El viernes pasado me senté frente al televisor a ver los actos de inauguración de las Olimpiadas en París sin saber que, al final de la transmisión, me enfrentaría a un momento aleccionador y, a la vez, muy emotivo. Desde entonces, no he hecho otra cosa más que ver y pensar en esa triunfante interpretación de Céline Dion sobre la Torre Eiffel, y reflexionar sobre el poder de la voluntad y del amor…

Este triunfo no hubiese tenido el mismo efecto en mí si no hubiese visto, unas semanas antes, el documental “I Am Céline”. Quedé apenado por las imágenes crudas en que se veía a esta diva en total angustia ante su batalla contra una enfermedad que afecta su calidad de vida y su capacidad de hacer lo que más le apasiona: cantar ante el mundo. En un momento dado durante el documental, ella trató de entonar algunas notas, mientras sollozaba ahogada por la frustración; su voz se quebraba y sus pulmones no lograban proyectar la fuerza sonora a la que ella nos tenía acostumbrados.

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Celine Dion en el documental "I am: Celine Dion".
Celine Dion en el documental "I am: Celine Dion". (Captura)

Sin embargo, poco después, Céline afirmó: “Por alguna razón desconocida, sufro de esta enfermedad. Desde mi punto de vista, tengo dos opciones. O me entreno como una atleta y trabajo muy duro, o me apago y todo se acaba: me quedo en casa, escucho mis canciones, me paro frente al espejo y canto para mí misma”.

Luego, con lágrimas en los ojos, declaró lo siguiente: “Voy a volver al escenario, incluso si tengo que arrastrarme. Incluso si tengo que hablar con las manos, lo haré. Lo haré.”

En aquel momento, me impresionó su determinación, su voluntad… pero reconozco que pensé, ante el cuadro tan triste de su enfermedad, que sería imposible que pudiese volver a cantar.

¡Qué equivocado estaba! Su interpretación de la canción ‘Hymne a L’amour’ de Edith Piaf fue, simplemente, espectacular. El tono y la fuerza de la Céline de siempre estuvieron ahí. Fue majestuosa. Volvió al escenario y triunfó.

¿Qué nos enseña esto? La vida a veces nos lanza retos que no podemos controlar: la muerte de un ser querido, una enfermedad, una desilusión amorosa, una escasez económica, un problema en el trabajo… pero lo que sí podemos controlar es la manera en que enfrentamos el proceso. En el caso de Céline, ella tenía la opción de tirarse en la cama a lamentar su desgracia, pero prefirió escoger el camino de la lucha, la determinación, la voluntad, la fuerza. Se entrenó como una atleta que se prepara para competir en las olimpiadas; superó sus dolencias y renació.

Esa fue la clave.

Y entonces, está la canción de Edith Piaf. Esta cantante francesa escribió este himno al amor en el 1948, inspirada por su devoción hacia su novio Marcel Cerdan, quien moriría en un accidente aéreo pocos meses después de que ella compusiera esta letra:

“Si algún día la vida nos separa,

si mueres, que sea lejos de mí,

no me importa, si es que me amas,

porque yo también moriré.

Tendremos para nosotros toda la eternidad,

en el azul de toda la inmensidad.

En el cielo, no más problemas…

Mi amor, ¿crees que nos amamos?”

Y luego de una pausa, la canción culmina así:

“Dios reúne a aquellos que se aman”.

¿Puede haber mayor manifestación de amor?

En este himno de la diva Edith interpretado por la diva Céline, se unieron los dos poderes más grandes que tenemos para enfrentar la vida: la voluntad de luchar ante cualquier adversidad y la convicción de que, con el amor, todo es posible.

¡Ama como Edith!

¡Lucha como Céline!