¿Para cuándo una papisa?
Sin duda, Francisco abrió espacios para que más mujeres trabajen en el Vaticano y ocupen posiciones de liderazgo, pero sin tocar la estructura sacramental.

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Comencemos por lo básico: en buen español, el femenino de papa es papisa.
Salvo por una leyenda medieval que narra la historia de una tal Juana —una mujer que, disfrazada de hombre, habría llegado al papado y fue apedreada públicamente tras dar a luz—, nunca ha existido una mujer que haya ocupado el máximo trono de la Iglesia católica.
Incluso hoy, con todos los avances en temas de equidad e igualdad de género, sigue siendo prácticamente imposible imaginar la elección de una papisa. Para que eso ocurra, primero tendríamos que ver cardenalas, obispas y sacerdotisas… algo que, por ahora, no forma parte del horizonte doctrinal de la Iglesia.
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Y es que, según las normas actuales, el papado está reservado a los hombres. Aunque técnicamente cualquier varón bautizado puede ser elegido papa, en la práctica debe ser ordenado como obispo de Roma, y para ser obispo primero hay que ser sacerdote. Como la Iglesia católica no permite que las mujeres reciban las órdenes sagradas, la puerta al papado permanece cerrada para la mitad de la humanidad.
Esto no ha impedido que muchas mujeres, a lo largo de la historia, hayan tenido roles de gran peso dentro de la Iglesia: teólogas brillantes, santas y místicas veneradas, e incluso consejeras de papas. Pero nunca una mujer ha tenido poder de decisión a nivel institucional dentro de la jerarquía eclesiástica. Se les escucha, se les venera, se les celebra… pero no se les nombra a cargos de autoridad sacramental.
Resulta paradójico que una institución que predica que “no hay varón ni mujer… todos somos uno en Cristo” (Gálatas 3, 28) mantenga una estructura en la que las mujeres no pueden ser sacerdotes, ni obispos, ni mucho menos papas. Para muchos fieles, especialmente en un mundo donde las mujeres lideran gobiernos, empresas, universidades y movimientos sociales, esta exclusión ya no resulta comprensible.
Claro está, para la Iglesia, no se trata de discriminación, sino de doctrina. El argumento principal es que Jesús escogió solo hombres como apóstoles, y que la Iglesia no tiene autoridad para cambiar lo que considera voluntad divina. Pero ese argumento es cada vez más cuestionado, incluso dentro de sectores católicos progresistas que abogan por un replanteamiento de los roles de género en la fe.

El papa Francisco, a pesar de haber sido un reformador en muchos aspectos, reafirmó en múltiples ocasiones que el sacerdocio femenino no estaba sobre la mesa. En una entrevista con la revista America en noviembre de 2022, afirmó que “es un problema teológico”, y que no se trata de una privación para las mujeres, sino de un papel distinto donde aún hay mucho que profundizar.
Sin duda, abrió espacios para que más mujeres trabajen en el Vaticano y ocupen posiciones de liderazgo, pero sin tocar la estructura sacramental. Fue un avance simbólico, pero insuficiente.
¿Y qué pasaría si, algún día, se permitiera el sacerdocio femenino? Entonces sí podría abrirse el camino para ver una papisa en el futuro. Claro, no sería de la noche a la mañana. Tendría que haber una evolución profunda y valiente, no solo en la teología, sino en la mentalidad de millones de creyentes y líderes. Un cambio así requeriría no solo abrir puertas, sino las mentes de muchas personas.
Mientras tanto, la palabra papisa sigue siendo una curiosidad lingüística más que una posibilidad real. Pero quién sabe… la historia está llena de sorpresas. Y si algún día vemos a una mujer saliendo al balcón del Vaticano diciendo Habemus Papissam, muchos sentiremos que el mundo —y la Iglesia— finalmente dio un contundente paso hacia la equidad y la justicia.
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Exdecano y profesor de la Escuela de Comunicación Ferré Rangel de la Universidad del Sagrado Corazón y fundador del movimiento En Buen Español. Experto en comunicación y amante del lenguaje. Conferenciante internacional sobre temas relacionados con el poder de la palabra. Autor del libro 'Habla y redacta en buen español' (2011) y 'En buen español: El libro de las curiosidades de nuestro idioma" (2020). Apasionado de la historia, la educación, la fotografía y el mar. Esposo de Mirté y padre de Sebastián, Alejandro, Mauricio y Mariana (y del perrito Muni Cipio).
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