’ y la ‘empanadilla’. Siempre ha existido un debate de si son lo mismo o no. En el suroeste de la isla se le llama ‘pastelillo’ a los bizcochos rellenos de guayaba, hechos con masa de hojaldre y con polvo de azúcar por encima. En el oeste, sin embargo, los ‘pastelillos’ siguen siendo de masa de hojaldre, pero están rellenos de carne; las ‘empanadillas’, por su parte, usan masa de harina de trigo en forma de media luna y con sus bordes trenzados, usualmente rellenas de carne también, pero también las hay de pizza, queso o pollo.
La ‘olla’ y el ‘caldero’ son diferentes, según donde te encuentres. En algunos lugares, la ‘olla’ se refiere a una cazuela de aluminio liviana y con tapa, mientras que le llaman ‘caldero’ a la cazuela sólida de metal, pesada y sin tapa. En otros lugares es todo lo contrario.
Asimismo, en algunas zonas se dice ‘hebilla’ al aparato que se utiliza para sujetar el cabello, mientas que en otras se le llama ‘pinche’. También están la ‘bolsa’ y la ‘funda’, el ‘pilón’ y la ‘paleta’, entre muchos otros.
Preveo que, dentro de un tiempo, ya no habrá tantos regionalismos dentro de nuestra isla. La facilidad con que nos movemos de un lugar a otro, los teléfonos y celulares, la televisión, la radio, las redes sociales y los demás medios de comunicación local hacen que estemos interconectados y el lenguaje se vaya uniformando a lo largo de la población.
Disfrutemos de estas particularidades de nuestro lenguaje, mientras duren…
Exdecano y profesor de la Escuela de Comunicación Ferré Rangel de la Universidad del Sagrado Corazón y fundador del movimiento En Buen Español. Experto en comunicación y amante del lenguaje. Conferenciante internacional sobre temas relacionados con el poder de la palabra. Autor del libro 'Habla y redacta en buen español' (2011) y 'En buen español: El libro de las curiosidades de nuestro idioma" (2020). Apasionado de la historia, la educación, la fotografía y el mar. Esposo de Mirté y padre de Sebastián, Alejandro, Mauricio y Mariana (y del perrito Muni Cipio).
En buen español
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