La historia detrás del chivo expiatorio
El origen de esta expresión viene de un ritual que practicaban los judíos en épocas pasadas, durante el Día de la Expiación, con el objetivo de borrar los pecados cometidos durante el año.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 2 años.
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Las ideas para estos artículos que publico en Primera Hora a veces llegan a mí de formas insospechadas.
Durante todo el día de hoy domingo, pensaba sobre el tema de esta semana. Hay veces que las ideas, simplemente, no llegan con la misma facilidad que otros días. Ya frustrado de tanto pensar, al final de la tarde, me senté a tomar un café en un negocio en el Viejo San Juan. Fue allí donde, de manera insospechada, el tema de la semana cayó en mis oídos.
Resulta que una pareja que estaba sentada a mi lado mantenía una acalorada conversación sobre las desgracias de algún amigo. De momento, la señora pronunció las siguientes palabras: “…Y me da coraje que lo hayan usado de chivo expiatorio”.
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“¡Eureka!”, pensé. “El chivo expiatorio, ¿de dónde vendrá esa expresión? ¿Qué tendrá que ver el chivo? Tiene que haber una explicación”.
Procedí a realizar mi búsqueda, y los interesantes resultados se los comparto a continuación.
Tal parece que el protagonista de la historia de mis vecinos cafeteros fue víctima, el pobre, de una mala jugada. Ser usado de “chivo expiatorio” significa que una persona inocente carga con el peso de las culpas o los problemas de otros. Es una manera muy conveniente de explicar, por ejemplo, los propios fracasos, señalando a otra persona que, en realidad, no tiene la culpa. Esto puede llevar a crear sentimientos de prejuicio en contra de la persona, o del grupo de personas, a quien se culpa injustamente. Por ejemplo, en la época de la dictadura Nazi en Alemania, el gobierno de Adolfo Hitler acusaba a la comunidad judía de los problemas económicos y de las desgracias que sufría la nación. Los judíos eran, pues, usados como chivos expiatorios de los problemas de la Alemania de aquella época.
Veamos de dónde viene la frase.
En primer lugar, el término ‘expiatorio’ se deriva del verbo ‘expiar’ que significa “Borrar las culpas, purificarse de ellas por medio de un sacrificio”.
El origen de esta expresión viene de un ritual que practicaban los judíos en épocas pasadas, durante el Día de la Expiación, con el objetivo de borrar los pecados cometidos durante el año. Para ello, buscaban a dos machos cabríos. Uno de ellos debía sacrificarse ante Dios y esparcir su sangre sobre el Arca de la Alianza, un cofre de madera cubierta de oro en el que, según el Libro de Éxodo, contenían las dos tablas de piedra de los Diez Mandamientos de Moisés.
Acto seguido, un rabino vestido de blanco se acercaba al otro chivo y ponía sus manos sobre la cabeza del animal con el propósito de traspasarle todos los pecados del pueblo de Israel. Entonces llevaban al inocente macho cabrío a un lugar lejano en medio del desierto, donde lo apedreaban y dejaban abandonado. La idea detrás de este ritual era que las culpas del pueblo desaparecían con la muerte del chivo expiatorio.
A lo largo de la historia se han utilizado chivos expiatorios para culpar a unos de las desgracias de otros. Esto es muy peligroso cuando estas acusaciones, muchas veces infundadas y basadas en generalizaciones, se convierten en estereotipos y prejuicios contra un grupo de personas dentro de una misma sociedad. Tengamos cuidado de no cometer estas injusticias y de asumir, responsablemente, nuestras propias fallas, problemas y culpas. No tratemos de quedar bien, buscando ‘chivos expiatorios’ que carguen con nuestros propios errores.
Termino este artículo agradeciendo a la pareja anónima que tomaba café sin saber que sus palabras servirían de inspiración al señor que tenían a su lado. Le debemos a ellos lo que juntos aprendimos hoy…
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Exdecano y profesor de la Escuela de Comunicación Ferré Rangel de la Universidad del Sagrado Corazón y fundador del movimiento En Buen Español. Experto en comunicación y amante del lenguaje. Conferenciante internacional sobre temas relacionados con el poder de la palabra. Autor del libro 'Habla y redacta en buen español' (2011) y 'En buen español: El libro de las curiosidades de nuestro idioma" (2020). Apasionado de la historia, la educación, la fotografía y el mar. Esposo de Mirté y padre de Sebastián, Alejandro, Mauricio y Mariana (y del perrito Muni Cipio).
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