A veces pienso que repetimos las frases y las ideas como el papagayo, sin detenernos a analizar o a cuestionar lo que todo el mundo aparenta aceptar como una verdad absoluta.

Una de esas ideas recicladas es la que afirma que “una imagen vale más que mil palabras”.

El concepto está basado en la premisa de que las imágenes pueden transmitir información de manera rápida y emocionalmente impactante. Por ejemplo, la famosa foto de “El beso en Times Square”, que muestra a un marinero besando a una enfermera al final de la Segunda Guerra Mundial, sin duda captura el júbilo y el alivio de una nación luego de terminado un conflicto bélico devastador.

Es cierto que esta imagen produce una comprensión instantánea, sin tener que pasar por el proceso de leer y entender las palabras de un texto. Un solo vistazo puede transmitir una cantidad significativa de información. También es cierto que una imagen como esa puede ser entendida por personas de diferentes culturas y niveles educativos, lo que lo hace una herramienta de comunicación poderosa y universal.

Pero de ahí a decir que esa imagen vale más que mil palabras; ahí estamos en desacuerdo…

Para entender mi postura, tenemos que partir de las limitaciones que presentan las imágenes y resaltar las fortalezas únicas del lenguaje verbal.

Lo primero es que las imágenes pueden ser altamente ambiguas y sujetas a interpretaciones variadas. Sin el contexto que solo pueden proveer las palabras, una imagen puede provocar errores o malinterpretaciones.

En el ejemplo de la foto del beso en Times Square, se pudiera interpretar como un reflejo de amor y romance, expresados en una conexión emocional profunda entre dos personas que se quieren. Sin embargo, la realidad es otra: el beso fue un acto impulsivo entre dos personas que no se conocían en medio de una multitud que celebraba la victoria. Esa es la diferencia entre percepción y realidad: solamente las palabras pueden proveer el contexto correcto.

Por otro lado, las palabras son herramientas esenciales para expresar ideas abstractas y complejas. ¿Cómo una imagen puede explicar, por ejemplo, el concepto de la moralidad? Es casi imposible. Serán las palabras las que podrán darle profundidad al concepto: “La moralidad se refiere a un conjunto de principios y valores que guían el comportamiento humano en términos de lo que es correcto e incorrecto”. ¿Te fijas? Una imagen puede sugerir una idea, pero carece de la capacidad para desarrollar un argumento lógico o explicar un concepto con profundidad.

Por otro lado, ¿cuántas veces no hemos escuchado que una película basada en una novela nunca es capaz de igualar la profundidad del libro? La razón es porque, además de todo lo que ya he mencionado, las palabras te llevan a producir imágenes en tu mente. En una película, lo que ves te deja poco espacio para dar rienda suelta a tu imaginación, porque todo está dado; con las palabras, sin embargo, las descripciones de un paisaje o de un personaje requieren que seas tú quien recrees las imágenes en tu mente. Eso es altamente poderoso y provocativo.

Así que, aunque las imágenes tienen un valor innegable, no pueden sustituir la riqueza y profundidad que ofrece el lenguaje verbal. Las palabras proporcionan precisión, contexto, detalle y la capacidad de expresar ideas abstractas y complejas. Las palabras son capaces de motivar la imaginación y transportarte a lugares insospechados.

Propongo lo siguiente: en lugar de considerar las imágenes y las palabras como elementos en competencia, veámoslas como complementarias, cada una con sus propias fortalezas y limitaciones.

Moraleja: cuestionemos las expresiones que repetimos como el papagayo…