De pequeño, mi mamá me decía muchas frases que aún, hoy día, repito a mis hijos. Algunas de ellas contenían palabras que, en realidad, yo no tenía ni la más mínima idea de qué significaban.

Por ejemplo, cuando ella me decía que fuese a recoger mi cuarto, a veces yo me hacía el sordo. Eso la ponía furiosa y me reclamaba: “¿Qué pasa? ¿No me oyes? ¿Acaso eres más sordo que una tapia?”.

“¿Qué rayos es una tapia?”, me preguntaba. No es hasta hace poco que me dio por buscarlo en un diccionario.

En términos sencillos, una tapia es un muro, y los muros… ¡no escuchan!

Relacionadas

Bueno, eso último es debatible. Mi mamá también me decía que hablara más bajito porque “las paredes oyen”. ¿En qué quedamos?

Por esa línea, reconozco que fui un niño travieso. Tengo que haber llevado a mi pobre madre por la ruta de la amargura. De ahí que, de vez en cuando, y con mucha razón, me amenazaba con “ponerme como chupa”.

“¡Si no recoges tu cuarto, te voy a poner como chupa!”, me decía. Sin duda, me sentía intimidado y me ponía a recoger enseguida, sin saber, en realidad, qué era una chupa.

¿Tú lo sabes?

Pues resulta que chupa es un puertorriqueñismo que se refiere al residuo que le queda a la naranja luego de que le exprimes todo su jugo. Habrás visto cómo una china, luego de exprimida, queda toda seca y amorfa, como una pasa. Por suerte, en mi niñez nunca supe lo que era una chupa, porque la idea de quedar exprimido como una china me hubiese traumatizado por el resto de mi vida.

Pero no todo fueron decepciones para mi santa madre. De vez en cuando, le mostraba que yo era capaz de lograr algo que me proponía. Cuando eso pasaba, ella le decía a la vecina: “Ese muchachito sabe más que las niguas”.

“¿Y qué son las niguas?”, me preguntaba. “¿Con qué me está comparando mi mamá?” Con el tiempo me enteré de que me comparaba con unos pequeños parásitos, también conocidos como ‘pulgas de arena’, que son capaces de infiltrarse por entre las uñas de los pies de las personas, causando mucha picazón y molestias. Tienen una especie de astucia natural para lograr conseguir lo que buscan. No sé si me gusta la comparación…

En ocasiones venían a casa las hermanas de mi mamá a tener largas conversaciones en la cocina. Solían recordar su infancia en Coamo y contaban anécdotas que se remontaban al tiempo de las guácaras.

“Ay, muchacha, esa historia del tío Pepín con la esposa del vecino lo sabía medio pueblo; pero eso ya es del tiempo de las guácaras”, decía mi mamá mientras las hermanas se reían en complicidad. Y yo, al escuchar todo eso, más me llamaba la atención la palabra guácara que el bochinche del tío Pepín con la vecina.

“Pero... ¿qué es una guácara y cuán viejo es?”, me preguntaba.

Pues esa palabra se la debemos a nuestros indios taínos. Resulta que, en el idioma de ellos, una guácara significaba ‘cueva’. Por lo tanto, cuando decimos que algo es del tiempo de las guácaras, nos referimos a los tiempos en que la gente prehistórica vivía en cuevas. Ha llovido mucho, para la suerte del vecino y de la cara del tío Pepín…

Son muchas las expresiones que mi mamá decía con términos desconocidos: me importa un pepino angolo, se fue a las millas de chaflán, él es una tusa, se acabó el pan de piquito, entre otras.

¿Se te ocurren algunas otras a ti?